Capítulo 8

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Me dirigí al sótano con mi chaquetón negro custodiado por 4 guardias en las puertas de cada uno de los cuatro niveles de acceso. En el primero había un joven sin identificar que encontraron en los baños del segundo piso de la casa de Diane, pero que no opuso resistencia al ver a los guardias.

En el segundo y tercero estaban la vizcondesa Evita y el barón Baek respectivamente, quienes apuntaron sin dudarlo al desgraciado Cesare, quien se hallaba en el último nivel.

Su pelo caoba caía sudado sobre su frente y en cuanto posó su mirada en mí se aferró a los barrotes de su celda.

- ¡Por favor! ¡Sáqueme de aquí, majestad! ¡No hice nada!

- No está en condiciones de exigir nada, y mucho menos de mentir a la corona. - Sus ojos empezaron a revelar el miedo en su interior. - ¿De dónde sacó las clecas?

- Yo... no hice nada... majest~

- ¿De dónde?

- Fue en un callejón, ¡Pero yo no quise! ¡Lo juro! ¡Amenazaron a mi familia!

- ¿Quién? - Por mucho que temblara y se descompusiera, me era indiferente. Necesitaba respuestas, ya.

- No lo sé.

- ¿Quiere que me crea que se vio en persona con alguien que incluso tuvo la oportunidad de amenazarlos? ¿Y no sabe quién es? Veo que es un ingenuo que cree cualquier finta.

- Majestad por favor, créame, proteja a mi familia y le diré lo que sea.

- Está bien, su familia tendrá protección. Continúe. - Tras dudarlo unos segundos, por fin vio que no tenía otra opción.

- Era un hombre alto, su piel estaba manchada y se veía que había tenido un largo viaje. Traía una capa azul con bordados en negro, no se le veía la cara pero esa capa no se la puede permitir un plebeyo y sus botas eran de estilo militar... - Me costaba entenderle entre sus crecientes llantos, hasta empiezo a pensar que ese hombre le causó un trauma. - Sabía quién era yo, y el nombre de mi esposa y mi hija, ¡Tiene 6 años, majestad! ¡¿Cómo podría arriesgarme?!

- Está bien, tan sólo necesito la ubicación exacta. Un dibujante de la brigada vendrá a verle para conseguir hacer un retrato y poder preguntar por testigos, espero que sea muy exacto en sus indicaciones. No le permitiré ni un error más.

- ¡Gracias majestad! ¡No le defraudaré nunca más! ¡Lo prometo! Pero por favor, sea discreto. No quiero que ese señor sepa que he abierto la boca.

- Marqués Cesare, tendrán protección, deje de preocuparse por ello. Dé lo mejor de sí para hacer el retrato y conviértase en alguien que piensa antes de actuar. No va a haber segundas oportunidades, y siempre será mejor pedir ayuda que echar más leña al fuego.

Plasmé la nueva información en mi libreta antes de dirigirme al primer nivel de los calabozos, el chico de ojos castaños y ojos miel se encontraba sentado en la esquina más alejada de la pared de su celda.

- ¿Y bien? ¿Quién eres tú?

- Alguien que estaba en el lugar equivocado, majestad.

- Le agradecería que demostrara la educación suficiente como para mirarme mientras le hablo. - Alzó el rostro. - Ni los invitados ni los trabajadores de la casa del Duque Adetter te han visto anteriormente, y como podrás comprobar estás metido hasta el cuello en este tema, vas a tener que conseguir una coartada y ganarte mi confianza. Empieza por tu nombre.

No me apartó la mirada ni un segundo, parecía sopesar sus opciones.

- Andrew.

- ¿Qué más?

- Sólo Andrew. - Vio mi obvia desconfianza. - Soy huérfano desde que tengo memoria, el apellido 'Lucasta' no me gusta demasiado.

- Significa luz pura.

- Ya bueno, desgraciadamente hay demasiada gente con ese apellido, y no siento que mi familia sea tan grande.

- Es una pena, en eso estoy de acuerdo... Pero Lucasta está para recordaros que pase lo que pase las dos hermanas están con vosotros.

- Majestad, no es nada personal, pero esa historia no es más que una leyenda, a mí el templo ni me va ni me viene.

- Una lástima... Lo que sí te incumbe es el interrogatorio, Andrew. ¿Podrías contarme tu versión de los hechos hasta el momento en que fuiste encerrado aquí?

- Si no tiene nada mejor que hacer... - Dijo encogiéndose de hombros, no comprendo su actitud despreocupada teniendo en cuenta su situación y mi cargo. - Quiero ser periodista y encontrar la verdad sobre las clecas.

- ¿Qué tiene que ver eso con la fiesta?

- ¿Por qué estaban allí sus agentes entonces? - Enderece mi postura, no debía olvidar con quien hablaba. - Mi investigación me llevó al Marqués Cesare, majestad, así que le seguí a la fiesta, y cuando su brigada llegó un señor vino al baño en el que estaba para tomar apuntes, forcejeé con él porque intuí que llevaría clecas pero se zafó de mí en el último momento y saltó por la ventana.

- Estábais en un segundo, de una mansión. Estaría muerto o ni se podría mover y mis agentes no vieron a nadie.

- Crea lo que quiera, pero yo sé lo que vi, majestad.

- ¿Podrías describirnos al señor que viste?

- ¿Qué conseguiría con eso?

- Que yo te creyera, y eso es lo mejor que cualquiera podría conseguir, Andrew. Además, ¿dónde toma sus notas? Cuando le registraron no encontraron ni una sola hoja de papel en su posesión.

- No sabía quién estaba atacando la mansión, así que la tiré en uno de los contenedores del baño. Tengo el resto de la investigación en mi casa, por si podemos ayudarnos, ya sabe...

¿Estaba comprando su libertad o era tan necio como para intentar sacarme información?

- De momento quiero la descripción de ese hombre, ya veré si voy a su casa con o sin usted.

Refunfuñó como un niño pequeño, exasperante, sobre todo sabiendo que rondaba los diecisiete. Su mueca y el silencio que la acompañaba estaban a punto de sacarme de quicio y mi rostro debió de dar alguna señal.

- Castaño, estatura media, le faltaba la parte superior de la oreja derecha.

- Será suficiente. Haré que te traigan una cena caliente por tu cooperación, pero no esperes nada más hasta que compruebe la veracidad de tus palabras.

- Gracias, majestad. - Inclinó la cabeza, no sé si como acto de reverencia o para volverse a la esquina en la que se encontraba. Era cuanto menos peculiar, aunque tenía un aura de honestidad y valentía, espero que no se convierta en una osadía que pueda lamentar después.

Me dirigí al despacho de Julián, había que gestionar la protección que pidió el Marqués Cesare para su familia y preparar la investigación de los fugitivos actuales. Ana se apresuró a llevarnos un buen plato de lentejas a ambos antes de retirarse, la noche se preveía larga.

El deseo del emperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora