Prólogo

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Sentado en la barra, Vegas bebía a sorbitos de su copa y contaba los minutos en su reloj de pulsera hasta el momento de huir de allí.

Pasaba de las dos de la mañana y su paciencia estaba agotándose peligrosamente. Llevaba horas siguiendo a su jefe y a los dos estúpidos encargados por toda la ciudad, de bar en bar, oyendo historias que no creía y chistes absurdos sin gracia.

Acababan de ascenderle.

En realidad, debería estar eufórico, triunfante, radiante. Debería estar bebiendo y riendo y no frunciendo el ceño mientras jugaba con una servilleta que había roto en tiras con los dedos. A sus veintiséis años, acaba de convertirse en el CEO más joven de la historia de Geekko & Co, el bróker más prometedor del año y el número cinco de la lista de las 10 personas más exitosas del mundo de los negocios.

Pero, siendo sincero, Vegas no se sentía exitoso en absoluto. Se sentía agotado, malhumorado y cada vez más borracho. Y quería irse a casa.

En realidad, no. En casa estaba Lena, dulce y triste, esperándolo en la cama con las luces apagadas, permanentemente despierta, oliendo a té y pintalabios. Y no se sentía preparado para enfrentarse a su silencio violento. Hoy no.

Pero quería salir de allí. Cuanto antes. Ni siquiera sabía dónde quería estar, pero sabía que no era allí.

Cuando entraron en el enésimo local de la noche, Vegas decidió huir por su cuenta y pedir un taxi. Le daría disimuladamente una merecida propina a la camarera, que llevaba ya cinco minutos aguantando con una sonrisa rígida las obscenidades de sus compañeros. Dejaría su abrigo atrás; se darían cuenta si lo pedía. Saldría por la puerta de atrás, la había visto al llegar...

De hecho, estaba casi levantándose cuando una enorme mano se atenazó en su hombro. Sabía que era su jefe; olía el alcohol en su aliento.

"Vamos a pedir unas omegas para rematar, ¿eh? Apúntate, Vegas, venga "

"¿Unas...?" Tardó varios segundos en darse cuenta; estaban en un prostíbulo. Seguramente las luces de neón y las paredes forradas de papel pintado deberían haberle dado una pista, pero ya estaba demasiado harto- y demasiado borracho- como para preocuparse por nada más. Ni siquiera se había fijado, ¿A quién le importaba? Todos los locales eran iguales.

Había aparecido una hermosa mujer de piel oscura y pelo liso y negro recogido en la coronilla. Desprendía un fuerte olor- a flores, a miel, a algo dulce y espeso. Llevaba uno de esos perfumes que se echaban las chicas betas cuando querían oler como una omega y atraer a los alfas... pero no era difícil distinguirlas de las omegas verdaderas. En realidad, era increíblemente fácil.

"Para mi chico más prometedor, lo que él quiera" Vegas se estremeció al oler el tequila en su aliento "Es una gran noche, ¿eh? Acaba de llegar, se ha ganado el m-mejor ascenso de la promoción. N-Nueva York, ni más ni menos. Trae una omega rubia... una de esas altas y rubias de tetas grandes, ¿eh...? No. No, espera ,trae a una tailandesa. Una de estas pequeñas que dan masajes y vienen llenas de aceite... ¡No! No, que decida él. ¿Qué prefieres, Vegas? ¿Qué te apetece? Tú mandas"

Negó con la cabeza. Lo que de verdad le apetecía era estrangularlo.

"De verdad que no..." empezó a decir, pero su jefe no esperó a oír el final de su frase. No solía hacerlo.

"Tráele la puta más cara" decidió en voz alta, haciendo un gesto hacia la mujer que todavía esperaba de pie. "Omega, claro. La más cara que tengáis. Hoy no vamos a reparar en gastos. Anímate, invita la empresa. Bueno, invitan nuestros inversores..."

Vegas aprovechó la risa gorgoteante de su jefe, que - sabía por experiencia - lo dejaría sin aliento durante un buen rato, para volverse hacia la mujer y rechazar lo que fuese que tuviese en mente. Pero ella ya había desaparecido silenciosamente, y Vegas se quedó con la boca entreabierta antes de poder empezar a hablar.

A sus espaldas, su jefe ya tosía con esfuerzo, agotado por sus propias carcajadas profundas.

La estancia era grande, bien decorada y agradable, y Vegas daría medio brazo por no tener que estar allí. Había una enorme cama redonda decorada con sábanas rojas y aterciopeladas, una lámpara de cristal negro que arrojaba una luz tenue y una alfombra gruesa y suave que cubría todo el suelo. Allí sí que olía a omega, y olía bien; dulce y envolvente, como jazmín, fresa, algo más que no conseguía identificar...

Se sentó en la cama con un suspiro. Ya no tenía quince años; hacía algo más que el olor embriagador de una omega joven para conquistarlo. Estaba practicando mentalmente una explicación amable de que no necesitaba los servicios de una prostituta cuando la puerta se abrió.

No apareció ninguna chica espectacular vestida de satén y seda. Aparecieron unas caderas finas, unos hombros delicados y unas pestañas largas y espesas enmarcado unos ojos castaños y tristes.

Vegas se atragantó. "¿Pete?"

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