|Capítulo 2|

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Martes 03 de agosto de 1993

Hora de la verdad.

Hermione terminó durmiendo con él en la pequeña cama de la habitación. Harry no se dio cuenta, hasta que rebuscó en su monedero, que el oro que juntó el año anterior, cuando visitó Gringotts con los Weasley, se había acabado.

Si era honesto consigo mismo, Harry no recordaba cuánto oro tomó de su cámara el año anterior. Ver la cámara de la familia Weasley lo hizo apurarse en la suya, no había querido que Ron se pusiera celoso por el oro que tenía en su cámara cuando la de él estaba casi vacía, y los Weasley fueron bastante buenos con él, no quería hacerlos sentir menos que él, o que se avergonzaran.

Así que Hermione se quedó con él toda la noche, algo por lo que tuvo que pelear con uñas y dientes para que sucediera. Y fue tan incómodo como se lo imaginó.

Justo. Ni Harry ni Hermione habían participado en pijamadas durante su infancia, ella era demasiado rarita para las otras niñas en su escuela, y no tenía muchos amigos que la invitaran a dormir en sus casas; y Harry, bueno, ser criado por sus tíos es motivo suficiente.

Y Hogwarts no tenía comparación, allí, aunque compartían cuarto, cada estudiante tenía su propia cama, lo que jamás se compararía con una pijamada. Además, las chicas y los chicos estaban ubicados cada uno en los extremos opuestos de la torre y tenían prohibido ir al lado del sexo opuesto —no es que hicieran caso, Hermione había irrumpido en su cuarto lo suficiente como saber que ni siquiera había un hechizo que evitara el paso de las chicas—.

Así que hasta que se durmieron, los dos jóvenes se quedaron tiesos como tablas, uno al lado del otro, sin saber que decir o hacer.

Fue una noche extraña, sin duda alguna.

Cuando despertaron, la incomodidad seguía ahí, pero era mucho menor que antes. Todavía eran Harry y Hermione, mejores amigos desde hace dos años, nada cambió por compartir la cama un par de horas.

Bajaron a desayunar y volvieron a discutir sus planes para el día. Hermione quería disfrutar del Callejón Diagon ahora que no había tanta gente, algo con lo que Harry estaba totalmente de acuerdo, pero necesitaba pasar primero por el banco.

La castaña no tuvo problemas en acompañarlo, aunque aún insistía en que ella no tenía problemas en volver a su casa, afirmando que era totalmente seguro, y que no necesitaban visitar Gringotts solo por ella. Harry la convenció de que no era solo por ella y que necesitaba ir al banco para poder comprar sus libros escolares después, aunque tampoco tenía problema con pagarle un cuarto en el Caldero Chorreante.

Convencida, terminaron amenamente su desayuno, que Hermione pagó con los pocos galones que tenía desde el año anterior, y emprendieron su camino.

Hermione llenó el silencio con cualquier cosa que le viniera a la cabeza, datos sobre Francia o algo que leyó en un libro. Conocía a Harry lo suficiente como para saber que su mente aún pensaba en la dichosa carta y no quería hablar, pero que también odiaba el silencio absoluto, hacía que las situaciones se tornaran raras.

Hermione solía calmarlo y sacarlo de su cabeza hablando, Harry anhelaba sentirse como cualquier otro mago normal, pero la constante atención sobre su vida y las tenaces amenazas lo hacían una tarea imposible, por lo que la chica intentaba llenar el vacío con su propia voz cada vez que podía.

No siempre funcionaba, en algunos casos Harry solo se inquietaba más, pero podía ver como la mayoría de las veces la tensión abandonaba sus hombros.

Si él quería sentir que era alguien común que se reunió con su amiga y estaban hablando del verano, o chicos, o cualquier otra cosa que no fuera su infame vida como el infame niño que vivió, Hermione se lo daría.

Manual de supervivencia en el mundo mágico para tontos y novatos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora