Capítulo 1: Así comienza todo

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Desde la oscuridad de una habitación, ventanas cerradas, luces apagadas, yacía un Pokémon de pelajes oscuros completamente desnudo sobre la cama. Aquella criatura veía al techo; sin objetivo alguno, sólo veía. En su semblante se mostraba dolor, pesar, arrepentimiento, rencor, miedo. Sus ojos cristalinos, cansados por las veladas de tanto llorar, eran enjuagados y refrescados por lágrimas una vez más en esa mañana.

—¿Cuánto tiempo pasó? Como unos ocho años, ¿no?... ¿Hace cuánto fue, papá?

Aquel Pokémon levantó su mano sin ánimos, compuesta de grandes garras de color carmesí en cada uno de sus dedos, y la pasó por sus ojos para secar aquellas perlas de llanto que brotaban de sí mismo por enésima vez. Sin querer lloraba, no quería mostrarse débil ante nadie. Pero a veces, las personas de semblante endurecido necesitan ablandar ese corazón de piedra de vez en cuando.

—Ocho años... Hace ocho años pasó lo que pasó, ¿no es así?

Había pasado varios minutos en aquella postura: tendido de largo a largo en la cama, sin ningún tipo de ropa sobre su cuerpo, nada más que pensando y pensando. Pero ya se había aburrido de estar haciendo nada sobre el colchón, por lo que decidió sentarse a una orilla para recuperar ánimos luego de tanto llorar. Pasando su mano por su largo cabello, tan rojo como lo son sus garras, luego secando su rostro en su totalidad, decidió levantarse de la cama para al fin proceder a vestirse.

—El tiempo que pasó lo olvido de vez en cuando, pero nunca olvidaré qué pasó y cómo fue que pasó. Malditos sean esos bastardos...

La vestimenta que le gustaba usar, un estilo bastante fresco y despreocupado, lo identificaba muy bien ante los demás. Pero ante a un día tan especial como ese, necesitaba mostrarse formal y vestir de acuerdo a la situación. Para un Zoroark como él, era complicado ponerse una camisa de buenas a primeras teniendo un cabello tan frondoso y largo como el suyo, pero él ya sabía cómo hacer para arreglárselas. Tomando forma momentáneamente de un Ambipom gracias a su habilidad de Ilusión, consiguió colocarse la prenda sin mucho embrollo.

—Esta basura no va conmigo, pero tengo que ponérmela... Parezco un colegial mocoso, ¿quién lo diría?

Ya tenía su polo verde militar, el paso más tedioso. Ya lo demás se le hacía relativamente más sencillo: primero fue su ropa interior para no exponer de más, y luego unos jeans un tanto ajustados para remarcar la tonificada musculatura de sus piernas.

—Siempre soñé con poder hacer lo que tú hacías, papá... Pero nunca llegué a pensar que te reemplazaría en tu labor tan pronto.

Acercándose a un espejo de pared y un perchero casi de su tamaño, el Pokémon tomó un pañuelo dorado y se lo colocó alrededor del cuello. Dicha prenda estaba algo vieja y usada, pero nunca había perdido su vívido color a pesar de los años. Luego de ajustarse aquel pañuelo, el Zoroark se miró al espejo para observar bien su aspecto.

—... Qué rabia me da. A pesar de pasar casi diez años sin ti, aún sigo sin creer que te hayan matado, así como así... Y yo que nada pude hacer, me culpan de todo.

Aquel Pokémon tomó un cepillo de cerdas duras y aún frente al espejo procedió peinarse con calma, imitando con lujo de detalle el cómo lo hacía su madre con él de pequeño. A cada pasada, se esbozaba una pequeña sonrisa en su rostro; era el momento que tanto disfrutaba desde su infancia, y que aún seguía disfrutando ya de grande.

—¿Cómo estará mamá?... Sé que le dije que no podría llamarla mucho, y ella lo aceptó, pero extraño su voz.

Observando a la ventana cubierta por una cortina anaranjada hecha de algodón puro, el Zoroark decidió aproximarse para dejar que cierto astro dejara entrar su lumbre a la habitación. Tomándola por un lado, rodó el telar hacia el otro, recibiendo de lleno la luz solar en su rostro, al punto de que terminó cubriéndose la cara con su brazo. Tras adaptarse al brillo, pudo asomar su cabeza por la ventana.

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