Nivel 11: La ciudad infinita

13 1 3
                                    

Samuel despierta al otro lado de la valla, levantándose lentamente y con pesar, aún con la sensación de mareo presente. Al darse la vuelta, se da cuenta de que la carretera en la que había caído desplomado ha sido cambiada por una continuación de la explanada en la que se encuentra. No ve nada más que hierba algún que otro pájaro volando en la lejanía.

- Al menos estaré más tranquilo- suspira el joven, contemplando a las aves volar en círculos.

Uno de los animales se posa sobre la valla, electrocutándose y cayendo a los pies del chico. Ante esto, este retrocede un paso, comprobando que su teoría de que estaba electrificada era correcta. No obstante, decide no meterse en sus pensamientos, girándose nuevamente hacia la luz del sol.  Al alargar la vista, Samuel se percata de que, al horizonte, desde su perspectiva, se atisba la silueta de una ciudad.

- No puede ser real -se le iluminan los ojos de ilusión- ¡Ojalá sea una ciudad de verdad y pueda decir que todo ha sido una pesadilla!

Samuel se acomoda las asas de la mochila y guarda el "Portador" en el bolsillo del pantalón, a la par que da los primeros pasos hacia la gran urbe. La emoción le va inundando el cuerpo, mientras se va haciendo a la idea de que puede volver a ver a su familia. Los pasos agitados se transforman en amplias zancadas, las cuales hacen crujir los restos de hojas esparcidos por el suelo del sendero que se va formando.

- ¡Esto es la bomba! -exclama con entusiasmo mientras se aproxima a una zona con asfalto- ¡¿Cómo es que no te he encontrado antes?!

El chico da los últimos pasos en la hierba, poniendo ambos pies en el suelo liso. Continúa avanzando con decisión y conforme los edificios van haciéndose de mayor tamaño, la luz del ambiente va pasando a un tono más cálido. Una vez rebasa el portal del primer edificio, Samuel observa con quietud la estampa que se encuentra ante sus ojos: una avenida ancha se extiende a lo largo de un pasillo monumental de bloques de pisos, unos más altos que otros. En las aceras, las farolas parecen estar en perfecto estado, así como los cajeros automáticos con nombres de empresas que el joven reconoce. Cada 3 farolas hay un coche de distinto color estacionado junto al bordillo de las aceras, todos y cada uno de ellos sin ocupantes en su interior.

- Ya decía yo que todo era demasiado increíble -Samuel resopla, desalentado por la soledad y el silencio que reina en el lugar- Ahora estoy en un sitio en el que solo hay un mar de edificios por cualquier lado.

Sin embargo, recupera la compostura al ver un supermercado repleto de comida. Sale disparado hacia el establecimiento, con la mirada fija en las estanterías que se vislumbran desde el otro lado del cristal.

- Oh Dios mío, que esté abierto, por favor.

Las manos le tiemblan levemente a la par que trata de abrir la puerta principal. Tras unos pocos intentos, la cerradura cede a los empujes de Samuel, accediendo este al interior.

- Vale, manos a la obra -el chico empieza a toquetear cada uno de los alimentos que se encuentra a su paso, intentando comprobar si la textura es la normal.

A pesar de que no exista una fuente de luz artificial, la tienda parece obtener energía de alguna fuente desconocida para mantener una iluminación interna. Samuel sigue observando el contenido del local, sin decidirse a guardar nada en la mochila, puesto que teme que no sea comestible. Al regresar cerca de la entrada, se percata de la presencia de un refrigerador, el cual contiene múltiples bebidas de marcas que también logra reconocer. Entre ellas, ve una que le llama poderosamente la atención: "AGUA DE ALMENDRAS".

- Mira por dónde - sopesa cuál de ellas escoger, porque la incertidumbre de su origen le ha provocado dudas- la verdad es que me fío más de esta última que del resto. Al menos sé que no me matará.

The Backrooms: la otra realidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora