XIX

5 2 0
                                    

Al abrir los ojos, con lentitud, tratando de acostumbrarme a la claridad de la habitación. Me sentía desorientada, pero al darme cuenta de donde me encontraba, rápidamente recordé lo que ocurrió. Ví a Matza a mi lado mirándome con pesar.

—No puedo estar mucho tiempo aquí, tu novio llegará pronto.

Estaba en una camilla de hospital, sintiéndome mareada y con dolor corporal. Tenía la máscara de oxígeno y algunos artefactos conectados en mi pecho y brazos.

—Sé que esto lo hizo él y no unos ladrones como le ha dicho a la policía —comentó haciendo una mueca—. Lamento no hacer más.

La garganta me dolía y sentía su sequedad, pero con la poca fuerza que había recuperado, hablé en un susurro rasposo.

—Intervenga por mí... Ayúdame a que él no tenga control sobre mí.

Con mi ojo bueno, el derecho, ya que el izquierdo estaba hinchado, pude notar que se debatía. Se veía borrosa. Luego sentí un apretón en mi mano izquierda, la cual no sabía que estaba siendo sujetada por ella.

—Hablaré con mis amigos... Tal vez, por ser tú, sean más colaboradores —respondió con una sonrisa contenida—. Debes encontrar tu muñeca. No sé dónde la consiguió pero que tu novio la tenga, es un peligro para ti. Te traeré protecciones, y con suerte, podría intentar contactar con tu lazo.

Escuchar lo último, hizo que mi corazón diera un vuelco causando que mi pecho doliera y me quejara.

Sabía que estaba a punto de volver a caer en la inconsciencia. Esperaba no morir sin haber solucionado todo esto.

—Restaurante... Gusto di prelibatezza... Patricio... Hermano.

La dificultad para hablar era increíble, era como si mi garganta estuviera completamente seca y no me dejaba respirar con tranquilidad ni siquiera estando con oxígeno.

Me desmayé.

No escuchaba nada ni sentía algo.

Pero al cabo de unos minutos, mi mente me llevó a un lugar que fue medicina para mi alma.

Era un sueño nuevo y con un aura diferente. Me sentía afligida y triste. Era una felicidad opacada por melancolía.

Estaba en un departamento, uno completamente diferente de dónde vivía con Dylan. El ambiente era más cálido y tranquilo. Todo se mezclaba entre colores tierra y blanco.

Me encontraba en un sofá, con una hoja en la mano, parecía una carta. Tenía unas ganas inmensas de llorar y aunque no me cohibía de hacerlo, quería esperarlo a él. Quería su abrazo en un intento desesperado de reconfortarme.

Sentía el corazón roto.

Entonces, él llegó. Como siempre no podía escucharnos. Lo primero que hice al vernos, fue caminar hasta él y, con lágrimas en los ojos, le entregué el papel. Me miró con extrañeza y luego lo leyó.

A diferencia de mí, él sonrió y parecía felicitarme. Me abrazó con fuerza y sentí que, a pesar de ser una gran noticia, no podía celebrarlo en su totalidad. Le regresé el abrazo sintiendo como su agarre se suavizaba y comenzaba a acariciar mi cabello y espalda.

Entre mis hipidos, nos hablábamos. Parecía que él trataba de darme consuelo pero me negaba a recibirla.

—No quiero irme. No quiero que nos separemos, porque sé que lo haremos, ya lo habíamos hablado —Mi voz se escuchó distorsionada—. No quiero terminar contigo porque tengo que irme... Pero tampoco puedo obligarte a irte conmigo.

—No voy a cortar tus alas... Y si debes irte para utilizarlas, no voy a retenerte.

La respiración se me cortó. Escuchar su voz, profunda y fuerte, fue lo que me faltó para sentir que quien lloraba no era esa Priscila, sino yo.

Rabia, impotencia y desesperación.

¿Por qué tuve que irme? ¿Por qué no tengo más recuerdos? ¿Qué ocurrió en todo este tiempo?

Me dolía el pecho pero no era como lo sentía últimamente, era mi corazón apretado.

—No te preocupes por mí. Si la vida así lo quiere, nos encontraremos por allí así tengamos años sin vernos... Pero no puedes quedarte por mí —Me separó de él y tomó mi rostro con ambas manos para limpiar mis lágrimas con sus dedos pulgares— Sólo espero que no te olvides de mí.

Abrí los ojos de imprevisto. Escuché el monitor cardíaco sonar con rapidez mientras sentía mi garganta cerrarse por las ganas de llorar que no pude controlar. La tristeza que causó esa frase que resonaba en mi mente como un eco, destruyó la repentina calma que había adquirido al dormir.

Acabó conmigo.

¿Cómo es posible que su recuerdo me duela tanto?

¿Por qué me permití olvidarte?

El beso del recuerdo [Libro I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora