Capítulo 6

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Me encontraba en el vestidor de mi alcoba, las paredes eran de tonos claros contrastando con el color de los trajes, en su gran mayoría negros.

- ¿Qué le parece este broche, majestad? - Era una estrella plateada con lágrimas de pequeños rubíes en cada una de sus 7 puntas.

- Siempre me dejas perfecto, Ana. Estoy demasiado nervioso así que confío en tu criterio.

Empezó a engancharlo en la solapa de mi traje junto a un cordel burdeos que llegaba hasta mi hombrera izquierda, de la que colgaba una pequeña capa que fluía divertida en los bailes.

- Relájese, su majestad. La gente mala huele el miedo, además usted no tiene porqué tenerlo.

- Sé que estaré rodeado de guardias, pero tengo un mal presentimiento. ¿Qué pasará si no pillamos al narcotraficante? No tiene por qué llevar la droga a todas las fiestas...

- Es más probable que se arrepienta de quedarse sin hacer nada.

Ana tenía razón, así que me encaminé hacia el carruaje verde oscuro junto al que estaba Julián.

- Concéntrese pero no olvide disfrutar, majestad. El equipo antidrogas ya está tomando posición, usted lleva 4 escoltas. De ellos 2 vigilarán el carruaje y al cochero, y los demás le acompañarán en el baile.

- Intentaré bailar aunque sea una pieza. Muchas gracias, descansa en mi ausencia pues sea cual sea el resultado tendremos trabajo.

El viaje se me hizo eterno, aunque la realidad era que sólo teníamos que cruzar el parque real hasta encontrarnos en la zona noble.

Llegué tarde a propósito, para que quien quiera que fuera el que tenía las clecas no se cohibiera. Un mayordomo me encaminó hacia el salón donde se celebraba el baile junto con mis escoltas.

Tras pasar la puerta doble, unos dos metros más adelante caían unas escaleras de 5 peldaños en semicírculo a la altura inferior dónde se desarrollaba la diversión. Siete ventanales iluminaban la estancia desde el lado derecho intercalándose con finas columnas envueltas en enredaderas. Las lámparas de araña hechas de cristal pulido apoyaban al sol de media tarde.

Uno de los sirvientes me presentó ante los invitados y vi como automáticamente muchos de ellos se erguían o se estiraban los trajes. Espero que no complique mucho la situación.

Diane se acercó a mí y me dirigió hacia la mesa alargada de la izquierda tras darme la bienvenida al evento. Estaba llena de postres hechos con fruta de temporada y bebidas de varios colores.

- ¿Cómo se encuentra?

- Mucho mejor, majestad. Aunque algo inquieta... ¿Le apetece tomar algo?

- Una bebida está bien, pero sin alcohol, necesito estar en plenas facultades.

- Y cuándo no. - Sonó descortés pero vi una sonrisa inocente en sus labios así que decidí seguirle el juego.

- Debería alegrarle que su soberano no sucumba a ciertos vicios.

- Y me alegra majestad, no me malinterprete. - Me alcanzó una copa con un líquido rojo - Se llama luz roja; lleva zumo de limón, naranja, fresa y piña con toques de granada, espero que le guste.

Di un sorbo a la bebida, notando los sabores exóticos del sur de las dos últimas frutas mencionadas, cuando vi a un amigo acercarse a nosotros.

- Doctor Jasón, no esperaba verle. - Estreché su mano.

- Espero no sea una decepción, majestad. La señorita Adetter me invitó por si su salud se abrumaba con el esfuerzo del baile.

- Sí, no ha sido muy prudente hacerlo recién dada de alta... - Decidió ignorarlo mientras cogía un pastel.

- Seguro le pareció lo suficientemente importante.

Hubo algo en su mirada que junto a esas palabras me hizo darme cuenta de que contaba con un aliado más en la sala. Esperemos que esto salga bien.

- He oído que está pensando adoptar un perro, majestad. ¿Tendrá tiempo de cuidarlo?

- Sí... Tengo al personal del palacio y no necesitará tanta atención como las personas.

- Será un buen compañero en sus largos días de oficina.

- No me gustaría que viviera encerrado como yo, Jasón. - Ambos reímos.

- Sería una buena excusa para salir a que le dé el aire al menos una vez al día, será bueno para su salud.

- ¿Nunca dejas de trabajar?

- No cuando mi emperador da el ejemplo contrario, no sería justo.

- También podría aprovechar a su nuevo amigo para ver qué tal está la ciudad de primera mano. - Irrumpió Diane, la verdad no había pensado mucho en ello, mi idea era iniciar la moda de adoptar para poder darles casa a los perros que recogimos, que lamentablemente eran muchos. - Si me disculpan, ahora que estamos todos, daré paso al músico principal.

Se dirigió a las escaleras de la entrada y un criado hizo sonar unas copas para llamar la atención de los invitados y propiciar el silencio.

- Queridos invitados, no saben cuánto me alegro de que estén hoy aquí conmigo para celebrar mi recuperación. Uno de los invitados especiales de hoy es el Conde Grover, el cuál nos deleitará nuevamente con sus nuevas canciones, espero que disfruten del baile.

Con un gesto dirigió la atención al lado opuesto de la sala donde Grover ya se había colocado frente a la orquesta encima del escenario. Cambiaron las luces del techo por pequeños candelabros en las columnas y en la pared que hacía de fondo para el escenario.

El ambiente se tornó acogedor y las parejas empezaron a girar en la zona central del salón. Jasón se fue con su esposa, que anteriormente estaba hablando con unas amigas suyas.

- ¿Usted no piensa disfrutar el baile?

- La sala está preciosa, Duque Adetter. Pero me temo que no tengo pareja y hace mucho que no bailo.

- Mi hija tampoco, majestad. Me tranquilizaría mucho que usted esté con ella, no quiero que se sobreesfuerce.

Me encogí de hombros, no me disgustaba la señorita Diane pero mi mente estaba demasiado ocupada en otras cosas. Además, quién tiene que bailar es ella, no me gusta que los padres intenten decidir por sus hijos. Me parece contraproducente en casos tan cotidianos como estos, ya podría haber prestado atención a su hija cuando decidió consumir clecas.

Diane apareció entre la multitud y se sentó en las sillas colocadas cerca de la mesa, y al ver que su padre no dejaba de molestarme me acerqué. Al menos ella no me distraerá de la misión.

- ¿La anfitriona no baila?

- Me sigo sintiendo débil, no querría montar un escándalo en mi propia fiesta.

- Sí, se sentiría muy agridulce.

Ambos compartimos una mirada cómplice, sabiendo que no tardaría en aparecer el caos.

- Lo lamento, majestad. - Mi cuerpo se tensó en milésimas de segundo, ¿Todo esto era una trampa? - No debería haber hecho que nadie se preocupara así, está perdiendo el tiempo por mi culpa.

El aire volvió a mis pulmones.

- Llevo meses haciendo prácticamente lo mismo todos los días, sólo aquí puedo esperar un resultado diferente. No se aflija, merecerá la pena mientras haya aprendido de sus errores.

El deseo del emperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora