Capítulo 8: Galarianos

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Culminan las horas del ocaso. Luego de su ronda infinita sin parar, la plateada Luna vuelve a ocultarse en el firmamento, dando a saber la muy próxima llegada del amanecer. Las silvestres criaturas nocturnas regresan a sus refugios tras una movida noche de supervivencia. Los primeros rayos del día inciden en la tierra en las próximas horas, tocando sutilmente a las ventanas de cada uno de los dormitorios de cerca de doscientos Rescatistas.

En el Cuartel, el Sol se convierte en el despertador de la totalidad de sus integrantes, ya que resulta indispensable aprovechar al máximo las primeras horas del día para realizar sus encomiendas. Fue un fin de semana bastante tranquilo en Passio, siendo estas las oportunidades únicas de colgar su pañuelo y poder salir a distraerse tras una extenuante rutina.

Los Rescatistas líderes de las cinco divisiones se dividen su tiempo de entrenamiento entre los días de la semana, concluyendo así en que cuando toque su día correspondiente, el patio de eventos del Cuartel sería suyo sin objeciones. Era lunes de la división de Asalto, y un fornido Aggron sería su líder.

—Muy buen día, señor Mateo. ¿Qué tal amanece hoy? —Saluda una Nidoqueen al macho con cariño, siendo ella una de los meseros en la cafetería.

—Oh, señorita Milly, buenos días —contesta el Aggron de manera amable, ofreciéndole una sonrisa en el acto—. Bastante bien, pero mucho mejor por verle acá.

—Ay, qué cosas dice... —la tipo Veneno/Tierra suelta un par de carcajadas, haciendo más enternecedor su sutil sonrojo—. Está algo solitario el lugar, ¿no lo cree?

—Tiene razón, pero ya es costumbre. Sólo es cuestión de tiempo para que empiecen a llegar más clientes.

La cafetería del Cuartel, ubicada en planta baja, se encontraba con la apacible compañía del silencio. Tan solo un par de comensales y los encargados de mantener la estancia de comida eran los que le daban vida al salón, algo a lo que Mateo se había habituado cada vez que se levantaba de dormir, sobre todo los lunes. Él era uno de sus primeros clientes de todos los días, así todos sus alumnos podrían conseguirlo y, de paso, desayunar junto a él.

—Es verdad, aún es temprano... Oh, por cierto, —Milly recuerda parte de lo que hizo despertar temprano a Mateo—, hoy le toca a usted entrenar con los chicos, ¿verdad?

—Sí, sí. Tiene toda la razón. También me toca entrenar a los nuevos, ya quiero ver qué tal actúan en el campo —aclara el Aggron, mostrando ciertas ansias en su timbre de voz.

—Vaya, lo noto muy emocionado. No frecuento a verlo así.

—Jeje. Lo admito, sí estoy emocionado. De por sí, me gusta entrenar con mis muchachos, pero ahora que sé que tendré caras nuevas en mi grupo, estoy un poco ansioso de conocerlos.

—Ya entiendo. Entonces trate que esa emoción no lo haga desconcentrarse en su labor, ¿vale?

Mateo esboza una sutil sonrisa y asiente algo apenado a su consejo, despidiendo así a su buena amiga. Milly se retira de su lado para poder continuar con su oficio; habían llegado nuevos clientes a la cafetería. Un grupo de jóvenes Rescatistas, entre pañuelos amarillos y verdes, entraron a la estancia en busca de su maestro del día. Al avistarlos, el Aggron les saluda desde la lejanía y los invita a comer sin tantas prisas, pues bueno, aún faltaba más de media hora para iniciar el entrenamiento.

—Buen día, señor. ¿Está ocupada su mesa? —Un joven Boltund de pañuelo verde toma la palabra por el conjunto.

—Buenos días, Lucho. Me extrañaba que no hubieses llegado aún, ¿eh? —Comenta el Aggron, esbozando una confiada sonrisa a quien sería uno de sus mejores discípulos—. Siéntense de una buena vez. Aún queda tiempo.

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