Espejo roto

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09:50 a.m.
Instituto Panteras Negras.
Segunda hora.
Veinte minutos para que finalice.

-Vale, ahora le toca a Ezequiel Ezeiza.
-Sí.
-Coja su instrumento por favor.-Suspiró en un tono de cansancio la profesora de música.
-Ah, casi se me olvida... lo siento señorita Reynolds.
-Venga, dese prisa, no tenemos todo el día.
-S-si, claro...

Ezequiel se puso en frente de todos, miró a la profesora, nervioso.

-Cuando quiera.

El chico empezó a tocar su instrumento que era una trompeta normal y corriente.
Pero digamos que mejor no se quisiera dedicar a eso, no era malísimo, pero tampoco buenísimo.
Intermedio.
Ya que con los nervios se equivocó en algunas notas. Eso provocó que enrojeciera y volviera a distraerse, por lo tanto a equivocarse de nuevo.
Me dió mucha pena, seguro que se esforzó.  Y creo recordar que es su primera vez.

-Ya basta.

El pobre enrojeció de pies a cabeza y dejó de tocar. Su mirada en seguida se fue para el suelo.

-L-lo siento.
-Preparalo mejor para la próxima, si quieres a la salida hablamos y así te doy unos consejos que creo que te ayudarán a no equivocarte tanto, ¿vale?
-Sí, señorita Reynolds.
-Pues cuando toque ya sabes.
-Sí...
-Puede tomar asiento.
-Sí, gracias...
-Haber, siguiente...

Oh, no.
Yo era la siguiente.
Mierda.
¿Qué podía hacer?
¿Huir? No, no había por donde.
Ay no.
Bueno ya me puedo despedir de mi plaza.

Adiós placita, fue un gusto conocerte de verdad, pero no puedo, chao chao.

Agaché la cabeza, con la gorra puesta, a lo mejor colaba.
Pero no, enseguida su mirada fue directa a la mía. Con una cara de tristeza me intentaba dar ánimos.

Ojalá fuera tan fácil.

-Olivia Cáceres
-Sí.
-Tu turno.
-Voy.

Me levanté un poco nerviosa, pero sobre todo cansada de no ser capaz de tocar de una maldita vez.

Una vez sentado miré hacia mi profesora, que asintió con la cabeza. Volví a concentrarme en el piano que tenía en frente, cogí aire, levanté la tapa e hice como ayer, acaricié lentamente las teclas.

-Sin prisa Oliva, a tu ritmo, no te preocupes.

Cogí todo el valor, coloqué mis dedos en la tecla correspondiente como era debido para empezar. Leí la partitura, era Lovely de Billie Eilish con Khalid.

Una canción lenta.

Pero, en el momento de presionar... no fui capaz, mi mente se llenó de recuerdos y mis ojos de lágrimas.
Cerré de golpe la tapa y me levanté.

-L-lo siento muchísimo, pero... no puedo. -Dije en un susurro con voz ahogada.
-Olivia...

No pude seguir escuchando, me fui corriendo de allí.
Era insoportable.

-¿Se supone que ahora tenemos que aplaudir, o qué? -Escuché de fondo con alguna risita que conocía a la perfección.
-¡YA BASTA MAURO E IRENE!

Bajé las escaleras corriendo, salí del edificio y acabé junto a las gradas.
Me sequé las lágrimas, lo peor ya había pasado.
Me daba igual si se reían o se burlaban de mi.
Me daba igual si les daba lástima.
Me daban igual los rumores sobre mi.
No les iba a dar más poder a ellos.
No me podía permitir que me hicieran más daño.
No más.
Creo que he tenido más que suficiente.

Estuve allí alrededor de una hora pensando.
¿Qué debía hacer ahora?
Me levanté decidida.
No tenía ganas de estar allí.
Así que hice lo más peligroso para mí existencia.

Escapar.

Así es amigos, me escapé del instituto.

Y no, no voy a decirte cómo. No quiero que lo hagáis, no me quiero hacer responsable gracias.

Y ahora os estaréis preguntando, ¿a dónde? Porque obviamente no iba ir a mi casa, por si acaso, tenía que ser inteligente.

Pues fui a mi refugio.
Era un mirador.
Tenía unas vistas espectaculares.
Mi madre me había llevado muchísimas veces.
Era nuestro lugar secreto.
Y me encantaba.

Pasé allí todo el día, aunque en una ocasión bajé para ir a la gasolinera que había al lado para comprar un poco de comida, porque también tengo hambre.
Pero enseguida volví a subir. Lo bueno de todo era que al ser por la semana no había nadie.

Aún recordaba estar ahí con mi madre contemplando las vistas, charlando tranquilamente, contándonoslo todo, a veces en silencio y otras veces cantando nuestras canciones favoritas.

Y ahora estaba sola, absolutamente sola, en un abrir y cerrar de ojos, allí estaba, sola.

Nunca pensé acabar así: estando aquí sola, sin ser capaz de tocar o cantar, sin ser capaz de durar un maldito día sin llorar y arrepentirme por el accidente. Sin ser capaz de hacer nada.
Era muy... asfixiante.
Pero lo que más me dolía era que ya nunca iba ser como antes.
No sabía si iba a ser capaz de pasar página. Lo dudaba, mucho.
Tenía miedo de olvidarla.
No podía olvidarla, ni hablar.

Estaba tan sumergida en mis pensamientos que no me di cuenta de que mi padre me había llamado cinco veces.
Mi-er-da.
Me di cuenta en la sexta, jeje.
Decidí contestar, aunque sabía que no iba a ser nada bueno.

-Hola papá, ¿c-ómo e-stas?
-¡Olivia Cáceres Ocaña por fin contestas!
-S-si.
-Me llamaron del instituto, ¿en qué demonios pensabas?
-L-lo siento. De verdad.
-Me asustaste, mucho, no te haces una idea.
-Lo siento.
-Por lo menos estás bien, eso es lo que importa.
-¿No estás enfadado?
-Debería, de hecho lo estoy. Pero sabía que estabas en el mirador.
-¿Cómo sabes...?
-¿Lo del mirador?
-Ajá.
-No era muy difícil, además te instalé un localizador en tu teléfono para saber dónde estas.
-Estoy bien.
-No me mientas, ¿te crees que irte del instituto es porque estás bien?
-Sí, tienes razón. Es qué hoy en música he tenido que tocar el piano, pero...
-No has sido capaz.
-Sí, y no era capaz de seguir viendo los instrumentos y todo lo relacionado con la música, necesitaba salír de ahí, sentía que me asfixiaba.
-No te preocupes, está bien, está muy bien, ¿me oyes?
-Sí papá.
-Pero eso no quita que cuando vuelvas a casa tú y yo no hablemos señorita Cáceres.
-Sí señor. -Me reí.

La niña del piano [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora