XXXII

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—¿Dónde estabas, Priscila?

Me tomé de la cabeza al sentir que las punzadas se intensificaban. Lo que menos quería escuchar ahora, eran los reproches de Dylan.

—Fiesta de trabajo —me limité a responder. Caminé hasta el baño para lavarme el rostro y, con suerte, mejorar mi estado tan deplorable. Tal vez, así no se daría cuenta de mi labial corrido.

—No quiero discutir contigo, así que...

—Cállate, Dylan —espeté saliendo del baño para dirigirme a la cocina y buscar una pastilla para el dolor—. Tú desapareces de vez en cuándo y ni siquiera avisas. Tú me quitaste mi celular por quién sabe qué, así que no pude comunicartelo antes. ¡Estoy hasta la puta de que quieras controlar mi vida!

—Me estoy cansando, Priscila.

—¡Entonces, lárgate y déjame en paz! —grité encarándolo— O, al menos, cállate porque me duele la cabeza.

No me dio tiempo de tragarme la pastilla cuando sentí su mano empuñada en mi cabeza, jalándome el cabello y arrastrándome hasta la sala.

Le pedía que me soltara. El dolor de cabeza empeoró y el mareo regresó. Me estampó contra el suelo, causando que me golpeara. Se abalanzó sobre mí, inmovilizándome por completo y me tomó de la mandíbula, haciéndome abrir la boca.

Me movía desesperada, con una combinación de miedo y rabia. No lo quería cerca. Me daba repulsión su toque.

Dylan tenía el rostro neutro, causándome pavor su serenidad. Aquella vez que me golpeó y terminé en el hospital, me miraba con rabia: una emoción. Pero ahora no expresaba nada.

Sacó un botecito de su bolsillo: era de vidrio y con un corcho como tapa. Tenía un líquido grisáceo pero transparente. Lo abrió y aún con el control en mi mandíbula, vertió el líquido en mi boca. Hizo unos movimientos que me obligaban a tragarlo, pero se lo escupí en la cara.

Y fue allí cuando vi su rostro enojado.

Me dió una bofetada y luego me tomó el cabello desde coronilla, provocando que mi cabeza impactara contra el suelo con fuerza. Esto me dejó algo desorientada.

—¡¿Qué hiciste, maldita estúpida?!

Si no hacía algo, iba a matarme.

Seguí forcejeando. Mis brazos estaban inmovilizados, así que mi única salida es utilizando las piernas. Mientras recibía los insultos y golpes de Dylan, impulsé mis piernas hacia arriba, logrando entrelazarlas en un cuello. Lo jalé y apreté mis piernas, recibiendo sus golpes en ellas para que le soltara.

Al liberar uno de mis brazos, lo primero que hice fue golpearle la entrepierna con todas mis fuerzas.

De esta manera, me zafé de él.

Como pude, me alejé de él gateando hasta llegar a la pared del pasillo de la entrada del apartamento. Sentía la sangre mezclarse con mis lágrimas en el rostro. Continuaba mareada, mucho más que antes. Estaba segura que en cualquier momento iba a desmayarme, pero haría lo posible en hacerlo lejos de él.

Abrí la puerta con dificultad, y cuando iba a salir por ella, sentí su mano de vuelta en mi cabello. Inmediatamente, caí sentada. Pero aunque la cabeza me estaba matando, me aferré del marco de la puerta principal.

Terminé soltándome por el dolor que tenía en las manos, las uñas y la cabeza. Lo tomé de una pierna, logrando que cayera también.

Comencé a escuchar sirenas.

Volví a golpear sus testículos. Aprovechando que estábamos a la misma altura, lo lastimé presionando sus ojos como mis dedos, para luego golpear la boca de su estómago.

Me alejé gateando otra vez, y ya en el pasillo, me sostuve de la pared para levantarme. Todo me daba vueltas y sentía que la cabeza iba a estallarme. Mis manos sangraban al igual que mi rostro. Sentía que algo escurría por mi nuca y rápidamente perdía la visión y la poca estabilidad que mis piernas tenían.

Tomé el ascensor y presioné el piso de recepción. Las sirenas se hacían más altas.

Mis piernas flaquearon, por lo que terminé sentada con la espalda en la pared contraria a las puertas del ascensor. Ya no podía enfocar bien.

Cuando las puertas del ascensor abrieron, con la poca fuerza que me quedaba, gatee fuera del ascensor. No veía quiénes eran esas personas en recepción ni tampoco escuché qué me dijeron.

Sólo me desvanecí, confiando en que despertaría luego.

El beso del recuerdo [Libro I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora