Después de días de cansancio y noches sin dormir, un día lleno de paz y armonía finalmente envolvió en calma a los desamparados habitantes de Ciudad Calagua. Tras el gran ataque del mal llamado cánido del infierno, no hubo tiempo de reposo para el equipo de rescatistas e investigadores de toda Hoenn, quienes restaurando gran parte de los daños materiales de la ciudad, así como indagando pistas ocultas sobre la razón de la arremetida, todos se esforzaban al máximo en culminar su parte trabajo lo antes posible, pues ante el pasar de los días parecía interminable.
Frente a las primeras horas de aquel viernes, en conjunto con los leves rayos de sol, una enorme sombra empezó a moverse de un lado al otro sobre todos los Pokémon en tierra. Una criatura voladora de grandes dimensiones llevaba sobre sí cargas pesadas de rocas y tablones de madera hacia distintas zonas de la metrópoli. Incontables viajes de ida y vuelta desde el puerto sur de Calagua hasta el gran Centro Comercial, empezaron a pasar factura progresivamente al joven Tropius, quien para su desdicha era el único dispuesto al trabajo pesado y el transporte de materiales.
—¡Un poco más abajo! ¡Anda, sigue bajando! —Desde la superficie, un Blaziken hacía señas con su garras para aparcar al gran volador—. ¡Ya casi, ya casi!... ¡Listo, ya pisaste tierra!
Cada aleteo del Tropius levantaba montones de polvo a sus alrededores, la mayoría de los Pokémon en el área tuvieron que cubrir sus ojos ante la vista entorpecida. El retumbar del suelo tras el fuerte aterrizaje del tipo Planta/Volador alertó incluso a los obreros más alejados de la zona. El ave luchadora trepó sin demora al lomo del exhausto Tropius y empezó a descargar los materiales con cierta prisa.
—Uf... Ya solo quedó material para un viajecito más... —suspiró muy agotado el volador, viendo de reojo al Blaziken con una pizca de envidia por su tesón inagotable.
—Tranquilo, Crist. Hazte esa vuelta y después vienes para que puedas descansar bien —alentó el tipo Fuego/Lucha con una sonrisa sutil, mientras cargaba una pila de tablones sobre su hombro como si fuera un saco de algodón.
—Sí, sí... Ana me va a venir matando un día de estos.
—Tampoco te pases de flojo, papi.
—¿Qué te crees, Javi? No soy tipo Lucha como tú, así que no te compares conmigo... Otra cosa es que yo fuera un Pidgeot o un Corviknight, ¿sabes?
—Ya, ya, sí te entiendo de verdad. Pero oye, igual podrías haberle pedido ayuda a Bario, ¿no?
—¡Nah, ese viejo ya dejó el plumero desde temprano! Dizque salió a Arrecípolis a por más Pokémon para las obras... Puras excusas para no echarme un ala.
—Uy. Pues nada, Crist. A aguantar se ha dicho. —El gran volador simplemente bufó con indiferencia, sacando un par de carcajadas al Blaziken—. Oye, por cierto. ¿Qué has sabido del niño de Passio? ¿Cómo sigue?
—¿Ignacio? Pues recién ayer me llegó la noticia de que ya puede dejar la cama.
—Espera. ¿Tan rápido? —Javier se detuvo un momento y lo observó impresionado, viendo cómo asentía con seguridad—. Pero qué come ese muchacho. ¿No y que hace una semana lo daban por muerto?
—Pues sí, Javi. De verdad estaba grave. Cayó en coma y lo sabes. Recién ayer en la noche se dijo que estaba listo para prestar ayuda a partir de hoy.
—Imagínate. No, pues, me alegro mucho por él. Se recuperó muy rápido, ¿eh?
—Eso no te lo niego. Pero bueno, tal parece que no es de los 12 mejores por nada.
—Sí, sí... Muy bien, terminamos acá. Ve a hacer el viaje que te falta.
Tras sus palabras, Crist pudo notar que su espalda se sentía aliviada de cargamento por enésima vez en aquella mañana. Javier bajó del Tropius de un salto, mientras alzaba las últimas tablas de madera con una mano, y se dirigió rumbo a la zona de restauración de las últimas viviendas dañadas. El gran Planta/Volador suspiró con resignación, respirando profundo por breves instantes antes de despegar del suelo.
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Cambiar el sistema
FanfictionMuchos años antes de que yo naciera, los tipo Siniestro eran menospreciados y discriminados por los demás tipos, todo eso gracias a la mala imagen que nos han puesto muchos de nuestro grupo que se sentían hartos de no ser escuchados. Mi padre decidi...