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ENZO.

Me tiré en la cama con desgano, tapandome con la gran frazada y poniendo el aire en 18°. Agarre el control remoto y puse la serie que estaba viendo este último tiempo.

La separación con Valentina me había llevado a alquilar un departamento para mi solo; la convivencia se había vuelto insoportable con ella. Entre que no se decidía en estar ofendida o rogarme para que arreglemos las cosas, me había cansado. Por eso mismo, busque un lugar solitario pero cercano a la casa donde anteriormente vivíamos. Fue un alivio esa desición, por lo menos para mí.

Sin embargo, no puedo negar cuánto extraño a Olivia. Estos pequeños lapsos de descanso que tenía, me gustaría compartirlos con ella. Jugando, contándole cuentos, cantando canciones o viendo algún dibujo animado. Increíblemente, extrañaba escuchar la Granja de Zenón.

Se me vino a la mente el recuerdo de la abogada hablando sobre esos momentos.

Rápidamente busque mí celular, dispuesto a indagar sobre ella.
La primera aplicación fue Instagram. Puse en el buscador, Catalina Torrente. Nada. Probé al revés. Torrente Catalina. Nada tampoco. Me aparecían miles de pibas con el mismo nombre, pero ninguna era ella.

Casi por rendirme, probé solo con la abreviación de su nombre y su apellido completo. En un instante, la foto de perfil de la morocha apareció primero. Aprete con alegría el usuario, pero está se desvaneció al segundo. Perfil privado. Claramente.

Mordí mí labio con indecisión. Si le mandaba solicitud, sabía que no la iba a aceptar. Predeciblemente la pelinegra tenía pinta de ser de las que no mezclan las cosas. Ergo, una ortiva.
Sin embargo, una idea se cruzó por mi cabeza. Entre a la aplicación de contactos y marque el número de mi hermano Rodrigo.

Tardo tres tonos en atenderme.

—Mira quien cayó del cielo— comento apenas empezó la llamada.— ¿Qué onda, gil? ¿Te acordaste de mí?

—Necesito un favor— le corté rápidamente el chorro.— Tenés que seguir a una piba en Instagram, y si te acepta, prestarme tu cuenta para ver su perfil.

—¿Estás en pedo, boludo? ¿Vos querés que me echen de mi casa?— pregunto, haciendo referencia a su mujer.— ¿Por qué no la seguís vos?

—Porque no me va a aceptar— bufé.— Es mi abogada.

—Ah, bueno— carcajeo, alargando la última “o”.— ¿Te querés cepillar a una estiradita?

—Callate, pelotudo. No te interesa. Seguila y avísame si te acepta, te mando el perfil por privado.

—Esta bien— acepto a regañadientes.— Pero si me agarran, te haces cargo vos.

—Domado— dije antes de cortarle.

Le mandé el usuario y apague el teléfono, dispuesto a esperar. Por supuesto, en todo ese tiempo me comí tanto las uñas que casi llego al nudillo. Ni hablar de que la serie quedó completamente en segundo plano, porque no podía ponerle un poco de atención.

Luego de una hora, mi celular vibro en la mesita de luz. Lo agarre dudoso, sonriendo cuando vi el chat de mi hermano con la contraseña de su cuenta, acompañado con un me debes una.

Me quedé duro cuando vi el Instagram de la morocha. En todos los sentidos.

Sin duda alguna, las fotos que subía no le hacían juicio. Era muchísimo más bonita en persona, pero sus posteos resaltaban su belleza por igual.
Muchas fotos de ella, del laburo, de paisajes, cosas aesthetic que nunca iba a poder entender. Nada daba el indicio que tuviera pareja.

𝗔𝗕𝗢𝗚𝗔𝗗𝗔 | 𝗲𝗻𝘇𝗼 𝗳𝗲𝗿𝗻𝗮𝗻𝗱𝗲𝘇 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora