Capítulo 24: Prisionera

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Al parecer, todas esas clases con el señor Adrell no me iban a servir, ya que me encontraba en el baile como acompañante de Eneas sin ser capaz de tenerme en pie por mí misma.

No me habían dejado levantarme de la cama en tres días, excepto para prepararme para la fiesta. Los Aursong habían llegado a la conclusión de que habían tenido demasiada manga ancha conmigo durante estos días, seguramente gracias a Rodion, y no pensaban dejar que hiciera nada contra ellos ahora que sabía lo que el Hombre de los Sueños me había revelado. Por esa razón, en cuanto me desperté en mi cama me había encontrado a Loana a mi lado, quien me había obligado a beber el contenido de un vaso que me había hecho volver a caer rendida y me había arrebatado las fuerzas para levantarme. Ni siquiera me habían enviado a entrenar con Scilla, se habían limitado a hacer que Loana me administrara esas medicinas cada día para que cada vez que tratara de salir de mi cama mi mente volviera a nublarse y yo volviera a quedar indefensa. La sirvienta se había encargado de vestirme como si fuera una muñeca que no dejaba de insultarla entre delirios y me había dado una última dosis antes de enviarme en carruaje al encuentro del príncipe.

La sonrisa de Eneas me daba ganas de borrársela a golpe de cristal. Me miraba sabiendo que estaba por completo a su merced, que ya no había bravatas que valieran porque había quedado reducida exactamente a lo que todos ellos querían. En cuanto entramos, el salón empezó a darme vueltas, y, por supuesto, él se mostró de lo más galante al guiarme hasta una silla en la que me dejó tirada como si fuera una chaqueta mientras iba a saludar a los invitados.

¿Así era como planeaban tratarme ahora que sabía la verdad? ¿Iba a hacerme vivir drogada y silenciosa hasta que tuvieran que sacarme a un campo de batalla, como si no fuera más que su fiera enjaulada? No, no iba a dejar que las cosas quedaran así. Nunca, bajo ningún concepto volvería a obedecer al hombre que ahora sabía que era mi secuestrador, nunca volvería a permanecer en silencio por quien había hecho de mi vida un infierno. No pensaba proporcionarles a la bruja que querían. En su lugar, cuando llegara el momento tendrían a una infinitamente peor.

Iba a matar a Fyodor Aursong. Si antes lo tenía claro, ahora era cristalino. Aún seguía procesando la idea de que fuera el asesino de mi padre.Él me había arrebatado a la familia cuya ausencia había sentido toda mi vida. No tenía la menor idea de cómo su fantasma había pasado a residir en mi mente, pero me parecía un milagro. Sin embargo, sólo de imaginar cómo podría haber sido mi vida, cómo habría sido ser criada en Ethryant por el hombre maravilloso al que veía en sueños hacía que mis ojos relucieran de rabia y cada célula de mi cuerpo me ordenara darle muerte a su asesino. Si Loana no se asegurara de controlarme, quizá ya lo habría hecho. La mujer tímida y servicial a la que había creído conocer estas últimas semanas se había convertido en alguien frío, indiferente y eficaz a lo largo del día. Debería haber supuesto que no asignarían a cualquiera para ser quien me cuidara.

Poco después, los Guntheron, quienes eran los anfitriones, se acercaron dudosos para saludarme.

—Nos alegra que hayáis podido venir, lady Perse.

No tenía humor para aquello. En absoluto.

—Sí, claro.

—¿Os encontráis bien?

—No es nada, es sólo que creo que el viaje en carruaje no le ha sentado muy bien a mi prometida —intervino oportunamente Eneas. — Estoy seguro de que no tardará en encontrarse mejor. Ozgur, ¿te importaría traer a lady Perse una bebida fría? Lo agradecería mucho.

El segundo hijo de los Guntheron asintió. En aquella ocasión, Fyodor y Gracelie habían escogido a otro heredero para que acompañara a Clariess, y probablemente Ozgur se alegraba. Le gustaba demasiado ser el protagonista en todas las fiestas como para que se hubiera contentado con ser el apoyo de la joven Aursong, y ya le había demostrado con toda la discreción de la que podía disponer un patán de que la consideraba una compañía aburrida.

El reflejo de la Reina: ExilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora