¿ESTAS LOCO?

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Max la había dejado sola, tuvo que irse corriendo ya que su madre lo necesitaba y bueno ella, salió con toda la tranquilidad y pereza del mundo, iba caminando directo al estacionamiento pasando frente a la oficina del maestro Anderson.

- Vaya, miren a quien le afecto el alcohol y eso que no tomó – escucha el comentario sarcástico de su maestro - ¿puedo saber porque no asistió a mi clase?

- Hola profesor – murmura apenada – me quedé dormida no escuche mi alarma

- No pensé que fuera tan irresponsable – comenta mientras acomoda unas cosas en su maletín – pasa no te quedes ahí parada y cierra la puerta - ¿cómo va con su trabajo?

- Creo que bien, aun me falta

- Pues tendrás que apurarte y espero pongas tu alarma porque es para mañana

- Claro, llegando a casa continuaré con el

- Después de la cena, estuve revisando tu historial académico y vaya, parece que no vas tan bien en mi clase, no creo que logres un nueve con el trabajo y en el examen, será mejor que decline desde ahora y la esperaré en el curso

- ¿Qué?, no – responde sorprendida – yo sé que puedo pasarla y no necesitaré ir al curso

- A como veo, no lo parece Beltrán

- Como quiera verlo – responde cruzándose de brazos

- No debes hablarme en ese tono

- Y usted no debe amenazarme con eso, yo se que puedo lograrlo

- Ajá, señorita, ¿se da cuenta que esta siendo insolente? – murmura acercando su rostro al de la chica

- Y usted esta siendo... - dice lentamente embobada por el aroma del perfumen de su maestro

- ¿Estoy siendo? – pregunta sin moverse un centímetro

- Amargado – responde siendo lo único que se le ocurre

- ¿Amargado? – ríe sarcástico alejándose y cruzando sus brazos sobre su pecho - ¿por qué amargado?

- Siempre está de pésimo humor – respon de obvio - ¿A cado siempre tiene resaca o la edad ya le afecta?

- Ahora estas siendo grosera – comenta en el mismo tono – puedo reportarte por faltarle el respeto a tu maestro

- Hágalo

- Te recuerdo que no soy tan viejo

- Bueno pues lo parece, creo la amargura le está llegando rápido

- Me estas orillando a que te repruebe en mi materia

− Y yo estoy esperando a que eso pase – sonríe Charlotte - ¿En serio va hacerlo maestro? – pregunta levantándose y acercándose al maestro de la misma manera en la que estaban hace unos momentos - ¿A mí?, ¿Esta seguro? – pregunta fingiendo tristeza colocando una mano en su pecho

− No me tientes Charlotte – susurra

− Usted lo sugirió primero – sonríe de lado

- Niña – susurra cerca de los labios de la chica – vete antes que...

- ¿Antes de que? – interrumpe viéndolo fijamente a los ojos - ¿Antes de que se arrepienta de... - es interrumpida por los labios de su maestro, sus ojos se abrieron sorprendida, pero una parte de ella la forzaba a relajarse.

Cerró los ojos, tratando de distanciarse de lo que estaba sucediendo, sorprendentemente Anderson era bastante buen besador, no era descuidado y el beso no era horroroso, pero si extraño, unos segundos más tarde, Anderson finalmente había terminado de besarla. Se sentía abrumada y extraña.

Ella se separó abruptamente. El silencio reinó en la oficina. La expresión en los ojos de ella reflejaba una mezcla de sorpresa y confusión, como si el beso hubiera desencadenado una tormenta de emociones inesperadas. Charlotte retrocedió unos pasos, con la mano en la boca, como si pudiera contener las palabras que amenazaban con escapar, él la miró con los ojos llenos de interrogantes, pero igual, ninguna palabra fue pronunciada. El silencio pesaba más que cualquier explicación.

Finalmente, Charlotte reaccionó y tomo sus cosas dando media vuelta saliendo del salón corriendo. Anderson la miró alejarse impotente ante la falta de palabras que pudiera reparar lo que hizo en ese momento.

El sonido de sus pasos resonaba en el vacío del estacionamiento, ella caminaba con determinación, pero la confusión se reflejaba en sus ojos, con cada paso que daba parecía cargar con el peso del beso compartido en la oficina de su profesor. El aire fresco del atardecer acariciaba su rostro, pero no lograba disipar el calor que persistía en sus mejillas por la intensidad del encuentro.

Al llegar a su coche, apretó el control remoto, desbloqueando las puertas con un clic metálico. Las luces interiores destellaron, iluminando momentáneamente el espacio a su alrededor. Ella se recargó en la puerta del conductor, mirando hacia el horizonte sin ver realmente.

Un suspiro escapó de sus labios mientras se apoyaba en el coche, perdida en sus pensamientos. La imagen del beso seguía danzando en su mente, como una escena que no podía borrarse fácilmente. Sus manos temblaban ligeramente mientras buscaba las llaves en su bolso, como si el simple acto de encontrarlas pudiera devolverle la compostura.

Finalmente, alzó la mirada y se encontró con su reflejo en el espejo retrovisor. Sus ojos reflejaban una tormenta de emociones: dudas, anhelos, preguntas sin respuestas. El sonido metálico de las llaves al caer en la palma de su mano la hizo regresar al momento presente.

Respiró hondo, como si quisiera absorber la tranquilidad para calmar su mente. Sin mirar atrás, abrió la puerta del coche y se adentró en el interior. El motor rugió a la vida, rompiendo el silencio del estacionamiento. Con un giro brusco, abandonó el lugar, dejando atrás el momento y llevándose consigo la incertidumbre de lo que el futuro le tendrá preparado.

Mientras conducía, ella intentaba enfocar sus pensamientos, apartando la imagen del beso de su mente para concentrarse en la tarea que la esperaba.

Al llegar a casa, el garaje se iluminó automáticamente, revelando un espacio tranquilo y conocido. Apagó el motor y se quedó allí por un momento, sumida en la penumbra, tratando de recobrar la calma. La puerta de la casa se abrió con un crujido suave, y ella ingresó, cerrando la puerta tras de sí con cuidado.

Mientras preparaba una taza de té, trató de despejar su mente, pero las imágenes del beso seguían danzando en su cabeza. Con la taza entre las manos, se dirigió al escritorio en su habitación. La tarea esperaba pacientemente, pero su mente divagaba entre líneas de texto y la sensación de los labios de él sobre los suyos.

Cerró los ojos por un momento, buscando encontrar la paz que le faltaba. Inhaló profundamente, tratando de alejar las distracciones y centrarse en el trabajo. Sin embargo, cada palabra que intentaba escribir se convertía en un recordatorio del beso, una distracción que se negaba a desaparecer.

Finalmente, con un suspiro frustrado, apartó la computadora. Se recostó en la silla, mirando fijamente la pantalla con una mezcla de determinación y resignación. Aquella noche, la tarea podría esperar, pues las sombras del beso la perseguían, desafiándola a enfrentar los sentimientos que habían surgido en ese callejón oscuro.

Derecho al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora