7. Reagrupar

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Volví, volví entre una y cien veces, tantas que algunos habituales de las sombras me empezaban a saludar con familiaridad y otros tipos me empezaron a acechar.

Lo había hecho en el pasado, hace unos años, cuando decidió mostrarse, que lo encontrase, lo busqué sin resultado, pero ahora qué había vuelto a verlo, necesitaba saber de él, si se había recuperado bien, si está durmiendo bajo techo, o comiendo lo necesario, aunque sea un contacto, con el que diga todas las semanas "ok, sigo bien" y ya. Con eso me bastaba, no le iba a traicionar, si su familia no sabía nada, era obvio que él no quería desvelarse, no lo haría, nunca le traicionaría.

Seguí pistas varias e hice contactos. Uno de ellos el señor Oono, cuyo poder era soportar cualquier nivel de picante del mundo y vivía en la calle desde hace más años de los que yo llevo en este mundo, le encanta mi omurice y de vez en cuando trae amigos que llevan días sin probar vocado a nuestras reuniones.

Algunos informantes me decían que era el portador de llamas azules, otros que era un psicópata, el sr. Oono recordó haberlo visto con un lagarto, un tipo en vestido con un mono negro y gris y con una colegiada. Si tenían un asentamiento, sería cerca, el viejo Oono los veía de vez en cuando pasar en la oscuridad de lo noche, a veces perjudicados, a veces invictos.

Solo tuve que esperar.

En la tercera noche luego de que los estudiantes de todo el país empezaran las vacaciones de invierno, una vez terminamos de cenar, me alejé lo suficiente de mis nuevos conocidos, escondí mis armas, apliqué mi perfume favorito y me sumergí en la peligrosidad de las calles.

- ¿Qué pasa monada, hoy no tienes acompañante?

No tardaron en aparecer. Y a este lo conocía, notaba cuando posaba sus ojos en mí desde lo lejos. Repulsivo.

- Eso parece...

Portaba una pequeña pero visible, arma blanca en la mano izquierda, quería que yo fuera consciente de ella.

- ¿Sabrás salir de aquí tú solita?

Se sentía impaciente, y para mí suerte, no me conoce, no sabe quién o qué soy, solo que aparento debilidad.

- Prefiero ir acompañada.

Seguí caminando a un ritmo más lento.

- Deberemos ser nosotros entonces.

Varios pares de cabezas emergieron de diferentes recovecos.

- No sé si me bastará, soy muy exigente.

Me apoyé contra la pared más cercana, estaba acorralada, y no quedaba de otra que esperar.

Uno, dos, tres, cuatro segundos tardaron en abalanzarce sobre mí. Les sorprendí, por supuesto. En un rápido movimiento, saqué de su escondite mis armas.

Mi fiel acompañante, un martillo, no tardó en hacer su habitual destrozo; mientras que los clavos se me acabaron, la mayoría de ellos los dejé en las andrajosas ropas de mis atacantes, clavados contra la pared o el suelo; el cuchillo santoku, lo usé en el último, el repulsivo, bien enterrado en su rodilla, para que le duela bien, por mirón y obsceno; el cuchillo pelador, curvado cómo él solo, ni lo toqué, eran delincuentes de pacotilla y no hizo falta hacer uso de mi poder, con mis dotes de pelea y las artes marciales aprendidas de mi maestro Gunhead (que por lo que me había comentado entrenaba ahora a una jovencita de UA con mucho potencial y muy enamorada) fue suficiente, casi ni me rozaron.

- Y que no se os ocurra volver a tener esas intenciones con nadie más -me sacudí las manos mientras les miraba. Una vez los repasé, todos bien hechos polvo en el suelo, empecé a caminar de nuevo, al principio rápido, pero en cuanto doblé la esquina y la luz no me alcanzaba, aminoré drásticamente.

«Funcionará», pensé para mí. Dudé bastante, igual el plan no fue mi idea más brillante, o el mejor estructurado, lo había dejado todo un poco a la suerte, al azar...

Entonces lo sentí, no hubieron pasado ni unos pocos minutos cuando un bochorno intenso me sacó de mis pensamientos, me calentó las extremidades en medio del frío de la noche e iluminó la calle trasera a mí.

¿Sería él? Tenía que ser él.

Corrí tan pronto cómo mi primer pensamiento apareció y mis piernas lo permitieron. Olía a chamuscado y la calle estaba adornada con un cálido tono azul, ocupaba su anchura, y me costaba discernir más allá de un metro de distancia.

Seguí corriendo entre las flamas, mi piel se quemaba pero se degeneraba enseguida, más no lo sentía, no era consciente de ello porque solo buscaba una cosa. Atravesé el mar de llamas, y entonces lo ví, no a él, si no a sus ojos bien iluminados, deleitándose con el espectáculo, había retrocedido varios pasos para cubrirse con la noche y tener mejor escapada, pero al verme no huyó, sus pupilas se dilataron y sus órbitas oculares se expandieron. Era él, se había vuelto a teñir con hollín el pelo, estaba algo desgarbado y noté la tensión en su mandíbula.

Dudé mientras me acercaba, ¿qué debería hacer?, ¿cómo proceder?, y ¿qué no hacer?, ¿cómo no cagarla? ... Entrelacé mis manos mientras acortaba distancia, mis dedos pulgares jugaban uno con él  otro, a ver quién ganaba, me relajaba un poco, pero le mantuve la mirada, si huía de mí tendría bien grabada su cara en mi mente.

No hablé, no podía, no me saldrían las palabras, mi garganta sería un túnel hueco por el que no transita ningún sonido, directamente me abalancé sobre él, le estruje tan fuerte cómo pude, quería sentirlo, olerle, quererle, y que no fuera la última vez, sino una de tantas.

Y él...




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