Capítulo 3

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Yuuna le había prometido a un insistente y alegre Haibara que después de su misión seguiría entrenando con él, así que el chamán de primer año esperó impacientemente su regreso.

Cuando vio a Satoru aparecer con ella en brazos le ayudó a dejarla en su habitación, y después, cuando él le dijo que tenía que irse al despacho de Yaga a devolver el informe de la misión, el castaño se fue a dar una vuelta por la institución mientras esperaba que la Zenin se despertase.

Acabó en la cocina común, atraído por el equipo de música de Suguru. Siempre se lo llevaba cuando iba allí a comer, y ahora sonaba What Goes Around, de Justin Timberlake. Muy Suguru, la verdad.

Cuando entró encontró a Nanami sentado en uno de los taburetes de la isla leyendo un grueso libro y al propio Suguru encorvado y con la cabeza metida en la nevera.

—¿No comiste antes?

—Los hechiceros comemos dos veces.

Haibara soltó un bufido y se sentó al lado de Nanami, observando a Suguru con un gesto divertido. Admiraba a los alumnos de segundo curso porque eran unos hechiceros tan excepcionales como únicos, nunca se cansaba de ver qué estaban haciendo.

Nanami, por otro lado, les consideraba a los cuatro una panda de insensatos. La única que se medio salvaba era Shoko, y a veces ni ella.

—No entiendo cómo estás tan en forma —le dijo el rubio.

—¿Te soy sincero? —Suguru se incorporó, con un bote de mayonesa entre sus manos que no dudó en escurrir suciamente sobre el sándwich que descansaba en la encimera. Nanami hizo una mueca de asco—. Yo no comía tanto, Satoru me contagió su espíritu glotón. Él sí que no debería estar tan delgado como lo está.

—En algunas religiones de los no-hechiceros comer tanto es pecado —comentó Haibara.

—Qué bueno que no somos ni no-hechiceros ni religiosos —contestó Suguru.

Haibara reprimió una risa, viendo a Suguru abrir mucho la boca para dar un buen bocado. No sabía lo que era, pero algo naranja se escurría de sus labios y se caía sobre la encimera.

El castaño acabó riéndose al ver cómo Suguru soltaba maldiciones en voz baja y movía las manos para tratar de recuperar los ingredientes.

—Quiero entrenar después —Haibara se volvió hacia su compañero de curso con ilusión.

Nanami le miró.

—¿No deberías esperar? ¿Dónde quedó eso de entrenar con Yuuna y no se qué?

—Preferiría dejarla descansar por ahora, a veces siento que se sobre esfuerza.

—Lo hace —le aseguró Suguru.

En ese instante, los tres hechiceros escucharon unos toques.

—¿Has bloqueado la puerta? —le preguntó Suguru a Haibara.

—No —contestó él, extrañado, mientras se dirigía a toda prisa hacia la salida. Los toques se volvieron más, y más, y más insistentes—. ¡Ya va, ya va!

—No suena a madera, suena a cristal —Nanami se volvió hacia la ventana, encontrándose de lleno con la amplia sonrisa de un Satoru que se suspendía en el aire del revés. Nanami se volvió a girar—. Falsa alarma, sí que era la puerta.

—¡Gojo! —cuando Haibara reparó en su presencia fue corriendo a abrir la ventana; Satoru se lanzó de cabeza e hizo una voltereta en el aire con lentitud, nadando en el oxígeno con ligereza.

—Buenas, querido populacho.

—¿Cómo está la muñeca? —le preguntó Suguru.

—Pff, perfectamente, es nuestra muñeca. Solo necesita descansar, ya sabes cómo se queda cuando utiliza su ritual de técnica maldita.

Muñeca Voodoo | Satoru GojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora