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ENZO.

Apague mí celular, dispuesto a intentar escuchar lo que mi representante me planteaba. Las últimas semanas habían sido eternas, y verlo se volvió una rutina agotadora.

—Es importante que no trascienda a los medios. Imagínate, Valentina puede hablar y arruinarte, por eso hay que mantenerla contenta— decía, leyendo algunos papeles.

Relamí mis labios antes de responderle. Una contestación equivocada, y pondría el grito en el cielo.

—Tampoco es cuestión de darle todo así nomás— objete, cruzandome de brazos.— Y la custodia de mi hija no se negocia.

—Enzo...— suspiró Leonardo.

—Esperemos al abogado. Ni vos ni yo entendemos una goma, así que veremos qué dice.

—Abogada— corrigió, para mi sorpresa.

—¿Es mina?

—Si, ¿qué tiene?

Bufé, pasándome las manos por la cara.

—Que va a estar a favor de todo lo que pida Valentina. Entre mujeres se ayudan.

—No digas pelotudeces, haceme el favor— dijo, indignado.— Le vas a pagar, tiene que poner todo a ventaja tuya, imbécil.

Mire por la ventana en desacuerdo con él, pero con la esperanza de que fuera cierto lo que dice.

Observe el paisaje que daba el décimo piso de las oficinas judiciales, y largué un suspiro.
Esto del divorcio con Valentina me estaba sacando todas las ganas de vivir. Y sobre todo, el tema de Olivia.

La madre me quería separar a toda costa de ella. Dado a que ya no sería mantenida por mí, o por lo menos no como antes, estaba empecinada en quitarme todo. Por supuesto, no iba a dejarla.

Desde que le cayó la ficha de la separación, estaba más insoportable que nunca. Me decía de todo menos que era lindo, y creo que no había escuchado un adjetivo a favor mío en mucho tiempo. En parte la culpa era mía ya que nuestra relación se había desgastado debido al poco tiempo e interés que le dedicaba. Para ser franco, aunque Valentina era una mujer hermosa y compañera, la había dejado de querer y no sabía porqué. Creía que la razón era que todo se había vuelto monótono y aburrido.

A pesar de que todo era doloroso para ambos, ella mostraba que su única preocupación era  económica. No entendía cómo había cambiado su personalidad en tan poco tiempo. Era la viva frase de por la plata baila el mono.

—Esta tardando mucho esta piba, ¿no?— agarre mí celular para chequear la hora. Hace veinte minutos estábamos esperándola.

Leonardo no llego a responderme porque unos toques suaves en la puerta interrumpieron. Inmediatamente nos paramos los dos, y la puerta se abrió después de que él le concediera permiso.

Cuando la figura femenina se hizo presente, casi me caigo al piso.

Una morocha de metro sesenta, con una sonrisa tímida y piercings en la cara se presentó. Llevaba una camisa blanca con los dos primeros botones abiertos, un blazer gris un poco más arriba de la cadera, una falda bastante corta para ser de oficina, y unos zapatos con poco tacón. Me perdí completamente en como se acercó a nosotros, moviendo con firmeza sus largas piernas.
El olor que desprendía hizo que agarrará con fuerza de la mesa.

Aunque mi cara era sería y mi gesto indiferente, tuve que tragar saliva cuando estrechamos las manos.

—Buenos días. Soy Catalina Torrente— se presentó, con una postura impoluta.— El estudio me solicito para el caso de divorcio y custodia de Enzo Jeremías Fernández.

𝗔𝗕𝗢𝗚𝗔𝗗𝗔 | 𝗲𝗻𝘇𝗼 𝗳𝗲𝗿𝗻𝗮𝗻𝗱𝗲𝘇 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora