Capítulo 28

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Mi actuación despreocupada alarmó al rey consorte, cuyo ceño se arrugó de más por la confusión. Esperaba que le solucionara el problema, soy bueno y es verdad que no quiero que esta guerra se alargue, pero no puedo dejar que vean el imperio como un alma caritativa de la que aprovecharse a conveniencia.

- Disculpe, pero al ver el carruaje que trae consigo creía que ya había aceptado la propuesta.

- Acepté venir. Ni más ni menos. Ahora bien, comprenderá que aunque mi intención sea ayudar, no puede ser gratis.

El rey parpadeó rápidamente, como si intentara poner toda la información en orden. Parar la guerra me convenía, y seguro se preguntaba qué podía dar un reino a un imperio.

- En el frente habrá pérdidas, de una manera u otra. Y, aunque sé que habrá menor número de bajas al unirnos, seguro habrá más de Yaerean de las que habrá si no me involucro, al menos a corto plazo.

- Pero si perdemos irán a por su pueblo.

- Y serán los propios soldados los que quieran defenderlo. Pero, ¿cómo espera que les convenza de arriesgar sus vidas por un pueblo que no es suyo? - Su estrés estaba aumentando, ya casi lo tengo. - Ya le envié varias tropas, incluso menosprecia a los veintiséis soldados que traigo conmigo.

- Perdone el malentendido, majestad. Es que estoy desesperado, y aunque me encantaría que fuera así y nunca quise privarlos del beneficio de la duda, no creo que un sólo pelotón pueda dar la vuelta a la situación.

- Incluso una persona puede darla. Usted es sólo uno, ¿de verdad no puede hacer nada? - Me levanté de mi silla para obligarle a contestar, necesito que entienda quién tiene la decisión aquí.

- ¡Está bien! Está bien… - Volví a mi asiento mientras se frotaba el rostro. - Dudo que sea así, pero, en caso de ganar y que ocurra un milagro y podamos recuperar la península que teníamos, es suya.

- Eso es sólo una hipótesis, además, si avanzo tanto con lo que me quedaré será con Kaentis entero.

Abrió sus ojos con sorpresa ante tal declaración.

- Entonces, Kaentis será suyo. Pero como no es seguro que ocurra, ¿Qué le parece~?

Ruidos de espadas interrumpieron al rey consorte, haciendo que los guardias de ambos bandos en el interior de la carpa nos dividieran en posición de defensa. Diane juntó su espalda a la mía, ambos atentos a lo que pudiera ocurrir.

Varias flechas atravesaron la tela que delimitaba el espacio, alcanzando a la mayoría de soldados mientras nosotros nos echamos al suelo.

Vi los pies de los que quedaban de ambos bandos dirigirse a la puerta, Diane y yo nos arrastramos debajo de la mesa en la que se escondió Thiago. No nos dió mucho más tiempo a preguntarnos qué pasaba pues un hombre alto y corpulento, de barba larga y frondosa a juego con el pelo castaño oscuro, lanzó el mueble dejándonos al descubierto.

¡Qué sorpresas da la vida! ¿Verdad?

¡Tú! ¡Maldito! - Gritó Thiago, cuando me fijé en el escudo que traía puesto el hombre desconocido. Era de los Biddercomb. - ¿Qué haces aquí?

Una incursión rápida, ya sabes, cosas de estrategas. - Una sonrisa burlona apareció en su rostro, parecía disfrutar el momento.

El hombre lanzó la punta de su espada hacia el rey consorte, me abalancé por impulso ganándome una herida en el hombro y un puñetazo en la mandíbula que me desplomó al suelo. Llevaba demasiados anillos como para no considerarlos armas.

La carpa ya se encontraba inundada de guardias enemigos, y había un profundo silencio fuera, así que me tocó suponer que habíamos perdido a todos los nuestros. Estábamos solos. Nos sujetaron a todos. Cada vez que intentaba moverme, recibía otro golpe. Costillas, cara, incluso en la herida abierta.

Los ojos de Diane derramaban más agua de la que pudiera haber en Hicura, pero detrás del miedo había ira, la cual yo compartía en cada centímetro de mi ser. ¿Cómo se atreven a tocarla?

Salí de mis pensamientos al notar la sangre salpicada sobre mi piel. Alcé mi vista para ver a Thiago, inerte, aterrizando sobre el charco de sangre que el corte de su cuello había provocado. El líquido carmesí, relativamente espeso, goteaba de la espada del hombre que había entrado.

Su cara, rociada de sangre, no perdía la sonrisa. Es un completo psicópata. Se peinó hacia atrás, dejando ver la piel de los costados de su cabeza, al parecer sólo tenía el pelo largo en la parte alta. Sacudió su arma, manchandonos, justo antes de dirigirse a nosotros.

Mi cuerpo estaba paralizado, sus ojos grises se clavaban en mí y ya no era capaz de distinguir la ira del miedo. Diane, presa del pánico, empezó a retorcerse.

Dejadla inconsciente, si está aquí será alguien importante.

A sus órdenes, majestad. - Espera, ¿Qué? ¿Majestad?

Alzaron el mango de una espada para dirigirlo hacia su sien. No podía permitirlo.

¿Wyatt Biddercomb? - Alzó la mano para parar la orden. Diane lo pilló enseguida, no habría forma de salir por la fuerza.

¿Habéis oído, chicos? Al parecer también soy famoso. - Respondió con sorna. - No te preocupes, principito, no te mataré aún. Tengo mejores planes para ti.

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