El aire denso de la lujosa vivienda de los Hódar estaba cargado de tensión, como una tormenta que amenazaba con desencadenarse en cualquier momento. Juan Carlos Hódar, un hombre de porte imponente y cabello entrecano, se encontraba de pie frente a su hija Violeta. Esta última, de mirada desafiante y cabellos de fuego, no estaba dispuesta a aceptar la decisión que su padre había tomado por ella.
- Padre, ¿cómo podéis siquiera concebir la idea de despacharme a trabajar en un barco insalubre y deteriorado? ¿Qué será de mis estudios? ¿Cuándo podré proseguir mi educación, antes o después de pasar horas desempeñando tareas mundanas en la cubierta? No pretendo desprestigiar la labor de esas gentes, pero esa no es mi vida. Es sumamente injusto apartarme de todo, especialmente ahora que necesitamos más que nunca el apoyo familiar. Y usted madre, ¿no va a decir nada? ¿Tan fácil es desentenderse de mí?-, exclamó Violeta con indignación, mientras su madre, con lágrimas en los ojos, permanecía en silencio, asimilando la dura realidad.
Juan Carlos, con voz firme pero apesadumbrada, respondió:
- Violeta, esto es necesario. La reputación de la familia está en juego, y, pese a nuestra confianza en la educación refinada que te hemos dispensado, también somos conscientes de tu temperamento. En este instante, no podemos tolerar comentarios desafortunados ni ningún desliz de imprudencia. Considerando tus antecedentes, he llegado a la conclusión de que es imperativo aprovechar esta desafortunada situación para que adquieras enseñanzas vitales y comprendas que la vida va más allá de los lujos y las comodidades.
- Por todos los cielos, habláis como si fuera una niña ignorante e inconsciente. Entiendo mi posición privilegiada, siempre lo he hecho. No obstante, no logro vislumbrar cómo exponerme a los peligros del océano habrá de beneficiarme de algún modo. Además, ¿esperáis que detenga mi vida por completo? ¿Qué sucederá con mis amistades, mi club de lectura o mis clases de ballet? ¿Acaso unos marineros analfabetos se encargarán de instruirme en el refinamiento de mi 'plié' o me incluirán en sus intensas deliberaciones sobre filósofos griegos?
El hombre, exasperado ante la terquedad de su hija, proclamó:
- Basta ya, Violeta. Si comprendes tan bien cuál es tu posición, te recordaré que soy tu padre y el que tiene la última palabra en esta casa, junto a tu madre. No permitiré que continúes cuestionando mis decisiones. Mañana al alba emprenderás tu viaje, y eso pondrá fin a la discusión. Y permíteme decirte, querida, que quizás esos marineros a los que consideras carentes de letras te sorprendan. A veces, los más ilustrados no son precisamente aquellos favorecidos por las clases elevadas, y estoy seguro de que esos jóvenes poseen profundos conocimientos en diversas disciplinas.
La joven apretó los puños con rabia, aunque acabó aceptando que carecía de influencia alguna. A pesar de dar por sentado ese asunto, optó por dirigir su cólera hacia otro tema.
- Muy bien, admito que no poseo ningún poder de decisión respecto a mi destino, pero ¿y Álex? ¿Dónde se encuentra él en mi último día en esta orilla? ¿No va a tomarse la molestia de despedirse? ¿Tan grande es tu dominio sobre mí pero ni siquiera puedes conseguir que tu primogénito aparezca por casa?-, reprochó, aludiendo a su hermano mayor.
La madre de Violeta, entre sollozos, se atrevió a intervenir.
- Violeta, cariño, tu hermano se encuentra en una posición sumamente delicada, enfrentándose a la pluma mordaz de la prensa y a asuntos judiciales. Ruego le perdones en esta ocasión. Y ten confianza en tu padre, él anhela únicamente tu bienestar.
La muchacha, furiosa por la falta de apoyo materno, lanzó una mirada desafiante antes de salir de la habitación. El rostro de Juan Carlos reflejaba dolor y determinación mientras observaba cómo su hija abandonaba la escena.
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Más tarde, en el sombrío bar del puerto, la escena se impregnó de emotividad y de un aura de despedida, envuelta en una penumbra que apenas dejaba entrever los rostros de los presentes. El murmullo de las conversaciones y el tintineo de vasos llenos de licor formaban el telón de fondo perfecto para el adiós que se avecinaba. El majestuoso barco aguardaba en la bahía, con sus velas ondeando al viento, listo para zarpar hacia lo desconocido. Violeta, vestida con ropas más modestas, contemplaba el entorno con una mezcla de temor y curiosidad.
Entre la multitud, el capitán Guix, un hombre curtido por los elementos y con una mirada que contaba historias de mil mares, se acercó a Juan Carlos. Se saludaron de manera efusiva, recordando viejos tiempos.
- Juan Carlos, no te preocupes. Cuidaré de Violeta como si fuera mi propia hija. Estará segura con nosotros-, aseguró Guix, apretando el hombro de su amigo.
Juan Carlos asintió, agradecido. - Confío en ti, Guix. Cuídala bien y tráela de vuelta sana y salva.
El capitán ofreció sus saludos a la esposa de su antiguo amigo, dedicándole palabras de consuelo, y mediante un gesto, indicó a dos de sus hombres que se encargaran del equipaje de la joven. Estos dos individuos corpulentos, que hasta el momento se habían mantenido en la entrada del bar resguardando la puerta, avanzaron hacia Violeta para encargarse de sus pertenencias. Sus fuertes manos manejaban con facilidad las maletas, y aunque no decían una palabra, transmitían determinación y seguridad.
Guix se volvió hacia Juan Carlos con una mirada de preocupación: - Juan Carlos, precisamos un nombre ficticio para la señorita Violeta, algo que la proteja durante el viaje. ¿Tienes alguna sugerencia?
Juan Carlos reflexionó un momento y luego propuso: - Podríamos emplear su segundo nombre, Isabel. Es parte de ella y al mismo tiempo la resguarda.
La madre, al escuchar la propuesta, intervino: - Y como apellido, podríamos utilizar Márquez, mi apellido. Así mantendríamos su conexión familiar.
Violeta, al escuchar la sugerencia, se sintió incómoda: - No sé... ya estoy renunciando a toda mi vida; mi nombre era lo último que me quedaba de la Violeta actual. No estoy segura de querer perder eso también.
Su madre la miró con comprensión: - Violeta, entendemos tus reservas, pero es por tu seguridad. Tú eres más que un nombre o que una ciudad, no puedes anclarte a esto. Te será útil para conocer quién eres realmente, aquí, allí, o donde sea.
Violeta inhaló profundamente antes de responder: - Está bien, ya he renunciado a todo. Supongo que puedo prescindir de esto también.
Guix asintió con empatía: - Comprendo lo difícil que debe ser, señorita Violeta, pero con el tiempo, te encariñarás con tu nueva vida. De ahora en adelante, serás conocida como Isabel Márquez.
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Tras una despedida cargada de emociones, Violeta y el Capitán Guix avanzaban en silencio por el bullicioso puerto. A medida que se acercaban a la imponente embarcación, Violeta se dejó envolver por la singularidad de la tripulación que la esperaba. Era un conjunto peculiar, sin lugar a dudas.
No pudo evitar notar la presencia de otra muchacha, que rondaría su edad, y que, no obstante, mostraba una apariencia experimentada y desprovista de temores. Sus ojos, en particular, captaron su atención. Aunque pronto desvió la mirada hacia el capitán, quien, a pesar del temor que la situación le causaba, le infundía cierta serenidad.
Mientras tanto, Chiara, la joven marinera, observaba la escena desde el barco con curiosidad. Notó a Violeta entre la multitud y se preguntó qué secretos y desafíos le depararía la llegada de la joven a bordo...
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Destinos a la deriva / Kivi
FanfictionEn los tumultuosos mares del siglo XVIII, donde la libertad coqueteaba con la traición y los piratas reinaban como soberanos del caos, se forjó un destino inesperado para dos almas dispares: Violeta Hódar y Chiara Oliver.