Capítulo 12: Ahriman

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En el norte, habitantes de toda la ciudad, e incluso de otras localidades de Hoenn, avanzaban con apuro hacia sus hogares o algún lugar seguro para protegerse. Ya se encontraban libres del cautiverio que significó estar en el Centro Comercial, rodeados de de aquellas criaturas hostiles por poco menos de un día entero. Muchos observaban los cuerpos fríos o partes de Golem y Graveler despedazados en las calles de Calagua, quienes persuadidos por la ambición resultaron terminados en medio de tan encarnizada batalla. El horror crecía en cada uno de los caminantes, llevándolos incluso a querer correr despavoridos lejos de aquel escenario de masacre.

No obstante, el equipo de rescatistas designado para aquel área lideraba el grupo de pobladores y trataban de apaciguarlos con tal de que pudieran mantener la cordura, no huir y poder resguardarse seguros. El Gallade y la Vileplume protegían la cabecera y la retaguardia de aquel grupo respectivamente, mientras que el Inteleon invitado a la región se encargaba de evitar de que alguien, a escondidas, se separara del pelotón.

La pequeña Abra, quien hace unas horas atrás era la amiga de juegos del fornido Machamp, levitaba algo temerosa bajo la protección de su progenitora. Ambas psíquicas veían a sus lados con alerta ante cualquier intento de altercado, horrorizándose así a causa de la vista lamentable que ahora tenía su ciudad de residencia. Tiendas saqueadas, vidrios resquebrajados, casas allanadas, incendios y llamaradas a pocos metros de distancia entre sí. Todos los alrededores se encontraban en un estado deplorable, y contadas eran las estancias que no hubiesen sufrido daños tan significativos.

—¡Tranquilos, todos! Buscaremos por todos los medios posibles la forma de poder cubrir los daños provocados. —El luchador psíquico a la cabeza del grupo, dio la media vuelta y dirigió algunas palabras a sus solicitantes, buscando la forma de hacerles revivir la fe ante tan desesperanzadora situación—. Por ahora, todos nos resguardaremos en el Motel Aguacala. Es el único edificio de la ciudad que no ha sufrido daños considerables.

En cierto modo, las palabras de aquel Rescatista de pañuelo púrpura habían generado cierta calma en la pequeña psíquica, pues ya tenía claro que no descansaría en un suelo frío y duro, y mucho menos en medio de los escombros que, un momento atrás, conformaban su hogar. Aun así, su rostro de preocupación se sostenía muy a pesar de cualquier palabra de aliento existente, puesto que junto a ella, además de su madre, también caminaba Rambo, quien bastante herido y agotado física y mentalmente, aún contaba con la determinación suficiente para seguir avanzando a paso firme con su buen amigo Blaziken a cuestas.

Así la cuadrilla continuó arreando a todos, hasta que consiguieron llegar a las puertas del Motel Aguacala. Aquella estancia se había convertido en el lugar de atención a todos los damnificados y el punto de concentración de las fuerzas de rescate presentes en la urbe. Familia tras familia, todos iban ingresando al edificio, sintiendo aires de calma al recibir la ayuda que tanto necesitaban. Ignacio observó al último Pokémon entrar al recinto y se dirige al equipo de rescates con diligencia; ya había hecho su parte, y le urgía saber qué más se debía hacer.

—Gracias por darnos una mano con todos ellos, Ignacio —La Azumarill encargada de las atenciones del motel se aproximó un momento a él con un semblante calmado.

—No es nada. Es mi trabajo después de todo. —El muchacho sonrió con serenidad—. Bueno, a lo que vine. ¿Podría decirme desde cuándo comenzó todo exactamente?

—Oh. Creí que Hank ya te había puesto al tanto.

—Lo hizo, pero me gustaría saber la otra versión. Además, el señor Hank estuvo un tiempo fuera de Hoenn según lo que me dijo. Desde anoche, más o menos.

—Es cierto, pasó la noche fuera de casa... Verás, Ignacio. Ayer mismo, un par de Golem se aparecieron en la plaza principal con intenciones sospechosas. Mencionaron mucho que el momento de reclamar lo suyo había llegado. Que su señor exigía esta ciudad para él y su gente, y todo aquel que se opusiera tendría colmillo clavado en su cuello. Hacían llamar a su líder "el cánido del infierno", y que pronto sellaría este lugar con su huella abrasadora.

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