Capítulo 8 : El castillo de los Wells

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El sábado por la mañana era un día que Stella preferiría olvidar. Su tía la despertó a las ocho de la mañana, porque según ella había demasiadas cosas que hacer en pocas horas. No eran ni las diez de la mañana y Stella ya estaba harta de todo y de todos.

—¿Y si llevas un vestido rosa palo? Dice soy elegante, soy tradicional—dijo Olimpia intentando decidir el color del vestido que debía llevar su sobrina.

—No me gusta ese color y lo sabes—dijo Stella.

—No es momento para ponerse así, no puedes descartar colores solo porque a ti no te apetece llevarlo—aseguró Olimpia.

—¿Y uno blanco? —sugirió Stella, quien ya estaba cansada de probarse vestidos.

—El blanco queda fuera de tu repertorio—dijo Olimpia sin dudar.

—¿Por qué? —quiso saber la joven.

—El blanco dice, soy inocente, no sé lo que quiero, soy frágil, soy una santa. Y esa no es la impresión que queremos dar—aseguró Olimpia.

—¿Verde? —preguntó por enésima vez.

—Como no se me ha ocurrido antes, el verde es perfecto. Simboliza la armonía, la renovación y la juventud. Es perfecto—dijo su tía.

Stella no entendía por qué el color de su vestido era tan importante, pero se alegraba de que aquella tortura hubiera acabado. El día se pasó lento para la joven princesa de Ilios y no tenía ganas de ir a aquella cena. Pensó que seguramente vería a Izan, y eso hizo que su mal humor se marchitara de golpe. Stella llevaba un vestido sin tirantes verde oscuro con detalles dorados, unos zapatos del mismo color y un bolso negro. Le gustaba lo que llevaba, sin embargo, estaba más maquillada de lo que le hubiera deseado. Se encontraba cerca de la entrada cuando su tía interrumpió sus pensamientos.

—Tenemos que irnos ya, lo último que queremos es llegar tarde, eso no puede ocurrir bajo ningún concepto—aseguró Olimpia.

Stella dio un suspiro largo, llevaba todo el día soportando lo estresada que estaba su tía, y ya no podía aguantar mucho más. Aunque el camino para llegar a la casa de los Wells no era muy largo, a Stella se le hizo eterno. Cuando llegaron, la familia Wells ya estaba esperándoles en la entrada de su casa.

—Olimpia, Ander, Stella me alegro de que hayáis venido—aseguró el rey de Inglaterra.

Stella saludó tal y como le habían enseñado a hacerlo desde que tenía memoria, y luego se permitió el lujo de observar a su alrededor. Parecía que Izan no los iba a acompañar en esa velada, pues allí solo se encontraban, el rey y la reina, Peter y Aria. 

Stella se sintió triste, ya que esperaba que esa noche no fuera a hacerse eterna, pero, sin Izan, esa velada iba a ser muy aburrida. El castillo de la familia Wells era el más grande del de todas las familias que acudían a Crown Hill y eso era difícil de ignorar. Era un hermoso castillo de arquitectura clásica con paredes de piedra. Un castillo digno de la mayor familia real de toda Europa. Con más habitaciones y sirvientes de los que podían necesitar.

—Que conste que yo no estoy de acuerdo con todo esto—se limitó a decirle Aria.

Y Stella, aunque lo intentó no supo a qué hacía referencia la joven. Y tampoco pudo averiguarlo, pues la reina llamó a Aria en aquel momento.

—Por favor, tomad asiento—dijo el rey de Inglaterra.

—Stella, querida, que tal fue la fiesta, Aria no para de hablar sobre ello—dijo la reina.

—Estuvo bien, aunque siempre hay cosas que mejorar—aseguró la joven.

—¿Cómo qué? —quiso saber la reina.

Confesiones de una princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora