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ENZO.

No termine de entrar por la puerta de mi casa que ya estaba tirado en el sillón, soltando un sonido de satisfacción ante la sensación de por fin poder tener un momento para no hacer nada.

La semana me había parecido más larga de lo normal, y para colmo, no tuve un minuto libre en todos esos días. Desde la extensión en el horario de entrenamientos hasta las charlas diarias con los padres del jardín para organizar el primer acto de Olivia, pase los siete días yendo de acá para allá, siempre ocupado con algo. Esto de ser un padre soltero responsable conllevaba más trabajo del que yo creía, ya que no sabía de la existencia de los tantos eventos que tenían los nenes de cuatro años. Lo único positivo de todo era la alegría con la que me recibía mi hija cada vez que nos veíamos, teniendo siempre una actividad nueva para que hagamos juntos.

Admitía también que el motivo de estar tan atareado era para no pensar constantemente en cierta morocha, que ya extrañaba a un nivel bastante enfermizo.

Las imágenes de ella en las distintas posiciones que surgieron esa noche frecuentaban por mi mente sin poder evitarlo, disfrutando cada ocasión que tenía para recordarla. Era linda de cualquier forma, pero poniéndome cara de súplica mientras se desesperaba por mi toque es, definitivamente, mí forma favorita. Me fue casi imposible no acabar a los segundos de estar dentro suyo, completamente complacido de cómo me apretaba y se amoldaba a mí tan perfectamente. Probablemente me costaría no perderme en lo que tenía para darme. A esta altura, necesitar tanto estar con ella otra vez me hacía mal a la cabeza.

Esperaba que le sucediera algo parecido, porque sino me sentiría el último pajero del mundo. Por lo que aseguro, la había pasado bien, pero era difícil descifrar si tenía las mismas ganas que yo cuando no se le cayó un mensaje desde el miércoles. Ahora, hacía exactamente una semana que abandoné en silencio su departamento a las seis de la mañana, dejando en una servilleta arrugada un mensaje que escribí con una lapicera que milagrosamente estaba en el escritorio del living. La nota era clara y concisa: Perdona morocha, me tenía que rajar a entrenar. La próxima la hacemos un finde así me puedo despertar al lado de ese culo hermoso y darle un par de besos.

Quizá la había asustado con tanta intensidad repentina. En mi defensa, era muy temprano y ella estaba muy linda durmiendo boca abajo con tan solo la lencería que obligue a que se ponga, sin dejar que se despoje de la misma en ningún momento. Me costó mucho respetar que tenía que marcharme ante la idea de despertarla para despedirme con la última sensación de estar dentro suyo. Decidí no hacerlo por falta de tiempo, y con la ilusión de que recibiría alguna respuesta al papel que deje sobre su mesita de luz. El no tener noticias pasada una semana produjo el pensamiento de que, tal vez, pase un tiempo antes de que volvamos a hablar.

Pero ahora, sin poder evitarlo, buscaba una excusa para mandar un mensaje mientras me preparaba para ir a pasar la tarde con Olivia en casa de Valentina. Si seguía comiéndome la cabeza, iba a aparecerme en el departamento de la morocha para continuar descargando contra ella todas las ganas que tenía.

𝗔𝗕𝗢𝗚𝗔𝗗𝗔 | 𝗲𝗻𝘇𝗼 𝗳𝗲𝗿𝗻𝗮𝗻𝗱𝗲𝘇 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora