Capítulo 22: Los caídos

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Tela áspera sobre mí mientras temblaba.

Pies fríos por los agujeros en mis calcetines.

Mi pelo enredado cosquilleándome en la boca.

El picor de las lágrimas.

Pasos atronadores como de gigante.

Se acercaba, se acercaba cada vez más, venía a por mí, tenía la mirada negra como los botones en los ojos del juguete, manos enormes y rugosas cerniéndose sobre mí...

Fui sacada abruptamente de mi pesadilla, pero no para acabar en el sueño de niebla, si no en la triste realidad. Cogí una bata, me puse los guantes para cubrir mis vendajes y salí al pasillo, donde me encontré con Rodion y Cadmot.

—¿Qué ha sido ese ruido?

—Han llegado noticias de...

—Nada que te importe —le interrumpió Cadmot. — Vuelve a tu habitación.

—¿Pero qué ha provocado ese ruido? ¿Ha sido vuestro padre? —insistí.

—Son malas noticias —fue lo único que dijo Rodion al respecto.

Y tanto, porque desde el piso de abajo nos llegó otro estruendo como el que me había despertado. Me dio la impresión de que, aquella vez, su enfado lo estaba pagando alguno de los lujosos candelabros dorados del vestíbulo. Sonreí discretamente.

Había seguido el consejo del Hombre de los Sueños de buscar las debilidades de mis enemigos. La del general estaba perfectamente clara: su ira. No solía tener ningún problema para controlarla con sus hombres y su familia, así que si había despertado a toda la casa en un brote de rabia es que lo que fuera que le habían dicho realmente le había enfurecido.

—¿Rodion? ¿Estás ahí?

Esa era la voz de Clariess desde su habitación. Tanto su hermano como yo nos dirigimos hacia su puerta, alargando las manos a la vez en dirección al pomo de modo que casi se tocaron. Le vi tragar saliva, pero lo ignoré y la abrí. El alboroto también debía de haberla asustado, porque ellhabía intentado levantarse. Sin embargo, se había tropezado de manera que estaba a gatas en los pies de su cama, tratando de incorporarse.

—¡Clariess! —exclamé, y Rodion y yo fuimos a su encuentro, sosteniéndola cada uno de un brazo para levantarla y devolverla a la cama. Cadmot entró poco después y bufó:

—¿Qué has hecho, Clariess? Un día de estos te vas a fastidiar la otra pierna por no tener cuidado.

—Cállate, Cadmot —gruñí, arreglando una de sus almohadas para que estuviera más cómoda. — Vuelve a decir algo así y seré yo quien te fastidie una pierna.

—No me gusta tu tono, Perse.

—A mí no me gustas tú.

—Vale, ya es suficiente —dijo Rodion antes de que su hermano volviera a replicar. — Es verdad que tienes que tener más cuidado, Clariess.

—Lo siento —murmuró ella, avergonzada. — Es que me he asustado. ¿Ha pasado algo?

—Me parece que tu padre ha roto uno de los candelabros de la entrada.

—Perse...

—¿Qué, Rodion? Me alegra que ya se haya ensañado, alguien se ha ahorrado muchos problemas.

Le miré, esperando a que reaccionara. Hacía mucho tiempo que era de los pocos que sabía la verdad sobre Fyodor, y aún no había hecho nada. Nunca había pensado que, a pesar de ser un soldado tan destacado y un héroe para tanta gente, se pudiera ser tan cobarde. Toda la vida, soñando con poder contárselo al chico del que me había enamorado, y ese era el resultado. Nunca me había atrevido por miedo a lo que el general me haría, y también porque no me sentía capaz de que esas palabras salieran de mi boca, pero siempre había querido que Rodion y Clariess lo supieran. Pensaba que eso rompería todas las opiniones que habían tenido de su padre, que lo odiarían tanto como yo y que me defenderían. Quizá todo aquel tiempo había idealizado demasiado su reacción y había sido ingenua.

El reflejo de la Reina: ExilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora