Capítulo 28 : La responsabilidad de la corona

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Después de desayunar, Stella se dirigió a la puerta de entrada, se disponía a tener una mañana muy ocupada y esperaba que sus tíos no se metieran en sus planes.

—¿A dónde vas? —preguntó Olimpia que vio como su sobrina se dirigía a la salida.

—Necesito pasear por mi isla, voy a ir a algunos lugares que recuerda vagamente, no me esperéis para comer—dijo Stella.

—De acuerdo, más tarde tenemos que acordar una lista de invitados para tu fiesta de regreso—le recordó Olimpia.

—Vale—fue todo lo que comentó Stella, ya que sabía que, si era demasiado amable, se iba a notar que estaba tramando alguna cosa.

A continuación, cogió su limusina y se dirigió al parlamento de Ilios. El parlamento de Ilios era un edificio muy modesto con fachada del siglo dieciocho, sus muros eran de piedra de color oscuro. Era un lugar siniestro según el parecer de la princesa. Stella estaba nerviosa, aunque sabía lo que debía hacer. Esperaba que pudiera tener el apoyo que no había encontrado en su familia en aquel lugar. Cuando llegó a la entrada vio que había un mostrador en el que estaba una señora mayor.

—Buenos días, bienvenida al parlamento de la isla de Ilios, que necesita—fue lo que dijo hasta que se dio cuenta de quién era.

Stella no tuvo tiempo de responder.

—Princesa Hart, lo lamento mucho no la había reconocido—se disculpó de inmediato aquella empleada.

—No pasa nada, ¿ cómo sabe quién soy? —preguntó la joven.

—Su llegada al aeropuerto ha sido vista por gran parte de la isla, es un acontecimiento único que haya vuelto a Ilios—admitió la señora.

Stella se preguntaba cómo la habían grabado, ya que no había visto cámaras en ningún momento, creía que todo aquello comenzaba a ser una advertencia de su nuevo día a día.

—Necesito hablar con los miembros del parlamento—solicitó Stella.

—Por supuesto, vaya al segundo piso y siga el pasillo de la derecha, la última puerta es la que debe tomar—indicó la recepcionista.

—Muchas gracias—respondió la princesa.

Stella siguió aquellas instrucciones y en pocos minutos ya estaba en la sala donde todo su futuro podía cambiar. No sabía quiénes eran los miembros del parlamento actuales ni si el número había variado; al final ella solo era una niña cuando se marchó y nunca pensó que acabara tan pronto en un lugar como ese.

—Princesa Stella—dijo un hombre de unos cincuenta años con un bigote muy peculiar. De repente, la sala enmudeció y el ruido que la princesa había oído tras la puerta se había desvanecido.

—Lo siento mucho, no quería interrumpir, pero me dijeron que podía pasar—afirmó Stella más nerviosa de lo que aparentaba estar.

—No tiene que disculparse de nada, por favor, tome asiento—indicó una señora de cabello blanco y lleno de canas. 

Stella se dio cuenta de que una butaca de todas las que había alrededor de una enorme mesa redonda era distinta a las demás, aparte de ser más grande; la butaca era de color turquesa con pequeños detalles de oro. Supuso que ése era su lugar.

—Princesa Stella estamos a su disposición—dijo el mismo hombre del bigote.

—Estoy aquí porque necesito su ayuda. Deseo presentar una moción para que el parlamento decida si puedo gobernar como reina sin necesidad de un marido a mi lado—explicó Stella lo mejor que pudo.

Confesiones de una princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora