XXXVIII

4 2 0
                                    

Sentía una punzada en la cabeza que no me permitía abrir los ojos. Escuchaba ruidos lejanos: movimientos y una tenue melodía pausada y con algo de interferencia.

Poco a poco, abrí los ojos tratando de acostumbrarme a la luz del lugar. Intenté moverme sin resultado, puesto que estaba atada de manos y pies, y amordazada con un pañuelo que olía y sabía a ajo. Sentí ganas de vomitar.

Examiné el lugar: estaba sobre una colchoneta, en el suelo. Era un cuarto reducido y con una ventana sin cortina y un vidrio roto. Había una pequeña cocina en donde pude divisar a Dylan haciendo algo.

Rápidamente, pude conectar mis neuronas aún adormiladas por el sedante y recordé qué había pasado. Las lágrimas se aglomeraron en mis ojos al pensar en Patricio.

Sólo esperaba que estuviera bien.

Debía salir de aquí.

Mientras movía mis manos para desatarme, me percaté que no tenía los brazaletes ni el amuleto que me había entregado Matza.

—Veo que ya despertaste.

Dejé de moverme y miré a Dylan. Se recostaba en el lavadero mientras se tomaba una taza de café. No pude evitar sentirme asqueada y llena de rabia.

—¿Por qué me miras así? —preguntó con calma— Todo esto es tu culpa. Si no le hubieras prestado atención a Matza, seguiríamos en paz. Y tú no estuvieras así ni yo habría tenido la obligación de llevarte.

Lo ví terminarse el café y dejar la taza detrás suya. Sentía tanta ira acumulándose a medida que lo seguía observando. Por mi mente, pasaban ideas de cómo soltarme y dejarlo en un mal estado. Me resultaba increíble que hacía unas semanas, no podía estar totalmente alejada de él.

—Pero, tranquila, en un momento arreglamos todo esto —Me miró con burla inclinado un poco la cabeza—. Yo aprendo de mis errores y ya sé qué debo hacer para que lo olvides y sólo pienses en mí.

Volvió a girarse para hacer algo en la cocina. Aproveché ese momento para bajar el pañuelo de mi boca. Miré mis manos y pies, pensando en cómo quitarme las bridas. Si tan sólo fuera una cuerda, todo sería más fácil pero la única manera de romperlas, es cortándolas, y no tengo siquiera un mísero cortaúñas.

Examiné el lugar otra vez, en busca de encontrar algo con qué golpear en la cabeza a Dylan, así tener acceso a la cocina para buscar un cuchillo; pero debía deshacerme de las bridas.

—Entiende que debes ser mía, Priscila. Es algo que haré que pase... No quisiste por las buenas, así que tuve que recurrir a esto.

Aunque él no me miraba, no pude evitar lanzarle una mirada peor a la que había estado enviándole. ¿Cómo que antes había sido por las buenas? ¡Hizo que olvidara todo de mi vida! ¡No me dejaba tener vida social! ¡Casi me impide ir a trabajar! ¡Me hacía sentir ansiosa! ¡No me daba tranquilidad! ¡Me castigaba si no hacía lo que quería y empeoraba mi estado emocional y psicológico! ¡Me han golpeado dos veces porque ya no estoy a su merced! ¿Con qué cara viene a decirme que ahora será por las malas?

—Sólo hay que esperar a que sea de noche y nadie podrá destruir lo nuestro —Se giró con una pequeña sonrisa que para cualquiera sería amable, pero a mí me causó escalofríos—. Ni Bradford ni Matza.

Fruncí el ceño. ¿Quién mierda era Bradford?

El beso del recuerdo [Libro I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora