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Daphne

Era como otro cualquier día, en este castillo. Saber que no sufres de ninguna enfermedad y no poder salir de estas cuatro paredes es frustrante.

Ya fui al jardín, ya fui a la biblioteca, recorrí todo el primer piso del castillo, ¡no se que más hacer!

Sigo caminado por estos pasillos sin rumbo fijo, hasta que escucho unas voces no muy lejos de donde me encuentro. Sigo el sonido de las voces hasta llegar a la cocina.

Genial, un lugar nuevo. Nunca había venido a la cocina, no se porque, pero ya que estoy aquí, voy a preparar algo, algo que siempre quise hacer en mi vida pasada. Un sándwich.

Mi mamá siempre me compraba uno todos los días, eran deliciosos, así que mi meta antes de morirme era hacer uno con mis propias manos, cosa que no pasó. Pero eso no importa ahora, la vida me ha dado una segunda oportunidad, para preparar ese delicioso sándwich.

Salgo de mis pensamientos, y me doy cuenta de que había gente en la cocina, mirándome un poco extraño.

—H-hola—. Balbucee.

Siguieron mirándome como si fuera un bichito raro.

—¿Tú no eres la esposa del rey?—. Habló un señor, con arrugas en su frente, su cabello negro con un poco de canas blancas, y tenía un sombrero blanco, lo cual significaba que el era el chef.

—Uh, ¿si?

Todos se miraron entre ellos y, luego volvieron a mirarme a mi.

—Y… si lo eres, ¿qué hace aquí?

—¿No puedo estar aquí?—. Pregunte.

El silencio se volvió más incómodo de lo que ya era. Pero aunque no me quieran aquí, no me pienso ir sin mi sándwich.

Comienzo a caminar hacia los estantes, abro uno por uno, hasta encontrar el pan.

—¿Tienen lechuga?

Todos seguían observándome, hasta que un chico fue hacia un extremo de la cocina, agarró algo de una bolsa, y luego me lo entregó, era la lechuga.

Le agradecí, y fui hacia la mesa

Unos minutos después, todos los que estaban en el lugar, comenzaron a ayudarme, y me pasaban las cosas que les pedía.

Cuando por fin acabe, le di un pequeño mordisco, no sabía cómo los que mi mamá solía comprarme, pero estaba bien para ser mi primera vez. Me percate de que seguían mirándome y, sería muy egoísta no darles una probadita.

A mi lado está el chico que me ayudó a pasarme la lechuga.

—¿Quieres?—. Le ofrecí el sándwich que estaba en mis manos.

—¿Acaso yo… puedo probar?—. Pronunció.

—Eh… si, tú me ayudaste a hacerlo, es lo menos que puedo hacer—. Afirmé.

El chico un poco dudoso, probó el sándwich. Sus ojos se abrieron como platos, ¿acaso no le gustó?

—¿Qué es esto?

—¿Qué?—. Dije aturdida. Pero pensándolo bien, supongo que en esta época aún no creaban los sándwich—. Es un sándwich.

—¿Sándwich?

—Si.

—Pues está delicioso, ¿puedo probar más?

Fue como una bomba que hicieron que todos estuvieran haciendo fila para probar tan rara combinación, algo que me causo un poco de gracia.

—Uno solo no alcanzará para todos, tendremos que hacer más—. Exclame.

No tuve que decir nada más, para que todos comenzarán a traerme los ingredientes para preparar más sándwiches. Y yo también me puse manos a la obra.

Luego de un buen rato, logre hacer en total de unos 35 sándwiches, y estoy exhausta, pero al ver cómo todos disfrutan los sándwiches, hace que valga la pena.

—¡No puede ser!—. Grita el chico que me ayudó desde un principio, que mientras preparaba los sándwiches, me enteré de que su nombre es Mathías—. ¡Miren la hora, y no le hemos preparado la merienda a su majestad!

Miro el reloj que esta colgado en la pared de la cocina y marca alrededor de las cuatro. Todos en la cocina comienzan a hablar al mismo tiempo, preocupados.

—Oigan—. Hablo lo suficientemente alto para que logren escucharme, lo cual funciona—. Y si le dan un sándwich.

—No sería mala idea—. Habla el chef.

—Pero, ¿y si no le gusta?

—Tú mismo lo probaste, dudo que no le guste.

—No hay que ser tan negativos—. Expresé.

—¿Y la bebida?—. Pregunta

—Eso se soluciona fácil, ¿tienen limones y panela?—. Pregunto.

—Si.

—Bien, entonces tráiganmelos, y también agua.

En un minuto o dos, termine la bebida.

—Limonada lista, ahora llévale esto al rey—. Puse el vaso de limonada y dos sándwiches en una bandeja de plata, y se las entregue a una chica, sin darle tiempo de hablar, le di un pequeño empujoncito, y salió de la cocina.

Todos dieron un suspiro de alivio.

Puede que el sándwich no salga con la limonada pero fue la única bebida fácil y rápida que se me vino a la mente. Espero y le guste.

Jack

Kathrine entra en mi estudio con una bandeja de plata y la coloca encima del escritorio. Observo lo que contiene, y me llama la atención lo que hay en ella.

—¿Qué es esto?—. Levanto uno de las dos piezas de pan que se separaban por otros ingredientes que contenía.

—La criada que me lo doy decía que se llamaba “sándwich”.

—¿Y de dónde sacaron esta idea?

—No lo se.

Miro el “sándwich” con detenimiento, y un poco dudoso le doy una probada.

Extrañamente sabe delicioso.

—¿Qué tal?

—Sabe bien.

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Hola, ¿cómo va su día?

Un Demonio Como EsposoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora