Capítulo 9

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Pasando la larga noche investigando al misterioso coaccionador de capa azul no encontramos nada relevante, así que tras desayunar decidimos contactar con el cuartel general para concertar una cita en la que nos mandarían las pruebas procesadas que hallaron, en las que se incluía la libreta de Andrew, y nos darían noticias sobre el terrorista que apuñaló a Jasón. O esa era la idea, porque seguían buscándole.

Los escritos del joven aspirante a periodista eran un rompecabezas para mí. Conseguí relacionar algunas palabras clave por los conocimientos que ya tenía de la investigación oficial, pero muchas se quedaban como secciones incomprensibles.

Bajé junto a mi consejero de nuevo a los calabozos, Andrew tenía mucho que explicar.

- Ahora mismo tienes un voto de confianza. - Le dije mostrándole su libreta, por lo que se acercó rápidamente a los barrotes que nos separaban. - He descifrado bastante su contenido, pero me temo que si quieres ganarte el salir de aquí y poder darte una ducha, vas a tener que ser muy transparente.

- Majestad. - Su tono denotaba recelo, era obvio que temía que le quitara el trabajo en el que había invertido mucho tiempo. - No se ofenda, pero si no ha conseguido nada en un año con ayuda de las instituciones... ¿Espera que me crea que no va a robarme la información y a dejar que me pudra aquí?

- Su majestad no es así, y si es periodista debería saber leer mejor a los demás. - Intervino Julián. - Necesitamos ayuda mutuamente, eso es todo.

Andrew se veía frustrado, tachar su forma de actuar como ineficiente para con el trabajo de sus sueños no le sentó muy bien.

- También es bueno ser cauto, pero debes saber tu posición. No puedes matar moscas a cañonazos, y tampoco ignorarlas porque los de abajo son los que más sufrirán las consecuencias. Y por si fuera poco tú estás en ese eslabón. - Pareció relajar su postura y prestar atención, por fin de manera activa, a lo que salía de mi boca. - He visto tu potencial, termina de demostrarme lo que has sido capaz de hacer con los pocos recursos que has tenido, y apostaré por ti.

Estas últimas palabras debieron ser lo que andaba buscando, sus nervios rebosaban su postura cauta, ¿qué plebeyo podría esperar estar bajo la tutela del propio emperador?

Tras aceptar mi trato y tomarse su tiempo en el baño de invitados para deshacerse por fin de la peste a celda que se había impregnado en su ropa y piel, él y yo nos dirigíamos a su casa acompañados de seis escoltas en carruaje mientras Julián atendía a un mensajero.

- Los nombres propios son calles donde ha habido casos, a usted seguramente sólo le llegaron noticias de los brotes grandes, pero esos son poco más de la mitad, Majestad.

- La funeraria nos transmitía todos los informes relacionados, aunque no fueran ocasionados en esos brotes.

- Exacto, sólo se centró en las muertes. La droga, como cualquier otra cosa, evoluciona. Dentro de los pobres hay quién se puede permitir cierta calidad...

- ¿No mueren?

- No, al menos no de inmediato, pero se matan poco a poco... Un conocido mío, al ver que las consecuencias no eran inminentes, abusó de más... Si le soy sincero, es más frustrante... Tuvo tiempo de ver cómo le sangraba la nariz cada vez más a menudo, su ánimo se volvía irritable, empezó a tener paranoias... Por dios, ¡hasta pegó a su mujer poco antes de morirse!

- ¿No denunció?

- Ni le dio tiempo.

Su angustia se calcó en mi propio pecho, y yo pensaba que la muerte era lo peor que podía pasarle a alguien. Ese hombre se perdió a sí mismo, incluso hizo daño a sus seres queridos y todo para qué.

- ¿Tuviste la oportunidad de preguntarle por qué lo hizo?

- Se sentía bien dijo. - Encogió los hombros como si le fuera indiferente, pero sus puños estaban apretados. - Tal vez su consejero tenga razón y no esté hecho para ser periodista, hay demasiadas cosas del ser humano que no alcanzo a comprender.

- No hay dos personas iguales, pero si usted se rinde ante las dificultades no tendrá derecho a decir que de verdad tuvo un sueño.

- Majestad. - En su rostro había una sonrisa pícara. - ¿Me ha tratado de usted? ¿Acaso de repente me respeta?

- Seguramente fue un lapsus, no volverá a ocurrir.

Su pequeña risa se sintió como una carcajada hacia la autoridad que acababa de perder, genial. Era agradable hablar con un chico de más o menos mi edad, sólo algunos soldados rondaban los 20 y rara vez nos veíamos fuera del entrenamiento.

Nos bajamos del vehículo y a nuestros ojos se mostró una pequeña casa de un piso, hecha de madera y cubierta por algunas enredaderas. Parte del techo estaba hundido y los cristales empezaban a dejar ver el tono amarillento de los años. Si un niño criado en el templo, que nos aseguramos de formarlos para entrar al mercado laboral, acaba en un sitio tan inseguro con tal de no seguir allí. ¿Cómo estarán los demás?

Al entrar encendió unas lámparas de pie que iluminaron un gran corcho recubierto con dibujos, recortes de periódicos y pequeñas anotaciones de teorías, nombres y lugares. Un fino hilo unía algunas de ellas.

Y de repente lo vi. El dibujo de un hombre con una capa azul con detalles en negro.

- ¿Quién es este? ¿Dónde lo viste?

- ¿El de azul? Le vi cerca de un bar que frecuentan los Kaentis hablando con el Marqués Cesare. Como ya le dije, éste era un sospechoso, así que le estaba siguiendo.

- ¿Oíste de lo que hablaron? ¿El marqués parecía tenerle miedo?

- ¿Miedo? Tenso estaba, o eso creo. No pude acercarme mucho, el encapuchado estaba alerta y los Kaentis tienen fama de ser violentos, no quiero estropear esta cara tan pronto.

- ¿Estás seguro de la nacionalidad?

- No, la di por hecho por el lugar en el que estaban, además parecía haber viajado desde lejos. También he tenido en cuenta que esa zona está más revuelta de lo normal.

- ¿Qué quieres decir?

- Hay menos peleas que de costumbre, pero se aglomera mucha más gente y desde fuera del bar se oye mucho alboroto. Mi instinto me dice que allí pasa algo, y al ver cómo se ha puesto al ver al de la capa azul, he acertado. Tal vez traigan la droga desde Kaentis, majestad.

Eso tenía sentido ya que un laboratorio para crearla sería muy difícil de mover y las redadas de perros ya lo habrían encontrado. Pero, ¿y la aduana? Hay una en todas las fronteras y otra en las 2 puertas principales de la capital.

- Bien, mandaré un escuadrón al bar y organizaré un viaje a la frontera, a ver cómo de factible es que la traigan.

- Majestad...

- ¿Qué ocurre?

- En cuanto vean a un militar van a salir corriendo y perderemos la única fuente de información que tenemos.

- Irán de incógnito, yo incluido.

- Le reconocerán seguro, tiene fama de ser guapo, pero además se ve el autocuidado que se puede permitir. Déjeme ir a mí, ya he ido más veces y es menos probable que pillen a una persona.

No me fiaba del todo, en parte sentía unas ansias tremendas por atrapar de una vez por todas al culpable y no podía dejar escapar a Andrew con la cantidad de información que tiene.

- Iremos nosotros dos, encárgate de hacer que parezca un plebeyo. - Me giré hacia el guardia que entró conmigo. - No debería ir sin escolta tras el atentado, así que prepárate tú también.

- A sus órdenes, majestad.

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El deseo del emperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora