Capítulo 19

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- ¿Qué ha sido eso? - Dijo Diane alterada, mientras veíamos una columna de humo crecer al fondo del cerro de suaves colinas en el que se encontraba el palacio, cuyo valle alberga al pueblo.

Otra vez no, aquí no. Íbamos corriendo hacia el interior del palacio justo cuando Julián apareció en el umbral de la puerta.

- Parece que hubo un atentado cerca del hospital general, no sabemos cuántos heridos hay, ya se están desplegando las guardias por la zona.

- ¿No estaban allí Jasón y las víctimas del anterior? - Preguntó Diane, jadeante por la carrera y preocupada.

- A Jasón le dieron justo ayer el alta. Joder. - Era un alivio pero debía pensar rápido, esto ya me estaba cabreando. - Julián, que preparen mi caballo y mi armadura. Cerrad todas las fronteras del imperio y de la capital.

- Los heridos pueden trasladarlos a mi casa, será más difícil que los culpables suban a la ladera de los nobles sin ser vistos.

- Estupendo, ve a preparar el lugar y comunica al resto de médicos interinos de los nobles que vayan, es una orden directa mía.

Asintió con determinación, sujetó su falda para no tropezar y echó a correr hacia el carruaje que la había traído hasta aquí. Yo me dirigí a los establos con Julián persiguiéndome.

- No sabemos si hay más bombas, no puede bajar ahí y morir, para eso está el ejército.

- Y yo soy su capitán general y no pienso arriesgarme a que haya más pérdidas de las necesarias. - Terminaron de asegurar mi armadura, me coloqué los cuchillos de emergencia y la espada y me subí al caballo. - Divide la ciudad por distritos y ocúpate del traslado de los heridos al ducado Adetter, efectivo y con discreción.

Mis talones dieron paso al galope del corcel pardo, mis piernas se mantenían firmes alrededor de su tórax y mi pecho pegado a su largo cuello para aumentar la velocidad. El aire y su crin morena chocaban contra mi rostro, haciendo que mis párpados se juntaran.

Una vez estuve en el borde del primer distrito de la ciudad vi a los primeros militares percatarse de mi presencia.

- Situación. - Demandé firme, a lo que ellos cuadraron su postura y saludaron.

- Cerramos este distrito para que nadie salga ni entre, el edificio contiguo se derrumbó y tapió la entrada de emergencias. Todavía estamos rescatando heridos y encontrando cuerpos.

- Seguid con el asedio, el resto del ejército está cercando el resto de distritos. Si hay médicos disponibles que se queden para atender a la gente más grave, el resto de heridos serán trasladados al ducado Adetter con total discreción para que en caso de que alguien decida seguirlos, atraparlo.

- ¡A sus órdenes, majestad!

Me adentré en la plaza que antes hacía de aparcamiento para los carruajes con destino al hospital. Estaba llena de escombros, rastros de sangre, niños llorando perdidos y magullados aferrándose a sus ropajes, personas lamentando la muerte de quienes habían tenido la peor de las suertes y humo, un humo que escocía al contacto con los ojos y dificultaba la respiración.

Desmonté al caballo y me acerqué a un grupo de soldados que intentaban levantar una losa de hormigón en la que debajo se encontraba una mujer inconsciente. Agarré un hueco libre, con cuidado de no clavarme los hierros que sobresalían del trozo de estructura y empujé hacia arriba, raspándome las manos en el proceso pero sin soltar la pieza hasta que uno de los militares agarró a la señora para sacarla de ahí.

- Llevadla al punto de triaje en la otra calle. - Dos de ellos obedecieron mientras les explicaba a los demás el plan del traslado de heridos.

Me acerqué al responsable de las tropas que ahí se hallaban, un hombre alto y musculoso de pelo negro trenzado hacia atrás en una cresta, ya que tenía los lados rapados.

- Arthur, cuánto tiempo. ¿Cómo vais?

- Majestad. - Hizo una pequeña reverencia con la cabeza. - De momento hay ochenta y siete heridos, veinte de ellos niños. Parece que el resto de la estructura del hospital no presenta daños, aún así están evacuando a los ingresados.

- Los que puedan moverse llevadlos a las afueras del distrito, en la zona que va hacia el cerro. ¿Víctimas?

- Dieciséis, majestad.

Dieciséis familias rotas por el capricho de alguien, aún desconocido. Dieciséis familias que han perdido un hijo, una madre, un hermano, un ser querido. Sin poder hacer nada al respecto, más que salvarse a sí mismos y no poder alegrarse de su propia vida.

- ¿Qué plan habéis adoptado para atrapar al culpable aparte de cerrar salidas?

- De momento priorizamos la supervivencia de las personas de la plaza, no pensamos más allá pues cerraron los demás distritos y no hay tanto personal.

- Entendido. Parte de mis guardias reales están barriendo el perímetro, en cuanto no haya a quién salvar, quiero a todo militar en este distrito buscando al causante de esta desgracia. - Hablando de médicos. - ¿Conoce el paradero del doctor Jasón?

Arthur negó con la cabeza y prosiguió con los rescates. Barrí la zona con la mirada en busca de algún rayo de esperanza que me ayudara a acabar con la desdicha de mi pueblo, quería, no. Necesitaba hacer algo. Las personas seguían heridas, con su piel y ropa llenas de hollín –el cual se negaba a retirarse– y desorientadas, sin poder procesar el estado en el que nadie se encontraba.

De pronto vi una marca alargada, se empezaba a marcar debido a la suciedad en el suelo cerca del edificio destruido. Me acerqué sorteando los escombros y noté que era la huella de la rueda de un carruaje, pero no podría haber pasado por aquí incluso cuando la ciudad estaba intacta. ¿La bomba iba dentro? No había ni rastro de un caballo, ni sangre, ni huesos, nada.

¿Una carretilla? De ser así alguien tuvo que empujarla hasta aquí y debió usarla porque la bomba era muy grande, su ropa estará manchada de pólvora como mínimo pero, ¿cómo distingo al culpable si todos están hasta arriba de suciedad y horror?

Mi cabeza recorre toda la información que tengo antes de que yo mismo pueda distinguirla, hay una conexión, debo verla.

- ¡Eh! ¿Qué haces? ¿¡Adónde vas!? - Volví a la realidad cuando oí a Arthur gritar hacia la esquina de una pequeña calle e instintivamente corrí hasta mi caballo, podría decirse que éste vio mi ímpetu pues me subí en movimiento en dirección a esa callejuela.

Noté el roce de las paredes sobre mis rodillas unas cuantas veces antes de ver la salida. Una vez llegué a la calle contigua la luz y el ruido del triaje y las carretas descapotadas para el traslado me aturullar por un momento hasta que ví una figura alta y delgada, vestida con una capa marrón, corriendo en dirección contraria a donde el resto de la atención se dirigía.

Cabalgué a toda prisa y una vez estuve a su altura me abalancé encima haciendo que su capucha dejara al descubierto el largo cabello castaño de la muchacha. Suplicó llorando que no le hiciera daño porque no sabía nada, pero esa selección de palabras lo único que hizo fue aumentar mis sospechas. Me fijé en un fino broche de un león que unía su capa en su pecho, una pieza de metal demasiado detallada para la pinta de la chica.

- Eres plebeya ¿no? - Su única respuesta eran sus lágrimas. - ¿Quién te envía?

Nada. Ni siquiera negó que esa fuera la situación. Le di la vuelta, le enganché las extremidades con cuerda y la subí al caballo como si se tratara de un saco de patatas. Escudriñé el resto de la calle en busca de algo sospechoso, por alguna razón me sentía acompañado y no en el buen sentido.

No tardaron en confirmarse mis sospechas, tras un silbido escuché como una bala perforaba el manto marrón que cubría a la recién capturada y mi caballo se encabritó dejando caer su cuerpo a unos pies de mi. El charco de sangre se formó demasiado rápido y mientras agarraba las riendas del corcel para huir y evitar la vulnerabilidad del campo abierto atiné a ver que el disparo le había dado justo en el corazón.


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El deseo del emperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora