|Capítulo 11|

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Narcissa se deslizó a paso tranquilo fuera de la chimenea, los restos de fuego verde esfumándose detrás de ella. Se quitó el sombrero y dejó el recibidor con una sonrisa suave y relajada.

Había sido un buen día, consiguió hablar con su sobrino e incluso pudo comprarle algo de ropa, pero más importante, ¡logró convencer a Hayden de volver a reunirse!

Eso era mucho más de lo que esperaba obtener con el perro guardián de su sobrino presente.

Hermione Granger, repasó Narcissa en su mente, un nombre poco común para una hija de muggles, un nombre bastante... mágico.

La chica era interesante, tuvo que admitir, la carta ganadora de Dumbledore. Una hija de muggles perfecta pero que era excelente con la magia y aborrecía las tradiciones de su nuevo mundo. La cartelera ideal del mundo que la vieja cabra promovía.

Y el nuevo peón de Narcissa.

<<Que pena >> pensó Narcissa ideando como usar la nueva e inesperada pieza que acababa de adquirir.

La niña, que el viejo pensaba usar para promover sus ideales, o como chivo expiatorio en caso de que sus planes fallaran, se volvería en su contra bajo las direcciones de Narcissa. Ella volvería a la niña la prueba de que las antiguas tradiciones mágicas son para todos y no están equivocadas.

La muchacha ya estaba al lado de su sobrino, conocía su nombre real, no sería muy difícil hacer que cambiara de bando, solo debía mostrarle lo hermosas que eran las tradiciones mágicas, las verdaderas herencias de su mundo.

Y sabía exactamente cómo hacerlo. Únicamente necesitaba escribir a su madre. Hizo una mueca.

Ha pasado un largo un tiempo desde la última vez que habló con ella, y Druella Rosier no respondería ninguna carta de ella después de tanto tiempo, por lo que Narcissa tendría que ir a verla en persona y soportar unas cuantas horas de su escrutinio.

Diosa, de solo pensarlo le daba dolor de cabeza.

Comenzó a deshacer su complicado peinado mientras entraba a su habitación y se sentaba en el tocador, el silencio la acompañaba, como una suave melodía calmante, mientras quitaba invisibles de su cabello metódicamente.

El movimiento automático la relajó y dejó que sus muchos pensamientos coexistentes abanaran su mente uno a uno.

Cuando agarró el cepillo de pelo fue que el silencio se volvió atronador. Lucius, cuando se quedaba en casa, siempre cruzaba la puerta pocos minutos después de ella para ayudarla con su cabello. Era uno de sus rituales.

—Tyli —llamó con voz suave, ahogando los nervios. Llevaba tantos días perdida en la necesidad de ver a su sobrino que no recuerda cuando vio por ultima vez a su esposo, ¿fue hace dos días?

—¿Si ama? —respondió la pequeña elfina.

—¿Dónde está mi esposo?

—El maestro se encuentra en el estudio de la biblioteca señora —dijo la elfina retorciendo sus manitas.

—¿Qué? —preguntó entrecortadamente la rubia. La elfina asintió, sabiendo que pedía su ama.

Narcissa se levantó y camino por los pasillos hasta la biblioteca. Era una habitación enorme a la que podía accederse desde los tres pisos de la mansión. Las cuatro paredes estaban llenas de piso a techo por estanterías y libros. En el centro de la habitación, se encontraban dos mesas grandes de algarrobo, con sillas antiguas acomodadas a su alrededor.

En la pared más alejada de la puerta una cómoda chimenea y un juego de sillones negros se encontraban acomodados y sin marcas de uso.

Narcissa bajó la escalera caracol desde el segundo entrepiso y caminó por la habitación ignorando todo, se dirigió directamente a la tercera estantería y tiró del libro Orgullo y prejuicio. La puerta secreta se abrió y dio lugar a un amplio invernadero de cristal que de invernadero no tenía nada.

Manual de supervivencia en el mundo mágico para tontos y novatos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora