XXXVII

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—Eso es todo lo que sé, oficial.

El policía terminó de escribir en su libreta y me miró.

—Bien: nos comunicaremos con los oficiales de la otra ciudad ya que esto ha ocurrido en otro estado —Asentí—. Si tiene alguna pista o si nosotros conseguimos algo, le avisaremos.

—Por favor, encuentren a mi hija —suplicó el señor Santander. Ellos asintieron y se marcharon.

Al cabo de un rato, Katrina regresó en compañía de su madre. Sus brazos estaban enlazados y la menor de los Santander bebía un jugo.

—¿Saben algo? —interrogó Katrina.

—No —respondió su padre—. Patricio sigue muy delicado y Priscila aún no aparece.

—¿Patricio? ¿Mi patito está herido?

Todos nos giramos a ver a Matza, quien tenía los ojos muy abiertos. Me parecía sorprendente las habilidades que tiene esa mujer para aparecer en momentos oportunos y pareciendo un fantasma. Quiero decir, ¿cómo nos consiguió? Además, llegó en menos en treinta minutos y no en una hora.

Realmente, la mujer me asusta un poco.

Antes de que alguno le preguntara de dónde había salido, ella dijo:

—Disculpen. Soy Matza, la futura esposa de su hijo —Sonrió aunque todos la mirábamos con desconcierto—. Sólo que él no sabe, pero no se preocupen, él no podrá escapar de mis encantos.

—¿Por qué mis hermanos tienen parejas tan raras?

Quise objetar para proteger mi orgullo, pero decidí no hacerlo solamente porque no era el momento. Pero, volviendo a lo de Matza, esperaba que no le hiciera algún hechizo a Patricio.

¿Se lo estará inventando o lo vio en el futuro? ¿Se lo dijeron sus "amigos"?

Realmente, no sé cómo se daría esa relación. Cuando nos conocimos, aquella vez que Patricio fue a buscarme en el aeropuerto, ambos parecían perros y gatos en una pelea callejera.

Patricio es algo... odioso. Y Matza suele hacerse la misteriosa, hablando en acertijos raros y sin sentido, además que era algo irónica y siempre da las cosas por sentado, cosa que lo sacaba de quicio.

—Volveré en un rato, debo hacer algo con el aquí presente. Espero no les importe prestármelo un momento.

No esperó a que respondieran, sólo me tomó del brazo y me llevó con ella.

—¿Sabes cómo conseguirla?

—Hay personas más fuertes que yo —comentó mientras salíamos del hospital y nos dirigíamos a mi auto—. Así que espero que esté descuidado como para no interferir.

—¿Quién?

No respondió.

Nos subimos y me dio una dirección. De inmediato, supe adónde iríamos y no era un lugar de buena fama. Llegamos a una casona vieja y sucia. Apagué el auto y ambos salimos para dirigirnos a la puerta.

Nos abrió un señor excesivamente arrugado, vestido de un color crema y con un turbante del mismo color. Sus ojos eran casi inexistentes por los pliegues de su piel y se mantenía en pie, gracias a un bastón.

—Veo que lograste rejuvenecer.

—Él no iba a ganarme, abuelo.

Nos abrió el paso y entramos al lugar que olía a viejo y especias dulces y saladas. Hice una mueca de asco por eso y porque, al entrar a una habitación, encontré una infinidad de animales y partes de dudosa procedencia en botes de vidrio de diferentes tamaños.

Llegamos hasta una mesa y Matza comenzó a buscar quién sabe qué entre los estantes.

Este lugar me generaba rechazo y me turbaba de sobremanera. Si no fuera porque Priscila estaba de por medio, me hubiera ido.

Matza colocó un mapa del país sobre la mesa. Cada esquina, era sostenida por una vela blanca o roja, las cuales encendió. Lo primero que pensé fue que todo se va a quemar si nos llegábamos a tropezar con la mesa.

—¿No podías hacer esto sin que yo estuviera? Siento varios ojos observándome.

Matza cerró los ojos y comenzó a decir cosas que no comprendía. Era una lengua desconocida para mí. En eso, toma mi mano y la coloca sobre el mapa.

Una vela se apagó.

Matza abrió los ojos sin dejar de repetir lo que decía, levantó mi mano y colocó mi palma hacia arriba. De su bolsillo, sacó una pequeña navaja y en un movimiento rápido, hizo un corte en mi dedo anular.

Otra vela se apagó.

Su voz se hizo más fuerte. Dejó caer varias gotas de mi sangre sobre una parte del mapa. Pude visualizar que era la ciudad donde nos encontrábamos.

Otra vela se apagó.

Matza tomó mi otra mano y agarró mi dedo índice, mojándolo con mi sangre e hizo una circunferencia en mi dedo anular sangrante, como si fuera un anillo.

La última vela se apagó.

Quedamos en penumbras y en completo silencio, puesto que Matza calló en el momento en que la vela dejó de iluminar.

Tragué saliva.

No podía moverme. Era como si varias personas estuvieran agarrándome y dejándome inmóvil.

—Creo que... él no se descuidó —Escuché a Matza decepcionada.

—¿Qué quieres decir?

En ese momento, las cuatro velas se encendieron con una llama muy alta y rebelde. Vi a Matza sonreír y mirar el mapa.

Mi sangre había formado un camino por el mapa, una línea fina, como un hilo. Miré mi mano mutilada y, no sólo había desaparecido el anillo de sangre que Matza me había hecho con mi otra mano, sino que la herida en mi dedo, ya no estaba.

—Priscila está aquí —Señaló uno de los extremos de la línea, el contrario donde habían caído las gotas de sangre—. Hay que hacer una llamada anónima a la policía dando la ubicación, porque no podemos decirles cómo conseguimos su paradero, ¿verdad?

Asentí sin dejar de mirar el mapa. La escuché reír a carcajadas, parecía encantada por lo que había hecho. Sólo por eso la miré notando que daba saltos de felicidad.

—Matza, uno; Dylan, cinco —Soltó otra carcajada—. Por fin, gano una.

El beso del recuerdo [Libro I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora