Capítulo 3

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¡Su Majestad!

- Julián, no me grites. - Alcé la vista de los informes del escritorio. - ¿Qué ocurre?

- Discúlpeme su Majestad, llevo minutos llamándole. ¿Sigue preocupado por el asunto de las drogas?

- Sí, llevo una semana durmiendo bastante mal. ¿Cómo es posible que este veneno esté circulando por el reino?

Una ponzoña llevaba más de un año matando a mi pueblo, un polvo grisáceo que consumían tanto esnifando como fumando, en las zonas más afectadas lo llamaban Clecas. Los testigos siempre hablan de la euforia prolongada de las víctimas, que después se convierte en agresividad y finalmente mueren retorciéndose de terror debido a la paranoia.

Los investigadores a cargo determinaron como síntomas la contracción de los vasos sanguíneos, dilatación de las pupilas, fiebre y aumento de la frecuencia cardiaca y la presión arterial.

- La disminución del apetito parece conveniente para muchos plebeyos.

La educación pública avanzó mucho desde que subí al trono, ya que puse la mayoría de mi atención en el proyecto que empezó mi padre, pero sigue habiendo una brecha social entre los plebeyos y los nobles, al fin y al cabo en 3 años no es fácil alcanzar el nivel de quien se ha estado preparando toda su vida.

- Entiendo que siguen sin ofrecerles puestos de trabajo bien remunerados, pero si tienes dinero para drogas deberías tenerlo para alimentarte ¿no?

- Nunca estuvimos en una situación similar, así que no me parece correcto juzgar...

- Siempre es mejor pedir ayuda que perder la vida, ¿Tal vez fallé en mi intento por ser más asequible para los ciudadanos?

- Su majestad, tiene un imperio entero que cuidar y los pobres son muy recelosos por naturaleza, no pueden bajar la guardia porque son los más afectados con cada decisión social. No se martirice por ello, las cosas de una en una.

Julián tenía razón, si es difícil mantener a flote una familia no puedo esperar que sea fácil hacer que el imperio crezca. Pellizqué ligeramente el puente de mi nariz.

- Gracias por ponerme los pies en la tierra cuando la inquietud me sobrepasa, lo valoro mucho Julián.

- No hay de qué, su majestad. Ahora que está algo más tranquilo me gustaría comentar unas nuevas pruebas. - Asentí para que continuara y sacó una pequeña bolsa con polvo, esta vez de color rosa. - Parece que a los nobles también les está seduciendo la idea.

Salí iracundo de mi despacho y le pedí al primer criado que vi que preparara un carruaje hacia el ministerio de salud. Esto no podía estar pasando. Se supone que los nobles tienen formación y por lo tanto sentido crítico, ¿Cómo y por qué se envenenarían voluntariamente? ¿Acaso está tan bien el país como para que puedan perder el dinero y el tiempo en eso?

Bajé del vehículo prácticamente en marcha, abriendo las puertas principales de un empujón con mis guardias corriendo tras de mí y me dirigí a recepción.

- ¡¿Dónde está Orfeo?!

- Primera planta, sala 35 su majestad.

Ni siquiera me paré al verla inclinarse en una reverencia, pero uno de mis centinelas le agradeció la indicación. Mi angustia había engullido mis modales, así que al estar frente a la sala mencionada simplemente entré.

- ¡Orfeo! - Se apartó de la pizarra donde estaba trabajando e inclinó su cabeza.

- Su majestad.

- Ahorratelo. Tienes 5 segundos para decirme porque llevamos más de un año perdiendo ciudadanos a manos de las Clecas y en vez de solucionarlo ahora se han sumado los nobles.

El deseo del emperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora