Capítulo 26🥑

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Capítulo 26:

      Caminaba de regreso a casa. Me sentía muy bien después esta tarde. Al llegar noté a mi madre acostada en el sofá de la sala. Me acerqué a ella, parecía una tienda de alcohol viviente y su temperatura era elevada. Estaba inconsciente, podía matarla y no iba a sentir dolor. 

El resultado de la toma de la temperatura fue alarmante, tenía fiebre de treinta y nueve. Tibié un poco de agua y busqué una toalla pequeña para pasársela por el cuerpo. Comenzó a quejarse dormida, pero solo fueron unos instantes.

Yo estudiaba su cara. Su rostro estaba empezando a marcar sus años. En su cabello se podían observar algunas canas. Sus labios estaba algo lastimados y su nariz estaba algo sucia.

Fue un momento en el que sentí dolor, me hacía sentir triste ver a alguien que necesito, odiarme así. En cambio, yo si le quiero y solo le debo que me trajo al mundo. Su amor era como los pobres entrando a tiendas para ricos, ven inalcanzable los productos.

Recuerdo como Carolina limpiaba la boca de Max, era mi padre quien lo hacía. También vi como cortaba de su comida para compartir a sus hijos, conmigo sin llevar su sangre lo hizo. Algo así en mi vida quisiera. Una mamá que me trate con la gentileza con la que ella le habla a ellos. Sé que no es envidia porque Pablo no tiene los abrazos de su papá, yo solo quisiera ese amor de madre en mi vida.

Dejé que la humedad en su cuerpo se secara y en una hora volvería a tomar su temperatura. Fui a la cocina y comencé a prepararle una sopa. Un caldo bien cargado de carne de pollo y sazones. La cocina fue invadida por un buen olor, esa sopa podía levantar un muerto.

Me di vuelta y me asusté cuando vi a mi madre demacrada apoyada en el marco de la puerta de la cocina. Su rostro tenía un color un poco pálido y su mirada era diferente, se notaba lo mal que se sentía. Me observaba en silencio, el miedo de sus golpes me invadieron. Un escalofrío recorrió mi espinazo.

—Menos mal que estas cocinando, ya me moría de hambre— dijo sin moverse— .Iré a acostarme, cuando termines de cocinar puedes llevármelo con un poco de agua mineral al tiempo.

—Está bien, yo lo hago— respondí.

Me acerqué hasta donde ella estaba con un inmenso tazón de sopa y el agua mineral. Se sentó y tomó en sus manos lo que yo había cocinado. Sus ojos se abrieron como plato, era la primera vez que ella comía algo preparado por mí.

—No sabía que cocinabas bien—dijo sin eliminar rastro de asombro.

—No es que lo haga bien, tú me enseñaste a seguir órdenes— solté evitando ser irónica.

—Claro, entiendo— respondió cortando la charla— . ¿Puedes alcanzarme un helado de la nevera? Quedan tres, deberías buscar más. Comes como cerdo—su tono era el de siempre, aunque un poco más frio. Esta señora ni enferma baja la guardia.

Fui hasta la nevera y le busqué uno de chocolate con chispitas. Lo puse encima de una mesita que había cerca, no iba a ser su esclava. Me estaba revelando, esta vez ella está indefensa.

Me acosté en mi cama. Mi cuerpo estaba agotado, sentía un peso inmenso, quizás me iba a hundir en mi cama y mis pies estaban entumecidos. Cerré los ojos, quedando profundamente dormida.

Una pequeña luz que entraba por mi ventana me despertó. Miré por el cristal empañado. Hoy era primero de diciembre, ya considero que es navidad. Es mi época favorita del año. Seguramente comenzaron a decorar la ciudad. Muchas veces había renos que alumbran y grandes Santa Claus. Señores caminando por toda la ciudad vestidos como el viejo gordo que regala una infancia llena de ilusiones en época navideña.

Me puse mi uniforme con un abrigo extra grande y me peiné una coleta. Me puse unos espejuelos falsos y salí a tomar mi desayuno. Mi casa estaba organizada, incluso los trastes de ayer estaban lavados. Abrí con cuidado la puerta de mi madre. Ella estaba dormida profundamente, por suerte.

El clima era muy frío. Redondo Beach puede llegar a ser muy frío e incluso muy caluroso en verano. Los vecinos comenzaban a salir de sus casas, muchos me deseaban una bonita navidad. Mi edificio tenía en la recepción un árbol de navidad lleno de luces ¿Cuándo lo hicieron? Porque ayer no estaba ahí. La chimenea que estaba en el centro de una pared gris tenía unos muñecos temáticos y calcetines con pequeñas cajitas. En los buzones de correo había pegatinas, cada uno tenía algo que representaba la festividad.

En la calle ya se sentía el ambiente a navidad. Las personas estaban un poco más alegres. Los niños siempre son felices, pero hoy había aumentado. Esperaban con ansias que Santa Claus les dejara ese juguete que les gustó por un comercial de televisión. Eso me recuerda a mi papá, todos los años contrataba a un señor para recibir mi regalo. No sé cómo pude llegar a odiarle. De pequeñas Sofía y yo éramos sus princesas, nos consentía en todo.

Carolina estaba en la entrada de una tienda de juguetes. Me le acerqué para saludarle y con una amplia sonrisa me recibió. Luego me abrazó y apoyó suave su mano en mi brazo.

—¿Cómo estás?— preguntó atentamente.

—Está todo bien. ¿Cómo esta Max y usted?

—Todo bien, pero no me digas usted. Me haces sentir vieja— bromeó y dio una palmada ligera en mi brazo.

—No lo es, usted es…— hice una pausa y sonreí apenada— . Tú eres bonita.

—Gracias, me halagas.

Después de cinco minutos de charla nos despedimos. Estaba algo apurada Carolina. Vino a la juguetería a comprarle el robot que pidió Max por navidad. Pablo aún estaba en su casa, si tenía suerte nos encontrábamos. Quería hablar sobre el baile de invierno, me daba mucho ilusión ir con él.

...

No tuve la suerte porque el bus llegó antes que él. En el horario de recreo nos vimos en el pasillo de los salones. Camilo estaba haciendo unas tareas, lo cual fue una ventaja.

—¿Cómo viniste hoy?— me preguntó dejando un beso en mis labios.

—Vine en el bus— respondí.

—Hoy tuve que llegar un poco tarde, me quedé dormido—me hablaba como si fuera uno más de sus amigos. Bueno, yo solo soy una amiga. De esas a la que le da besos y ratos húmedos, pero solo su amiga. Se despidió con un beso en la frente y se alejó despacio.

A veces quisiera recibir un “te quiero” de su parte. En buena onda, pero es imposible porque no vas por ahí diciendo “Hola amiga con derecho, te adoro”.

Fernanda se me acercó serena. Le puse los ojos en blanco y ella solo bajó la cabeza. Pero, aún así eso no hizo que se fuera.

—¿Qué quieres?— dije en el tono más frío que puede existir.

—¿Por qué me evitas?— preguntó con un tono tristón.

—Es que me cansé, tampoco quiero andar con alguien que se droga y fuma como prostituta en película vieja.

—Soy tu amiga, se supone que me tienes que aceptar como soy— comentó un poco más fuerte.

—Si fueras mi amiga no me obligaras a interactuar con personas diferentes a mí y menos, darme un cigarro— dije cogiendo sus hombros— .No te pongas brava, pero tengo miles de problemas en la cabeza y no pretendo hacer que esto sea otro.

—Espero que te vaya bien— ironizó cruzando los brazos.

—Bien o mal, no te preocupes que a tus oído no llegarán mis problemas —dije alejándome poco a poco—. Idiota— susurré bien bajito.

…Nota de la autora…❤️
Bueno, espero que les haya gustado el capítulo… Besos.

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