Capítulo 24

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Nos encontrábamos en un parque cercano a la calle principal. Apoyados en la barandilla del puente de madera oscura que saltaba un riachuelo, ahora congelado. Sostenemos las patatas asadas con zanahoria rallada y sazonadas con sal y pimienta para mantener el calor de nuestras manos.

- ¿Por qué siempre vas de negro? - Preguntó Diane sin previo aviso, nunca lo había pensado.

- Es un color elegante, además así los colores resaltan más. Supongo que también me acostumbré desde pequeño, por lo del luto y eso. Tus vestidos suelen ser oscuros también, ¿alguna razón en particular?

- Mi pelo queda mejor con tonos oscuros, es de un negro tan intenso que siento que mi cabeza parece enorme si me pongo algo claro. - Se rió ante su razonamiento. - Simplemente se conjuntan mejor conmigo.

- En ese caso, debería tener algo a juego con sus ojos. - Saqué un colgante dorado con el abalorio en forma de sol. Lo compré mientras pedía nuestra comida, se lo merecía por su altruismo con su familia, los huérfanos e, indirectamente, con los artesanos que hicieron ventas gracias a ella.

Pareció dudar un instante, preguntándose si de verdad era un regalo que pudiera aceptar. No pregunté nada para no presionarla y, al final, me concedió una sonrisa y giró su cuerpo para quedar de espaldas a mí. Apoyé mi cena en la barandilla para tener las dos manos libres y le abroché el obsequio alrededor de su cuello.

- Muchas gracias, es precioso. Me daba vergüenza, pero debería darle algo también... - Sacó una cinta verde con bordados de ramas y hojas del interior de su manga. - La vi en mi tocador y me recordó a los suyos. No conjunta con el vestido de hoy pero, tal vez...

- Es bonito, gracias. - Es un regalo simple, lo sé. Pero el hecho de que lo llevara encima porque le recordaba a mí, no sé, diría que me ha enternecido pero la realidad es que noto mi corazón a punto de salir de mi camisa. Supongo que no estoy acostumbrado a recibir regalos genuinos, todo el mundo está más enfrascado en el precio que en mis gustos.

- Ya sé qué vamos a hacer ahora. - Declaró con una sonrisa deslumbrante. - Terminate eso.

Una vez tiramos las servilletas en las papeleras de la salida del parque, acabamos de nuevo en la calle principal. Me agarró la muñeca y se acercó al escenario, donde ahora tocaban una seguidilla, es divertido de bailar, vivo y alegre, y te permite soltar mucho el cuerpo. Al ser un baile popular la zona se llenó de un montón de personas, pero dejaba espacio para los pasos rápidos y amplios de las parejas.

El compás se comprende de un golpe fuerte y dos débiles. Tenía que estar muy concentrado en el zapateado para marcar el ritmo con los pies, combinándolos con desplazamientos en diagonal, delante y atrás y con vueltas para cambiar la posición con Diane.

- Bailas muy bien.

- No crea, mi padre estuvo estresado durante años hasta que conseguí quedarme bien con los pasos.

- Fruto de mucho esfuerzo, entonces. Me siento arrítmico. - Diane soltó la mayor carcajada que he visto en mi vida.

- ¡Sólo diviértase! ¡Los pasos salen solos! 'Flores coge mi niña, con blancas manos, guarde no se le vuelvan zarzal del campo' ¡Canta Alwar! ¡Así se suelta uno!

Los versos pasaban rápido, los bailes cada vez eran más fluidos y sinceramente, hacía tanto que no me divertía que no podía ni describir lo ligero que me sentía.

Las personas de alrededor poco a poco fueron siendo conscientes de mi presencia, dudé durante unos segundos si un emperador debería estar divirtiéndose así, en especial por los eventos de este año. Pero, la gente me sonreía con alivio. No me juzgaban.

- Siempre es bueno ver la forma humana y vulnerable de a quienes seguimos, nos facilita la empatía y no nos sentimos tan distantes de poder lograr algo así.

- No estarás diciendo que les inspiro más bailando mal que haciendo bien mi trabajo, ¿no? - Diane encogió sus hombros.

- Digamos que da menos frustración. ¿Te sientes mejor?

Vine con la mente muy nublada, pero al concentrarme en el baile y ver cómo de bien se lo está pasando la gente, sumando el alivio que he sentido cuando al verme más como un igual no les he decepcionado sino todo lo contrario...

- Mucho mejor, muchas gracias por guiarme esta noche. - Llevé mi mano derecha hacia mi costado izquierdo, inclinando mi espalda ligeramente.

- ¡Ay, para! No puedes reverenciarte ante nadie, ven. He quedado con Andrew en el puesto del chocolate caliente.

Nos dirigimos hacia allí, donde mi amigo estaba atiborrándose de churros con su libreta al cuello, como siempre. Le palmeé la espalda, causando que casi se atragante.

- Deberías comer con más cuidado, no quiero una baja tan apresurada del famoso periodista del imperio.

- ¡No te acerques así! Casi me matas... - Bromeó una vez se recompuso. - Buenas noches, señorita Adetter. ¿Qué tal lo han pasado? He oído que estábais bailando.

- ¡Llámame Diane, por favor! Estamos en un ambiente festivo. Todos se sorprendieron mucho al ver al emperador bailando por las calles.

- Es el soltero más cotizado del imperio, las damas no hacían más que comentar lo romántico que era la estampa. - Cambió su mueca a una burlona y continuó con exageración. - Y de lo tierno que era cuando perdía el compás.

- Dios mío qué vergüenza.

Una risa descomunal salió de la boca de ambos. Me sigue dando vergüenza, pero lejos de sentirme humillado me empezó a causar gracia la situación. No hay nada que salir con tus amigos no arregle, al parecer.

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El deseo del emperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora