Capítulo 19: Palabras regias

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"Hace un par de días estaba convencida de poder escapar. Ya no tanto.

La última vez que escribí no tenía dudas, pero cuanto más tiempo paso sola en esta celda, más difícil me resulta todo. Matar no me da ningún miedo, sé que soy capaz de hacerlo de nuevo. Lo que de verdad me preocupa es esa chica de pelo blanco a la que veo cuando me miro en el espejo. ¿Tiene intención de ayudarme? Es como si ya no pudiera confiar en mí misma."

—¡La cena se servirá en unos minutos, milady!

En un hábil gesto que había perfeccionado con el tiempo, arrojé el diario bajo la cama y exclamé para que me oyera desde el otro lado de la puerta:

—Gracias, Loana.

—¿Necesitáis algo?

—No, puedes irte.

Cuando me pareció que se había marchado, me agaché para recogerlo. Apenas había leído un par de anotaciones del diario de la asesina de mi padre, y lo cierto era que no podía parar. Nunca había sido una lectora apasionada, ni siquiera cuando fui a la escuela, y tampoco es que hubiera demasiados libros a mi alcalde, pero aquello era importante. A saber cuántas respuestas contenían esas páginas.

"Creo que el origen de esta magia puede ser otro mundo. Mejor dicho, el otro lado, el otro lado del espejo. El cristal es una barrera, pero yo puedo controlar ese otro lado y hacer que, lo que pase allí, ocurra aquí también. Cuando mi reflejo mató a todas esas personas, murieron en este lado también, aunque yo no hiciera nada. Cuando rompió los espejos, se rompieron en este lado. Como si el otro fuera la plancha usada en la imprenta, y este, el papel. Es descabellado, pero quizá sea la verdad. Esto significa que la única diferencia entre ese mundo y el otro es que, en ese, yo soy ese ser oscuro, esa criatura sobrenatural, que tiene el pelo blanco y es más rápida, fuerte y letal que nadie. Esa otra yo me provoca escalofríos. ¿Y si un día decidiera atravesar el cristal para ocupar mi lugar? He tenido pesadillas en las que pasaba eso. Sería como el final de uno de los cuentos de mamá, un castigo por haber aceptado el don del hombre del espejo. Ella siempre dijo que con la magia no se juega. Y yo lo he hecho. Jugué al juego de la muerte, y me gustó."

Solté una incrédula carcajada, apenas capaz de creer que hubiera sido una chica más joven que yo quien había escrito aquellas palabras. Incluso en aquellos trazos de una niña asustada se intuía la pesadilla en la que iba a convertirse. Si las fechas eran correctas, fue coronada Reina de Ethryant siete años después. Quizá fuera cierto que su reflejo la sustituyó, y las ilustraciones del libro de Asreyn fueran de la criatura al otro lado del espejo. Esperaba que no hubieran sido más que cuentos.

"De no ser por mi reflejo, el silencio me habría vuelto loca. Intento no hacer ruido para que el resto de los presos me ignoren, pero cuando me aburro rayo pentagramas en las paredes con canciones que ni siquiera me atrevo a tararear. A mediodía a veces me llega algo del griterío de la cantina, donde no quiero ni pensar en bajar. El ventanuco de mi celda da a una tierra gris, yerma, con apenas unas pocas sombras a lo lejos. No hay nada rodeando Rasken.

Trato de rehuir la sensación que la magia me produjo. Sólo la usé un par de veces, y la anhelo como el vino un borracho. Una vez pruebas algo así ya no lo olvidas. Es una trampa, pretende atraparme, y luego... quién sabe. No quiero comprobarlo por mucho que lo desee. Mi reflejo lo controlan mis pensamientos, o mi instinto, no estoy segura. Para no usarlo, trato de cerrar mi mente y no dejarle sentir nada. A veces no puedo evitar reflejarme, está clavado en la pared. Ella se da cuenta y me castiga. Raya el muro cuando intento dormir, estropea los pentagramas. Cuando golpea los barrotes, me entra el pánico porque pienso que me van a descubrir. No tengo claro cómo funciona. ¿Si no le dejo acceder a mi cabeza hace lo que quiere? ¿Qué sentido tiene eso? ¿Qué se supone que tengo que hacer?"

El reflejo de la Reina: ExilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora