Capítulo 6: A medianoche

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Mi decisión estaba tomada, pero ya me estaba arrepintiendo de ella.

Nunca me había dado cuenta de lo mala que era la seguridad de la casa de Fyodor, a pesar de que me escabullía con Rodion bastante a menudo. Él solía ser quien me guiaba para esquivar a los escasos vigilantes, y yo no sabía cómo estaban organizadas las guardias nocturnas. Fue sorprendentemente fácil esperar a que los vigilantes apostados en las murallas que rodeaban la mansión pasaran de largo para llegar hasta la salida que daba a los campos de entrenamiento del general.

Para evitar ser vista por los guardias, me alejé hasta internarme en las calles con la intención de dar un rodeo hasta llegar a la entrada. El asfalto parecía de oro y ónice, reflejando las sombras y las luces provenientes de las ventanas de los edificios y algún que otro farol o antorcha. Había cogido un cuchillo de la cocina, pero dudaba que fuera a ser suficiente para defenderme de lo que pudiera pasar. Inquieta, me envolví mejor con la capucha oscura que había traído conmigo y empecé a caminar con paso ligero. No debía quedar mucho para la medianoche.

Otra cosa que no le gustaba de esa ciudad: no había retos.

Echó la cabeza hacia atrás y suspiró. No exhaló el vaho al que estaba acostumbrado debido a las frías noches de Ethryant. No, aquella noche el aire era cálido y pegajoso. Había viajado a muchos lugares distintos, pero sólo había uno que le hiciera sentir como en casa.

Echaba de menos que en Krysthei, la capital de su reino natal, solía moverse saltando de tejado en tejado, trepando, encaramándose a torres y murallas. Esa costumbre se había arraigado en él como consecuencia de una infancia agitada y bastante difícil, pero era uno de los pocos elementos de su pasado que había decidido conservar. Se movía por la ciudad rápido como una centella y sigiloso como una sombra. Tras muchos años de práctica, tenía grabado en su mente un mapa de Krysthei, pero no de las calles, sino de sus tejados y sus edificaciones. Estaba seguro de que en Cavintosh lo considerarían una excentricidad, pero esa palabra era una de las muchas capaces de describir Ethryant.

Allí era demasiado fácil. Los edificios construidos por la Insurrección eran mucho más bajos que los del reino, y más fáciles de alcanzar, por lo que era capaz de hacerlo casi por instinto. Esa estúpida isla parecía creada para aburrirle e irritarle.

Eso debía haber sido lo que le ocurrió a la gente que huyó a esa isla hacía tantos años. Aunque todos quienes vivían allí lo habían sido, ya no tenía nada de ethryn, ese carácter particular por el que eran conocidos en todo el Continente del Norte.

Se inclinó por el borde del tejado sobre el que estaba encaramado cuando escuchó unos pasos en la calle. Apenas tuvo que esperar antes de avistar a una joven envuelta en una capucha caminando apresuradamente en dirección al camino situado ante las verjas de la casa.

Su boca se torció en una sonrisa diabólica. No había podido resistirse a citarla esa noche, indignarla era demasiado divertido como para dejar pasar la oportunidad de hacerlo. Quizá con eso no sería tan fácil llegar a ganarse su favor, pero sabía lo que hacía. Entrecerró los ojos para asegurarse de que, en efecto, se trataba de ella. Distinguió a pesar de la capucha ese rostro adorable en forma de corazón de piel dorada, ceño fruncido que, la verdad, encontraba encantador y labios apretados con preocupación. Esos labios también permanecían apretados cuando se guardaba algo que deseaba decir, pero podían pasar rápidamente a una sonrisa taimada que prometía palabras venenosas y secretos sin pronunciar. Perse parecía por el momento... complicada. Era contradictoria y distante, pero algo le decía que esa no era su forma de ser en absoluto. Fuera lo que hubiera bajo las grietas que la Insurrección había grabado sobre ella, no iba a marcharse sin averiguarlo.

Con la ligereza de una pluma, se dio impulso para caer hasta el suelo a un par de metros tras la joven. Ella pareció notarlo, porque se dio la vuelta lentamente hasta que sus ojos oscuros le perforaron con la mirada.

El reflejo de la Reina: ExilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora