5. Reposar

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Cómo de costumbre, y desde hace tres años, mas o menos cuando empecé en el trabajo, me voy a dormir cuando estoy lo suficientemente cansada, así evito pensar en nada. Suelo tardar en conciliar el sueño pero una vez lo hago, estoy tan agotada que duermo de una vez toda la noche, suelen hacer falta al menos cuatro alarmas para despertarme.

Pero esta noche es diferente... hace frío y estoy totalmente envuelta en mi edredón, oigo golpecitos de lejos y me deslumbra la luz de la calle. Regaño los ojos, me molesta, los tengo pegados pero los golpes son insistentes y una vez me he percatado de ellos, no puedo obviarlos.

- ¡Ya!

Doy dos golpes secos en la pared más cercana a la cama pensando que es alguno de los vecinos haciendo algún jueguecito nocturno.

Pensé que habían recibido mi mensaje y volví a acomodarme, pero los golpecitos reanudaron y, entonces, un golpe seco, cercano y fuerte.

Me incorporé rápidamente, apoyé mi mano contra la sien, me mareé un poco, hice el esfuerzo de abrir de a poco los ojos y empecé a enfocar.

- El balcón...

Hay una sombra en el balcón, está apoyada contra el cristal y no mide más de un metro.
Agarré el cuchillo en mi mesita de noche, sí, siempre dejo uno, puede llegar a ser muy útil.
Camino lento, cuidadosa de no hacer ruido, aún no se qué es. Apoyo mi mano en el manillar, me pongo en posición de defensa y abro, la sombra cae sombre mi piso y...

- ¿Touya?

- Hola -se le nota tan cansado, hasta su voz es áspera, le ha costado incluso decir una sola palabra.

- ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has subido?  -sigue tumbado. Me preocupo al ver que le cuesta moverse, apoya sus manos contra un punto específico de su cuerpo-. ¿Qué te ha pasado?

Lo arrastro adentro de la habitación, tiro de sus dos brazos con cuidado. Destapo la herida que se cubría, no es demasiado profunda, sanará pero duele y tiene que tener cuidado, es grande, y hay riesgo de infección. Paso la mirada por todo su cuerpo en busca de más heridas. Miro su rostro, tiene los ojos cerrados y respira lento, alguna de las grapas quirúrgicas que sujetan su piel se han desprendido.

- Espera.

Una vez le he limpiado, lavado, cosido y/o grapado por completo le dejo un poco de espacio. Por suerte, o más bien por mi don, tenía todo lo necesario en casa, sé que la automedicación no es sana ni legal ni prudente, pero en momentos desesperados, medidas desesperadas, además no va a ir al médico... no puede.

- Tienes que lavarte, ¿me escuchas? -vacilo por unos segundos. Una vez he acabado, me quedo a su lado, con los pies recogidos y lo observo. Ha crecido sin duda, se le ve más maduro, más atractivo, y con bastantes cicatrices, muchas más que yo-. Las heridas se pueden infectar con todo ese detritus alrededor...

No oigo respuesta, tampoco se mueve, parece que está descansando de todo ese esfuerzo, ha agotado sus energías. No me queda de otra y, no voy a decir cómo, pero lo consigo meter en la bañera, de una y sin ningún golpe. La ropa, se la quito sobre la marcha, esta sucia, embarrada y polvorienta, pero no tan rasgada cómo era de esperar.

Muevo la mano delante de él para ver si es consciente, lo se quizás lo que hago no es lo más moralmente correcto, pero de vez en cuando se me escapa la mirada...

- Al menos tienes las partes importantes, las nobles, sin dañar  -pienso para mí.

Y luego me río para mis adentros, por pervertida y porque me hago gracia.

Su pelo es suave, ya casi no recordaba su color, no el original, que es el rojo y me fascinaba, sino el blanco, por lo que sufrió, el estrés y el abuso que tuvo que soportar... me detengo en su cabeza, apoyo mis manos en él, dejo de enjabonar incoscientemente, me pierdo en mis pensamientos...

- Sigue -balbucea en un tono que prefiero identificar cómo mimoso.

- Sí -me pongo rígida de inmediato y termino mi trabajo. Salgo de la habitación y le preparo dónde descansar y mi albornoz que no volví a ver desde entonces-. Supongo que hoy me toca dormir en el sofá...

- Qué buen servicio. Te pondré cinco estrellas -me vacila pero aún le cuesta, tiene apoyado el antebrazo contra la pared y está algo encorvado.

Me sorprendo de la diferencia de altura, incluso así es más alto y grande. Me podría envolver entre sus brazos sin esfuerzo.

Le acomodo el lugar dónde hasta hace poco yo dormía, se tumba y yo espero, paciente, sentada en la butaca a los pies de la cama.

- Gracias -me dice en un susurro ronco cuando el analgésico empieza a hacer efecto. 

- ¿Has comido? -le respondo. Llevo un rato escuchando su barriga de manera intermitente, y en el momento que le pregunto lo hace con más fuerza.

- ¿Tú qué crees?

- No he hecho la compra -me excuso antes de ofrecerle una sopa de fideos y una lata de atún.

- La calificación va a bajar a un tres, que lo sepas.

- Pues se te deniega la entrada y listo, no más quejas del señorito -aprieto los labios para no reírme, a la vez que zarandéo la cabeza.

- Podría haber sido el mejor servicio de la ciudad pero la dueña se ajó y ahora es una cascarrabias.

- Pues la cascarrabias te ha hasta duchado.

- Cascarrabias y depravada. Corrijo.

Le lanzo contra la cabeza el cojín, pero por la parte dura, la que duele, ahí se le clave en un ojo. 

No puedo evitar sonreir por un rato y creo que él hace lo mismo. Aún no nos miramos a los ojos, se siente extraño, al menos yo lo pienso así y supongo que él también.

- Al menos sé que estás bien -musito, algo insegura, y con la cara ardiendo, prefiero mirar por la ventana cuando lo digo.

- Já -bufó insolente, pero no supe lo que significó hasta mucho más tarde.

- ¿Qué te ha pasado? -insisto.

Tarda en responder pero al final lo hace.

- Me fui de acampada.

- Capullo -le suelto con sorna, no estoy enfadada, solo tenía curiosidad.

- Sí, cariño.

Decido no preguntar nada más, sé que no me va a responder. No al menos lo que yo quiero saber.

- Buenas noches -apagué la luz y me tumbé en mi frío sofá-, espero que al menos mañana me cuentes cómo diablos has escalado un primer piso en ese estado.

 



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