Las hojas secas de los maples y almendros, esparcidas en todo el suelo de aquella arboleda, eran las encargadas de brindar los múltiples espectros anaranjados del lugar, acción y efecto del otoño en pleno apogeo. A pesar de que la temperatura bajaba, y con ella la proliferación de la flora del bosque, en el suelo y entre las copas de los caducifolios brotaban flores hermosas que eran consideradas el símbolo vivo de la inmortalidad. Las plantas florales de diversos rojos, desde un carmesí intenso hasta el propio salmón, marcaban un sendero que guiaba a un destino en particular. Una estación especial para un encomendado especial.
Al seguir por aquel camino denotado por amarantos, obra de la naturaleza misma, pudo encontrar una casa solitaria, muy alejada de cualquier señal de civilización, casi en el mero corazón del Bosque Novarte. Tejas cerámicas, algo desgastadas por la intemperie pero aún en buenas condiciones, eran las responsables de techar la edificación, mostrando así ser una estancia con muchos años de construida. La pintura cerúlea de sus paredes estaba casi borrada, pues incontables años de lluvia y sol palidecieron y borraron su lustre, pero aún podía distinguirse. Y una puerta manufacturada por un artesano, con tallado llamativo de figuras como hojas y flores en cada extremo del tablón y una perilla de brillante bronce pulido, se encontraba un tanto mohosa y opacada, llena de humedad en sus esquinas inferiores y con su picaporte oscurecido y áspero, pero aún cumplía su función de resguardar el interior de la casa.
Él logró ingresar tras bajar un poco su cabeza, y consiguió dar directamente con la habitación donde su tripulante esperaba. Era un cuarto reducido, polvoriento y con todas sus esquinas cubiertas entre telarañas, al punto de que diminutos Joltik se paseaban por cada rincón sin percatarse de aquella presencia; varias repisas, donde juguetes y marcos de fotos reposaban, colgaban de las paredes; y una cama muy sucia y cubierta de tierra albergaba a un cuadrúpedo, quien con una foto donde un joven Snivy resaltaba, estaba inerte con una expresión de desilusión en su seco rostro, semicubierto por una hoja deshidratada que alguna vez formó parte de su oreja.
El viajero kalosiano sin embargo, no mostraba expresión alguna de lástima por tan desalentadora vista. Sus ojos brillaban con esperanza dirigidos hacia él, pues aquel pasajero había esperado pacientemente su llegada, dado a saber por la gran integridad de aquel cuerpo sin vida. El encomendado sonrió levemente, viendo en su mente con lujo de detalle todos los logros que había conseguido la criatura durante sus momentos en vida. «No te preocupes. Tu pequeño Serperior está más que bien», pensó a la vez que retiraba el marco de fotos de sus patas.
Cerrando sus ojos por un momento, levantó una de sus garras al frente con tal de hacer contacto con aquel Pokémon. El viento comenzó a soplar con gran intensidad, las hojas secas empezaron a entrar a la vivienda, el techo rechinaba al punto de derribar varias tejas al suelo. Todo fue así hasta que finalmente el ave carmesí palpó la fría carne muerta del cuadrúpedo, donde instantáneamente el silencio y la quietud reinaron en su totalidad.
—Buenas tardes, Antonio. Es hora de irse... —Era una voz bastante grave, incluso aterrorizante, pero su timbre era calmado al momento de hablar—. Levántate. Hay más Pokémon esperándome.
Durante sus palabras, una lumbre áurea envolvía al cadáver del Pokémon, tan intensa que incluso habría cegado al ente volador. Segundos transcurrían y el estado de carnes de aquella criatura en cama empezaba a mejorar; poco a poco comenzaba a mover sus extremidades, y sus músculos del rostro vivían con tal de ayudarle a expresar algo de incomodidad.
—Argh... Me duele todo —dijo finalmente aquel vulpino con naturalidad, estirando sus patas al aire y sentándose en la cama—. ¿Cuánto tiempo estuve acá?
—Cincuenta días para ser precisos. Pero aguardaste íntegro como todo un ganador. Salvo por ciertos lugares, claro está...
El viajero kalosiano sonrió sereno y colocó su garra sobre la inexistente oreja derecha del vulpino, causándole ciertas cosquillas en el acto. Ambos Pokémon rieron a gusto por tan relajante momento, luego dirigen sus miradas a su entorno. Aquella casa seguía tal y como estaba: polvorienta y llena de telarañas por todos sus rincones. Cada uno de sus recuerdos seguían íntegros gracias a todas las cosas que, en vida, fueron de su pertenencia. Esculturas vegetales, estatuillas de madera, juguetes y libros, eran algunas de las cosas que adornaban aquel recinto.
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Cambiar el sistema
FanficMuchos años antes de que yo naciera, los tipo Siniestro eran menospreciados y discriminados por los demás tipos, todo eso gracias a la mala imagen que nos han puesto muchos de nuestro grupo que se sentían hartos de no ser escuchados. Mi padre decidi...