Capítulo 11: Buscando ayuda

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Conforme transcurría el tiempo, el frío viento se asentó bajo el manto de la noche y la temperatura bajó de forma impactante. Gracias a la presencia de la Luna, la arena había tomado una hermosa coloración argenta a lo largo y ancho de aquel páramo desértico. Sin embargo, en ciertas oportunidades el color del suelo se veía obstaculizado por una sombra que viajaba velozmente de un punto a otro. El satélite terrestre lo ve todo durante la noche, por lo que en esa oportunidad pudo percatarse de aquella presencia volando en compañía. Se movía con ajetreo, se notaba con mucha prisa; tal parecía que las cargas que llevaba consigo debían llegar rápido a su destino.

Habían pasado ya cuatro horas desde que el Sol se ocultó en el horizonte, y aquel Pokémon surcador de los cielos había estado cruzando de oriente a occidente más de una vez. De piel verdosa de un color esmeralda, alas grandes y fuertes al igual que su cola, un par de antenas largas y dos membranas que tenía por ojos tan rojas y brillantes como el rubí, el ente volador cargó sobre sí a cinco Pokémon dormitados con tal de llevarlos a otro punto del desierto. Su parada final era una caverna de arenisca, su tan preciado lugar de descanso.

Aquel recinto era extenso desde su interior, iluminado gracias a una escotilla natural que poseía en su techo. Así, las paredes de la cueva eran bañadas por la lumbre plateada de la Luna, ofreciéndole un ambiente pacífico y muy callado. La criatura suspiró calma al pisar firme en su lugar de estadía y dejó a sus inconscientes pasajeros en el frío suelo de caliza. Los cinco viajeros con destino a Kalos estaban a merced de aquel ente desconocido, quien no hacía más que observarlos detenidamente de arriba a abajo, con toda libertad de detallarlos, pues no habría reclamo alguno de su parte.

Se movía silente entre sus posibles víctimas, percatándose y asegurándose de que todos y cada uno de ellos estuviesen inconscientes. Comenzó con los más pequeños, verificando que el Nickit y la Blitzle respiraban correctamente. La criatura se detuvo un momento y observó con detenimiento al zorrito, llegando así a reconocerlo a primera vista. Era el mismo vulpino que unos cuantos días atrás había ayudado a atravesar todo el desierto.

—Así que eres tú, pequeño. Te ves mucho mejor, sin golpe alguno —musitó con agudeza y suavidad, mostrando así ser una fémina la portadora de esa voz—. Parece que has conseguido llegar a tu destino, ¿eh? Bien hecho.

La criatura voladora sonreía con calidez hacia el pequeño, para luego dirigir su mirada a los mayores. Sus ojos se clavaron primeramente en la Mienshao, quien al igual que los infantes respiraba con normalidad. No obstante, la prenda de vestir colgada de su cuello llamó su atención.

—Hmm. Esos pañuelos... ¿Qué era lo que significaba eso?

Ella se aproximó con cautela a la armiña luchadora con tal de asegurarse de su inconsciencia. Abrió uno de sus ojos con su mano y, en efecto, su pupila estaba totalmente dilatada; el noqueo era fuerte, y no se despertaría hasta una vez entrada la mañana siguiente. Realizó la misma acció con el Snorlax, quien evidentemente le causó más complicaciones de transportar. Abrió su ojo con cuidado y se fijó de que también tenía la pupila dilatada por completo.

—Que bien... El golpe estuvo perfecto. —La Pokémon soltó un suspiro de calma al notar que su azote no fue mortal.

Ya por último, dirigió su mirada al Zoroark, más que nada fijándose en su tobillo ensangrentado. Un pequeño charco de sangre yacía fresco bajo su pie derecho, denotando así que su herida era importante y continuaba a carne viva. Aún así, de un momento a otro la criatura frunció el ceño con mucha molestia, y se aproximó a él no con tal de verificar su inconsciencia o tan siquiera ayudarlo en su urgencia, sino para llevarlo fuera de la cueva. Habían unos asuntos que tratar con quien posiblemente era el agresor del pequeño hormiga león.

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