Apretaba tanto los dientes que casi podía oírlos agrietarse. Dejé de hacerlo en cuanto llegué ante las puertas de la sala de estar. Inspiré hondo, llamé tres veces y entré.
Lady Gracelie estaba conversando con sus dos damas de compañía, Hindra y Marda en torno a unas tazas de infusión. Las dos eran agradables, pero no hablaba demasiado con ellas. En realidad, con nadie excepto Clariess y Rodion. Y el Hombre de los Sueños, pero él no me parecía que contara.
—Hola, Perse —saludó en tono tranquilo. Cuando había alguien más delante, normalmente era toda amabilidad y calma.
—Milady —respondí, agachando la cabeza. — Disculpe la molestia, pero ha llegado una invitación para lady Clariess. Las hijas de los Eremien han organizado un almuerzo en su barco, y me ha pedido que os pregunte si le permitiríais asistir.
Gracelie no respondió de inmediato. Casi podía oír lo que pensaba: eran la familia más influyente de Cavintosh, y por lo tanto tenían una reputación que mantener. Clariess era la soltera más importante de la alta sociedad de la isla, de hecho, casi todo el mundo parecía pensar que, cuando cumpliera la mayoría de edad, la casarían con Eneas Garathard. Pero, aunque su hija fuera popular y la aristocracia insurrecta la adorara, Gracelie era muy protectora con ella. En cierto modo, todo el mundo lo era: Clariess simplemente despertaba esa clase de instintos.
—¿Hace buen tiempo?
—Excelente, milady —se me adelantó Marda. — No creo que Clariess tenga ningún problema.
—¿Quién más asistirá? — Esa vez fui yo la que respondió:
—Los Eremien, por supuesto. Los Lemmal, los Voritton... los que forman parte del círculo íntimo de los anfitriones.
Gracelie asintió, aún pensándoselo, hasta que Hindra dijo:
—Deje que vaya, milady. Es bueno para ella divertirse con gente de su edad.
—Sí, después del disgusto de hace unos días, seguro que le sentará bien —asintió Marda. — Seguro que la pequeña Clariess está aún afectada.
Aquellas mujeres seguían actuando como si Clariess tuviera diez años.
—Además, tendrá a Perse para ayudarla.
La noble me miró por el rabillo como siempre lo hacía, por un instante.
—¿Rodion y Cadmot también están invitados?
—Sus nombres figuraban en la invitación, pero me imagino que estarán demasiado ocupados como para asistir.
Gracelie ladeó la cabeza en conformidad y acabó cediendo.
—Muy bien. Dile a Clariess que tiene permiso para ir.
—Así lo haré.
Dediqué una inclinación a las tres mujeres y salí de la sala. Lo último que elegiría hacer aquel día era acompañar a Clariess a una fiesta llena de nobles insurrectos, pero estaba de acuerdo con Marda. De esa forma podría relajarse y olvidarse por un rato de las últimas noticias. Las dos estábamos tristes, pero yo había intentado distraerla para que no pensara tanto en ello. No me lo había puesto fácil, ya que, si no hablábamos sobre la guerra, quería hacerlo sobre Rodion y yo. Yo intentaba saciar su curiosidad en la medida de lo posible, pero no dejaba de hacer toda clase de preguntas, desde cómo habíamos conseguido mantenerlo en secreto tanto tiempo hasta si todavía era doncella. Me había negado a responder a esa pregunta, a pesar de que la respuesta era sí. Sabía que Rodion intentaba ser un caballero, y yo me alegraba porque no me atrevía a dar el paso. En el fondo, el Hombre de los Sueños tenía razón: sí que me avergonzaba de mi cuerpo lleno de cicatrices y malos recuerdos, y no quería que él me viera de ese modo. Sin embargo, cavilé, ahora que la mayor parte de ellas habían desaparecido, puede que fuera el momento de armarme de valor antes de que fuera demasiado tarde. Meneé la cabeza, sonrojándome. Ya pensaría en eso más tarde. Por el momento, tenía una joven dama de la que ocuparme.
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El reflejo de la Reina: Exilio
FantasyUna Reina despiadada Un reino en guerra El último bastión de los rebeldes Y una chica cuyos sueños son distintos a los demás Desde que fue adoptada por el general, la hija de traidores Perse ha vivido en Cavintosh, el único lugar que el poder de Fur...