Capítulo 22

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Estas semanas han terminado de barrer el imperio, sólo quedaban algunos pelotones encargados de las zonas más despobladas por volver. Todo kaentis encontrado ha sido puesto bajo vigilancia estricta, y la correspondencia de todos los ciudadanos pasa por un riguroso control. Nada puede salir o entrar sin que yo lo sepa.

El templo estuvo a rebosar durante días de familias despidiéndose de los seres queridos que habían perdido, ahora al entrar se notaba un aire espeso, melancólico. Los sentimientos de los que estuvieron impregnaron las altas paredes y las coloridas vidrieras. Era imposible no sentir esos malos recuerdos estando allí, haciendo que perdiera un poco del aura de refugio que solía tener.

Ahora me encuentro en los jardines del palacio, jugando con algunos de los perros. O intentándolo. Después del entrenamiento y el horror que han pasado, aunque ya parece que están desintoxicados, no les ha permitido desarrollar mucho su habilidad de ocio. He probado tirando pelotas, palos, cogiendo una cuerda para que intenten cogerla mientras la muevo y tiren de ella...

Estoy exhausto y ni siquiera se han dignado a intentarlo. Me recuesto sobre un árbol para pensar en algo más, cuando ellos se tumban cerca de mí.

- Para las caricias sí que venís eh, algo es algo.

- Majestad. - Me giré para saber qué quería Ana, cuando vi a Diane detrás de ella. - Ha venido la señorita Diane. ¿Quiere que prepare algo?

- Sí, podemos tomar algo en el merendero.

- No se preocupe. - Pidió Diane mientras se sentaba cerca de donde me encontraba al verme levantarme. - No debe cambiar sus planes sólo porque vine, además sin avisar.

- Volviste a los formalismos. - Sonreímos. - Está bien. Entonces prepara un picnic, Ana.

- Sí, majestad.

Una vez acomodados en el suelo, Diane acarició cautelosamente al perro ocre que tenía a su izquierda.

- Parecen más tranquilos que como me dijiste. ¿Va bien su rehabilitación?

- Sí, están haciendo un buen trabajo, pero no consigo que jueguen conmigo. - Una sonrisa burlona cruzó el rostro de Diane. - ¿Qué pasa?

- Me hizo gracia imaginarlo intentándolo. Tampoco creo que usted sepa cómo divertirse. - Levanté una ceja. - Quiero decir, estás todo el día trabajando, y no me sorprendería escucharte decir que por la noche también, aunque luces menos cansado que hace un mes.

- Lo poco que duermo lo hago bien, la verdad. De hecho, fue por eso que Andrew me recomendó quedarme con los perros.

- Si necesitas ayuda, aunque sólo sea para despejarte, puedes decirmelo en cualquier momento. Lo tienes en cuenta, ¿Verdad?

Asentí, agradecido por su apoyo reiterado. Hoy traía un vestido azul oscuro con bordes blancos y una falda ligera, que junto a su pelo suelto la hacían lucir despreocupada. Supongo que hoy teníamos la misma idea, pues yo llevo la fina y simple camisa que llevo en los entrenamientos.

- ¿Recuerdas cuando te hablé de por qué no me acerqué a hablar contigo cuando éramos niños en nuestro último encuentro? - Asentí. - En verdad, cuando me vio en el hospital sentí mucha vergüenza, y decidí ser mi mejor versión para estar a tu altura y poder estar contigo sin sentirme fuera de lugar. Déjame devolverte el favor y demostrarnos a ambos que lo he conseguido.

Sus palabras eran de pura determinación y compromiso, no sé cómo alguien así pudo haber pensado en rendirse, supongo que todos tenemos nuestro límite y ella llegó al suyo.

- De la misma manera, quiero que me cuentes cualquier preocupación que tengas, el peso siempre es menor si se levanta entre dos. - Su sonrisa tenía un matiz de dolor, frustración tal vez. - Puedes empezar ahora, si lo deseas.

Intenta mantener sus ojos dorados mirando los míos, pero se lo ponen difícil yendo y viniendo por el entorno. Debe ser algo difícil, no la iba a presionar, pero no quería rendirme antes de saber por qué no podía sonreír genuinamente.

- Los nobles están bastante molestos por el pequeño encierro, no paran de hablar de las pérdidas económicas y de contactos que puede acarrear eso. - No eran noticias nuevas, obviamente lo pensé y el consejo no tardó en advertirme de ello, pero el dinero no sirve de nada si no hay vidas por las que darlo. - No quiero desconfiar de los demás, pero no consigo fiarme de ellos.

- Ni siquiera los nobles se fían de ellos mismos, ¿crees que yo sí? - Su postura se hizo algo más ligera. - Estoy preparado para cualquier cosa que hagan, tuvimos en cuenta su posible enfado.

- Menos mal, no quería que te causaran más problemas... ¿Sabes? Me alegro de haber nacido en mi familia y estoy agradecida por todo lo que tengo, pero por alguna razón no me siento como creo que debería sentirse ser noble. Siempre dicen que debo pensar sólo en el bienestar del ducado, pero me encuentro pensando en el templo, en las familias pobres, en ti. O sea, me preocupo por ello. Y no paran de exigir que destaque en estudios de economía y ciencias. Sé que son los más exactos, que nadie puede rebatirme nada si mis fundamentos son lógicos, así que es lo más útil. Pero...

- A ti te gusta el arte. - Sonrió, esta vez de verdad.

- Se acuerda. - Devolvió su mirada durante un momento al perro que acariciaba, y volvió a mí. - No creo que esa lógica pueda existir sin un alma. Me niego a creerlo, tal vez soy ingenua y me da vergüenza dudar así de lo que siento por culpa del resto del mundo. ¡Ay! ¿Dije algo que no debía? ¡Perdóneme! ¡Lo siento mucho!

No había reparado en mis lágrimas hasta que ella se alarmó. Caían tan fluidas como un río. Mi pecho se siente estrujado, como si mi corazón hubiera decidido hacerse una bola de acero pero tan pequeña que se le ha hecho incómoda. Siento... envidia. Me han fallado tantas veces, estoy tan enfrascado en cómo mis acciones pueden afectar a los demás que ni siquiera les doy el espacio de expresarse sin pensarlas.

Para un emperador esa cualidad es buena, pero cada vez que estoy apunto de rozar esa pequeña libertad la realidad me recuerda con un golpe cual es mi posición. Estuve un tiempo negándome a creer que debía ser así, frío. Que si la vida es así de cruel y si de verdad el ser correcto era una obligación que sólo yo veía que cumplía, haciendo que mi cuerpo y mente pesaran cada vez más, no tenía sentido.

Quería poder sentir, poder soñar despierto sin sentirme frustrado por ello. Quería confiar en los demás y darles siempre el beneficio de la duda. Pero eso ya es dudar de ellos ¿no? Sentía que cualquiera de las dos opciones era mala. Por suerte Julián y Ana se mantuvieron a mi lado pasara lo que pasara, pensara lo que pensara, y poco a poco fui conectando más con la gente.

Jasón ha estado años acompañándome, Andrew y Diane han sido como una brisa de aire fresco. Y aún así hay días que me siento solo. Ni siquiera les puedo echar la culpa, pues es toda mía. Simplemente me acostumbré a que la gente se podía ir, por voluntad propia o por fuerza mayor.

- Siento que me hayas visto así, de verdad no es nada, me recordaste algo. - Limpié mi rostro con el revés de la manga y saqué a relucir mi sonrisa de revista, tan aclamada por todos, aunque sé que a ella no la convencí.


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🐯Nuestro Alwar es humano, después de todo. Espero que todos los que me leáis y os sintáis un poco igual seáis capaces de ver a la gente de vuestro alrededor que se preocupa por vosotros y eso os dé un poco de fuerza cada día.

Agradecería mucho que apoyarais la historia dándole una estrellita y comentando si os ha gustado. ¡Pasad buena semana! <3🐯

El deseo del emperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora