9. Sin recuerdos

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Son mis propios gritos los que me hacen salir del sueño, pero me cuesta un mundo poder abrir los ojos y cuando finalmente lo hago, estoy bañada en sudor frío, mi rostro está bañado en lágrimas y mi corazón late desbocado, completamente fuera de control.

Por eso me cuesta un par de respiraciones profundas volver a estar del todo consciente y darme cuenta de que mis padres están en mi habitación, mi mamá sostiene una de mis manos y mi papá permanece de pie detrás de ella, ambos me dedican la mirada más cargada de angustia que he visto en sus rostros y tras ellos permanece también de pie y mirándome mitad preocupada, mitad asustada Laura.

–¿Qué era cariño, estás bien? –me pregunta mi mamá mientras jala de mi mano para incorporarme y poder envolverme entre sus brazos, y una vez ahí las lágrimas salen nuevamente sin control de mis ojos y los sollozos que atraviesan mi pecho son tan devastadores que apenas puedo respirar.

–No lo sé, la vi morir, fue tan rápido y había tanto dolor y amor, y jamás había sentido algo así, lo sentí todo mamá, todo lo que ellos sentían– suelto en un momento en que los sollozos me dan un pequeño respiro y mi mamá me aprieta más fuerte entre sus brazos.

–Tranquila cariño, estas bien– comienza a repetir una y otra vez mamá, esperando que su voz o sus brazos por fin consigan que recuperé la estabilidad.

Pero el miedo y el dolor que por primera vez fui capaz de sentir y que no provenía de mí parece incapaz de dejar mis huesos, no puedo dejar de pensar en los gritos de él y en el amor que sentí de ella, joder, que morir así es devastador.

Me lleva un buen rato conseguir tranquilizarme, tanto que al final no estoy segura de que es lo que me ayuda a respirar, si los brazos de mamá, los ojos de papá cargados de amor y preocupación o Laura que espera con calma en un rincón, supongo que su presencia con los años se ha vuelto lo más tranquilizador a mi alrededor.

–¿Quieres que me quede contigo? –ofrece mi mamá cuando consigo calmarme.

–No, no es necesario, Laura está aquí– trato de sonreír y ellos asienten con un poco de duda, pero entienden que quiero estar sola y que quizá Laura y yo tenemos algo de qué hablar.

–De acuerdo, pero me llamas si sucede otra vez– asiento para tranquilizarlos y con calma ambos salen de mi habitación.

Necesito desesperadamente escuchar la versión de Laura, ella debió llegar mucho antes que ellos y quiero saber que es lo que vio en mí, si había algo más.

Espero hasta que escucho que mis padres cierran la puerta de su habitación para enfrentarme a la mirada de Laura, que permanece encogida en el rincón más alejado de mi habitación y se abraza a sí misma.

–¿Qué fue Laura? – le pregunto, nunca había visto nada así antes y ella nunca había estado así de asustada antes, lo segundo por supuesto, me aterra más.

Por un instante se queda en silencio, mirándome inmóvil, hasta que suelta un suspiro que llena de más frío la habitación y en un parpadeo se sienta junto a mí.

–No lo sé, te dormiste y de inmediato empezaste a moverte, trate de despertarte un montón de veces y luego la habitación estaba toda helada y sabes que yo casi no puedo sentir la temperatura, gritabas y llorabas pero no podía hacer nada para despertarte, pensé que del dolor que parecías sentir ibas a morir, también estabas llamando a alguien desesperada pero no lograbas articular bien, fue, fue espantoso– escucharla no hace nada más que incrementar mi terror.

–¿Trate de llamar a alguien? – no tiene sentido, no los conocía, ni siquiera pude reconocerlos.

–Sí, pero te atragantaste como si no pudieras hablar– explica asustada.

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