Capítulo 13

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La charla que tuve con la señorita Diane hace unos días me alivió el estrés y me permitió avanzar bastante en cuanto a la toma de decisiones, faltaba tan sólo un día para partir hacia la frontera con Kaentis y por alguna razón mi mente me insistía en ir al templo, pero no solo.

- Buenos días Pablo, ¿No había un mejor lugar para reunirnos? - Saludó Andrew, molesto porque el punto de encuentro era frente a la catedral.

- Si no te vas a referir a mí por mi título al menos llámame Alwar. - Aceptó con un saludo militar, veo que hoy se levantó guasón. - Simplemente quería venir, y podía aprovechar para saciar mi curiosidad si te invitaba.

- Usted dirá.

- ¿Qué llevó a un niño del templo a ser ateo? - Suspiró como si le aburriera demasiado el tema. - Te permito tutearme porque preveo una posible amistad, Andrew, y si no sé lo que sientes o piensas no podré conocerte.

- Está bien, está bien. - Parecía estar ordenando sus ideas mientras miraba las puertas negras del templo. - Nos hicieron recitar la leyenda mínimo tres veces al día, se volvió monótona, no transmitía lo que al principio...

Empezamos a caminar alrededor del edificio, las hojas de los árboles empezaban a tornarse del color de su pelo castaño y sus ojos miel reflejaban una frustración que rozaba la melancolía. Quería ayudarle, conocer lo que pensaba y el porqué.

- No pretendo juzgar el presupuesto destinado a los huérfanos, ya que la iglesia ya gana bastante con donaciones, pero la ley del más fuerte se reflejaba en el día a día. Si eras demasiado inteligente como para ir bien en las clases de teología te aburrías, y si te costaba entenderlas por cualquier motivo, te dejaban atrás. Si tenías la osadía de experimentar la fe por tu cuenta te ganabas un castigo y si ayudabas a otros algunos niños te consideraban débil, un sirviente. Puede que nuestros cuerpos estuvieran sanos, pero si no cultivas tu mente no sirve de mucho.

No podría poner la mano en el fuego diciendo que lo entiendo, pero hay algo que sí podía sentir.

- ¿Vivías en automático? ¿Haciendo por el simple hecho de hacer? - Asintió apenado, parecía querer detallarlo pero tan pronto abrió la boca junto sus labios de nuevo. - Tal vez sean preguntas muy incómodas, perdóname.

- No te preocupes... El hecho de vivir así hace que pierdas tu personalidad y yo me negué a hacerlo. Puede que tutear a la autoridad sea parte de ello. - Me sonrió cómplice. - Me alegro de que te lo tomes a bien.

- Sólo si estamos solos, no quiero imaginarme el imperio si todo el mundo me perdiera el respeto.

- Eres lo suficientemente buen líder como para que pudiera pasar eso. Pero no lo repetiré en voz alta nunca más.

- Tendrá que bastarme. - Ya habíamos dado una vuelta entera, por lo que las puertas principales volvían a estar frente a nosotros. - ¿Quieres que intente inspirarte? Te vendrá bien para algunas entrevistas. - Se le escapó una carcajada.

- Mientras no sea un adoctrinamiento, supongo que podrás ser mi musa.

Nos acercamos a las puertas dobles con la estampa de dos mujeres bajo el Laerad, el árbol sagrado, y dos medias lunas sobre éste. Aclaré mi garganta.

- No siempre hubo dos lunas, nuestros antepasados debían guiarse tan sólo con una de ellas. Tsuki era una de ellos, de hecho, fue la líder durante el primer paso hacia nuestra civilización. - Acaricié el hombro de la persona más alta en la figura del portón.

- Eso ya lo sé, Alwar. Y la hermana pequeña era Raito. Todo empezó cuando se apagó la luna justo al empezar la mitad oscura del año y~

- El que parece recitar un libro ahora eres tú, profesor. - Pareció resignarse por el apodo, pero su postura corporal no pareció cerrarse, así que me seguiría escuchando.

El deseo del emperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora