Cuando Satoru volvió al albergue con las manos vacías, sin un compañero y con la otra compañera al borde de la muerte, los refugiados lo volcaron a preguntas. Satoru no tuvo fuerzas para contestar ni una sola.
Se limitó a sentarse en uno de los bancos de los pasillos abiertos que daban al campo que rodeaba el albergue para esperar a que los médicos del refugio le dieran noticias sobre el estado tan crítico de Yuuna. No pensaba moverse de allí mientras tanto. Ni siquiera se había quitado el uniforme, parecía recién sacado de una película de terror slasher.
Tal vez esa era la razón por la que algunos refugiados le miraban con tanto pavor desde la lejanía. Bueno, era una mezcla morbosa entre curiosidad y pavor, en realidad. Llevaba varios días teniendo ese efecto en los demás. Ya fuera por sus ojos... o por el manto de energía maldita descontrolada que ahora despedía su cuerpo.
Satoru frunció el ceño, sin alzar la cabeza hacia los refugiados. Tenía los codos apoyados en las rodillas y estaba leyendo un libro infantil que Yuuna se trajo en el equipaje; no había podido evitar cogerlo cuando lo vio en la cómoda de la habitación que compartían. Necesitaba sentirse conectado a ella para retener su alma a su lado de alguna manera, por muy absurdo que sonase en realidad.
El Principito, ¿eh?
El cuento era infantil pero atrapante al mismo tiempo. Sin embargo, no lo suficiente como para distraer los afilados instintos de Satoru, y menos ahora que se habían disparado a niveles tan absurdos.
Y pesar de que se esforzaba por tener la cabeza en otra parte y en sus auriculares sonaba The World We Knew, de Frank Sinatra, casi al máximo volumen, podía escuchar con una facilidad fascinante todos y cada uno de los cuchicheos de los refugiados, cómo sus pulsos se aceleraban y el horror en sus cuerpos cada vez que cruzaban miradas con él.
—Da mucho mal rollo.
—Sí, me siento extraño con él cerca.
—Cuando llegaron él me pareció súper guapo... pero ahora parece que en cualquier momento nos va a matar a todos.
—Es como si su mera presencia hiciera el aire mucho mas denso y agobiante, no puedo respirar cuando estoy cerca de él.
—Pues aun así, yo me lo tiraba.
—¿En serio te piensas que tienes alguna posibilidad con alguien como él?
—Si es tan amigo de esa hechicera que tampoco es la gran cosa, ¿por qué no se iba a fijar en mí?
—¿Os estáis oyendo? ¡Que puede ser un asesino serial, por muy guapo que sea!
—Asesino es, desde luego. Todos los hechiceros lo son.
—Pues vaya psicópatas.
—Que monstruos así tengan sociedades enteras sí que es alarmante.
Satoru cerró los ojos, dejó el libro a un lado y hundió el rostro entre las manos.
Los no-hechiceros a veces eran exageradamente repelentes. Se quejaban por todo lo que sus instintos no reconocían, incluso cuando se trataba de personas que venían a salvarles la vida.
En ese momento, Suguru apareció por el fondo del pasillo. Satoru hizo una pistola con las manos y apoyó el rostro entre el pulgar y el índice, mirando a su mejor amigo de soslayo. Estaba casi tan lleno de sangre como él.
—Traes una cara horrible —murmuró cuando le tuvo delante.
—Solo siete han sobrevivido —contestó Suguru con la voz apagada—. Siete de dieciséis.
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Muñeca Voodoo | Satoru Gojo
FanfictionYuuna Zenin nació con una técnica maldita singular: la de ser capaz de absorber cualquier tipo de energía maldita, encarnar o clonar su supuesta maldición y adquirir todas sus habilidades por tiempo indefinido. Su poder la puso en el punto de mira d...