Capítulo 4

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Yuuna abrió los ojos lentamente, y lo primero que sintió fue un punzante dolor de cabeza. Despertar de esos letargos que su cuerpo necesitaba para sanar después de utilizar su técnica maldita era como regresar de entre los muertos, siempre estaba tan desorientada que no sabía ni qué año era.

Pero cuando vio a sus tres compañeros de clase invadiendo su habitación, durmiendo a moco tendido sobre el sofá que tenía frente a su cama y todavía con los uniformes puestos, supo que no habían pasado muchas horas desde que se terminó la misión del templo.

Suguru estaba sentado en la derecha de mala manera, con las rodillas muy separadas y la cabeza echada para atrás. Satoru estaba acostado en el largo del mueble, con la cabeza apoyada en el muslo de su mejor amigo y las piernas despatarradas entre el brazo y el respaldo del sofá. Y Shoko estaba a la izquierda sentada del revés, con la espalda entre el asiento y uno de los muslos de Satoru, la cabeza casi colgando y las piernas cruzadas en lo alto de la pared.

Parecían tres borrachos después de una noche de fiesta.

—No te atrevas a reírte —la voz de Satoru la sobresaltó, y Yuuna se dio cuenta de que probablemente la estaba mirando a través de las gafas de sol—. Llevo un rato sin poder moverme, se me han dormido las piernas.

—Pensaba que estabas dormido.

—Lo estaba, pero nos hemos despertado a la vez. Los latidos de tu corazón y tu pulso se aceleran cuando vuelves en ti, y es ruidoso.

Yuuna se abrazó a sí misma, avergonzada, e hizo un puchero.

—Pues no lo escuches —se quejó—. Me gustaría tener un poco de privacidad en mi habitación.

Satoru esbozó una amplia sonrisa, reacio a admitirle que tenía sus sentidos conectados específicamente a los de ella y no podía evitar sentir todas las alteraciones de su cuerpo.

—Tengo que hacerlo, ¿quién, si no, se asegurará de que no te despiertes con un deterioro neurológico? No quiero ser responsable de que te quedes tonta.

—Comprensible, ya seríamos dos tontos en clase.

Satoru hizo una carcajada nasal, pero no se defendió.

—¿No vas a reñirme por haberme teletransportado a tu habitación sin permiso? —le preguntó.

—¿Para qué? Siempre lo haces —rió Yuuna—, y si puedes llevarte gente contigo mejor.

—Quiero recalcar que también lo hice cuando volvimos de la misión para dejarte en tu cama, y me traje a Haibara.

Yuuna asintió con un gemido ronco, despreocupada. Sabía que estaba intentando molestarla, Satoru sabía mejor que nadie que le incomodaba tener gente en su habitación.

—Pues yo quiero recalcar que siempre que pasa esto tienes el detalle de quedarte cuidando de mí y no te mueves de la escuela hasta asegurarte de que estoy bien.

Satoru borró su sonrisa e hizo una mueca para cubrir su rubor. No se esperaba ese cumplido tan repentino.

—Exagerada, cualquiera lo haría.

—Ya, pero precisamente tú, no.

Yuuna se sentó y se dio cuenta de que había cosas en el colchón: una montaña de los chupa-chups de su sabor favorito, una tarjeta de memoria para una cámara con 256GB, y su nuevo bolso de Prada.

Yuuna esbozó una sonrisa, entre avergonzada e incrédula, y cuando miró a Satoru vio que él también la miraba atentamente a ella sobre los cristales de las gafas, sus intensos ojos azules atravesando su cuerpo y alcanzando su alma.

Muñeca Voodoo | Satoru GojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora