—Podemos enterrar a la chica en las tierras de los Gojo si eso te hace sentir mejor —le propuso Nozomi a su hijo.
—Los Zenin no lo permitirán.
—Los Zenin lo permitirán cuando agachen la cabeza de una vez y asuman que su palabra tiene menos peso político que la nuestra.
Satoru puso los ojos en blanco al escuchar otra vez el mismo cuento de siempre. Ni siquiera se molestó en disimular el berrinche: apoyó el moflete en la mano y soltó un suspiro sonoro, con el que dejó claro que el desmesurado ego que su familia había adquirido a costa de su propio nombre no se la podía sudar más.
Se negaba a ensuciarse otra vez en el mismo charco, especialmente con el cuerpo de Yuuna delante. Si su madre no tenía respeto por su amiga, él sí.
Nozomi iba a replicar pero unos toques en la puerta salvaron al albino de una posible reprimenda demasiado fuera de lugar. Sólo la mujer se giró, e indicó en voz alta que pasasen.
—Disculpad... —se pronunció Suguru en cuanto abrió la puerta—. Tenemos noticias de algunos refugiados que han venido desde otro albergue. Dicen que ya no hay ni rastro de las maldiciones por los pueblos.
Satoru no se giró hacia su mejor amigo, pero frunció el ceño.
—¿Han desaparecido así, sin más? —se extrañó Nozomi irguiéndose para quedar casi a la altura de Suguru.
—Sí —el moreno torció la boca y movió la mirada por el suelo, incapaz de levantarla hacia la camilla donde estaba el cadáver de Yuuna. Temía desestabilizarse si la miraba, y necesitaba seguir siendo el pilar de Satoru o todo estaría perdido—. Como si, de repente, ya no tuvieran nada que hacer aquí.
—O como si ya hubieran hecho lo que tenían que hacer —susurró Satoru para sí mismo. Volvió a mirar a Yuuna, y después a Suguru por primera vez—. Han sido los Zenin, ellos la han matado.
La habitación se sumió en un silencio sepulcral, tan sólo interrumpido por los adorables ronroneos del pequeño gatito que no lograron reducir la tensión en absoluto. Suguru contempló los fascinantes ojos de su mejor amigo con la misma incomodidad extraña que experimentó cuando lo vio solo en el pueblo, pero sin pestañear ni vacilar.
—¿Por qué iban a querer eliminar a su miembro más prometedor? —cuestionó entonces Nozomi.
—No lo sé, a mí también me suena absurdo —Satoru ladeó la cabeza, restregándose un poco la mejilla con la mano sin darse cuenta—. Pero todo apunta a ellos, empezando por el empeño de Jinichi y Naoya por que Yuuna participase en la misión y acabando por cómo la maldición arremetió contra ella hasta matarla.
—Como si estuviera siguiendo órdenes... —añadió Suguru pensativo.
Satoru nunca había sentido rencor por los Zenin, a diferencia del resto de su familia. Era curioso que, ahora que sí comenzaba a hacerlo, fuera porque ellos dañaron a uno de sus propios miembros.
Eso fue lo que Nozomi pensó cuando vio el semblante de su hijo completamente inexpresivo, como si cada músculo de su rostro estuviera tratando, a duras penas, de contener un tsunami de emociones que amenazaba con derrumbarlo en cualquier momento.
—Contrólate, Satoru.
Satoru no dijo nada ni miró a Nozomi, pero, como si de magia negra se tratasen sus palabras, el tsunami se apaciguó. Suguru incluso juraría haber visto una fugaz sonrisa cruzar sus labios, pero pasó tan rápido que no pudo deducirlo.
—Estoy controlado, madre.
—Satoru... —Suguru dudó varios instantes, pero finalmente habló—. Tenemos que volver a los pueblos a rescatar los supervivientes que quedan ahora que ya no hay peligro.
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Muñeca Voodoo | Satoru Gojo
FanficYuuna Zenin nació con una técnica maldita singular: la de ser capaz de absorber cualquier tipo de energía maldita, encarnar o clonar su supuesta maldición y adquirir todas sus habilidades por tiempo indefinido. Su poder la puso en el punto de mira d...