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MIERCÓLES 29 DE OCTUBRE-. 21:25 hrs.

<<Esto es una coincidencia, ¿verdad? >> pensó Kiera, anonadada. <<¿Acaso sus ojos...?>> Tenían una tonalidad marrón verdoso que se mezclaba con un rojo oxido, y fue como si reviviera parte de sus pesadillas.

Rápidamente volvió a estudiar el rostro del hombre. Su mandíbula, firme y perfectamente cincelada añadía un toque de dureza a su atractivo. Su piel tenía un tono bronceado que sugería horas bajo el sol. Sin embargo, lo que realmente la dejó anonadada fue la combinación de su expresión seria, sus labios ligeramente curvados en una mueca de diversión y aquellos ojos que la miraban con detenimiento, acción que, por algún motivo, le pareció terriblemente atractivo.

Vestía con una elegancia que rara vez había visto. El chaleco negro ceñido a su torso destacó cada línea de sus músculos, insinuando una fuerza contenida bajo el tejido fino. La camisa blanca que portaba contrastaba perfectamente, resaltando el color cálido de su piel y otorgándole un aire de nobleza y refinamiento. Alrededor de su cuello, el brillo de un delicado collar de plata capturó su atención, un detalle pequeño pero significativo que despertó la curiosidad de Kiera. Su presencia denotaba de una confianza que no era arrogante, sino naturalmente adquirida.

Sus ojos no podían apartarse de él. Sin lugar a dudas, era el hombre más atractivo que había visto en mucho tiempo, y aunque su apariencia imponente podría haberla intimidado, sintió una inexplicable atracción hacia él. ¿Era acaso su mirada? ¿Era la similitud de sus ojos con los de sus pesadillas? No sabía la respuesta, pero de lo que si estaba segura era que dicho encuentro no era mera casualidad.

El sonido de su celular la sacó de sus pensamientos.

—Detective Hart —dijo al contestar—. Si. Si señor. No. No, no hay problema. Si, de acuerdo. Si. Voy para allá.

Con un suspiro largo, se puso de pie y volvió a mirar al atractivo hombre. Tal vez no debió haberle contestado con tanta facilidad a su jefe pensó.

—Lo lamento, debo retirarme el trabajo llama. Habría sido un gusto quedarme —se atrevió a confesar.

Él inclinó ligeramente la cabeza, su expresión fue una mezcla de compresión y algo más, como una chispa de fuego que ella no pudo identificar del todo.

—Estoy seguro que nos volveremos a ver —le respondió, su voz tan hipnótica como antes.

La detective sacudió la cabeza para salir de la ensoñación y sin más se alejó en dirección a la barra para pagar su cuenta. El mesero la recibió con una sonrisa y un gesto que la detuvo de sacar su billetera de la cartera.

—No es necesario señorita, su cuenta ya está pagada.

—¿Disculpe?

—Cortesía del caballero —y señaló discretamente hacía la mesa donde Razael estaba sentado.

Anonadada, la detective se giró para ver como aquel hombre la observó con una expresión picara. Sus ojos brillaron con un toque de travesura mientras levantó su copa en un silencioso brindis de despedida.

Kiera bufó y un escalofrío bajó por su espalda.

—Cómo sea —y se retiró del lugar sin mirar atrás.

Tras unos segundos, el mesero se acercó a Razael que seguía sentado en la mesa. Inclinó ligeramente la cabeza en un gesto de respeto.

—Mi señor, ¿desea algo más? —murmuró, cuidando que su tono fuese lo suficientemente bajo para no llamar la atención de los pocos clientes que quedaban presentes.

El hombre negó con un leve movimiento, sus particulares ojos aún fijos en la puerta por la que Kiera había salido.

—¿Pensó que tal vez le iría mejor con la humana? —se atrevió a preguntar el mesero, con una curiosidad disfrazada de servilismo.

Una mueca maliciosa se dibujó en el rostro de Razael mientras sus dedos jugaron con el tallo de la copa.

—Si hubiera sido tan fácil, habría sido aburrido —respondió, sus labios se curvaron en una sonrisa mientras que sus ojos brillaron con un peligroso fuego.

El mesero asintió. Sabía que su señor disfrutaba de los desafíos, y la humana había capturado su interés de una manera que pocos o casi nadie había logrado.

—¿Qué desea que hagamos con el humano llamado John? —le preguntó, bajando aún más la voz.

El rostro de Razael, hasta entonces relajado, se endureció. Una sombra oscura cruzó por su mirada y su expresión se volvió peligrosa. Gruñió y se llevó la copa de vino a los labios, disfrutando del rico y complejo sabor que calmó levemente su ira.

—Asegúrense de que no vuelva a respirar —dijo con una frialdad que hizo que el mesero se estremeciera. —Nadie se acerca a lo que es mío.

El mesero inclinó la cabeza nuevamente, retrocedió unos pasos y desapareció entre las sombras del bar, dispuesto a cumplir con la voluntad de su señor.

Razael, por su parte, observó la copa de vino por un momento más antes de dejarla sobre la mesa. Se recostó en la silla, permitiéndose un instante de satisfacción. El encuentro con aquella humana solo era el inicio de un juego mucho más grande, uno que él estaba decidido a ganar a toda costa.

Crimen Escarlata {En actualización}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora