Capítulo 32: Promesa de fuego

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Cuando llegamos a la mansión de Eneas, sus criados nos condujeron hasta las habitaciones de invitados. Una sirvienta me acompañó hasta la mía, y en cuanto dejó mi baúl en el suelo, empezó a explicar:

—Ya se ha difundido el anuncio de la evacuación, pero nos han dicho que los Inferna aún no están la vista, así que tardarán bastante por ahora. En cuanto su flota sea avistada, tenemos instrucciones de su alteza de conducirles a todos hasta el refugio y, una vez los barcos estén listos, guiarles a través de un pasadizo que les conducirá al puerto.

—¿Un pasadizo?

—En efecto, está bajo tierra y pasa por debajo del Barrio Oriental hasta los barcos que les sacarán de aquí.

—¿Y cuándo será eso?

—En cuanto nos lo indiquen, milady. No se preocupe, le llevaré hasta el refugio a la primera vela negra que vean en el horizonte.

—¿Y dónde está ese refugio? ¿Debajo de la casa?

—Sí, un par de niveles por debajo de las mazmorras.

Alcé la vista bruscamente.

—¿Las mazmorras?

—Sí, los calabozos de su alteza.

—No sabía que tuviera calabozos por aquí.

—Sí, verá... Su alteza hizo instalar unas celdas de máxima seguridad para conservar aquí a algunos de los prisioneros de guerra.

—¿Por qué? Eso no me parece seguro.

—Lo sé, milady, pero... A su alteza le gusta tenerles aquí, dicen que es porque... le entretiene.

La sirvienta me dirigió una mirada cautelosa, como intentando distinguir si había hablado demasiado, pero aquello sonaba completamente lógico para mí. A saber lo que el enfermo de Eneas haría a todos los prisioneros a los que interrogaban bajo su propia casa.

—¿Y esas mazmorras... albergan prisioneros?

—En estos momentos, sólo albergan a dos.

Asentí, aunque apreté los puños.

—¿Y no sabrá quién es el encargado de interrogarlos? ¿No será mi hermano adoptivo?

—Si se refiere a lord Rodion, tiene razón, él ya vino por aquí una vez, pero desde entonces son los... empleados de su alteza quienes se encargan de los interrogatorios.

—Ya veo.

Mi voz sonó calmada, incluso curiosa, pero el corazón me latía a toda velocidad. Él estaba allí, bajo aquel suelo de mármol, encerrado.

¿Por qué me habría traído Eneas allí, teniéndole tan cerca? ¿Qué pretendía? Era inútil descifrar todo lo que se le pasaba por la cabeza a aquel malnacido, pero no iba a quedarme sin reaccionar.

—Espero, por mi seguridad y la de mis familiares, que esas mazmorras cuenten con la máxima vigilancia.

–No tiene que preocuparse por eso, están vigiladas todas las horas del día y de la noche, no hay manera de que esos dos prisioneros escapen.

Asentí.

—Gracias.

—Es un placer, milady. Si necesita cualquier cosa, no tiene más que llamarme, mi nombre es Salma.

—De acuerdo, puedes retirarte, Salma.

En cuanto se marchó, avancé hacia la ventana y apoyé la cabeza contra la superficie de cristal completamente transparente, observando el Barrio Oriental con la mirada oscurecida.

El reflejo de la Reina: ExilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora