Kayn

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Capítulo 1: "Perdido".

¡Buenas buenas! Es hora de presentar al más joven de nuestros protagonistas, el pequeño e intrépido Kayn, que a diferencia de los tres anteriores pertenece a la segunda clase social más baja de su reino, los denominados mestizos —aquellos con apariencia antropomórfica pero con extremidades animales— aunque no por ello es menos importante. ¡Veamos qué está haciendo!

Fárem últimamente siempre está ocupado. Hoy, por ejemplo, tenía una reunión de no sé qué sobre algo político con no sé quién en no sé donde para algo que no le entendí. Lo único que sé es que no iba a estar en todo el día, dijo que probablemente no llegaría hasta la noche o mañana por la mañana.

Dormí hasta tarde y al mediodía me fui directamente al bosque a jugar con mis amigos animales —mis únicos amigos en realidad—. Con ellos me entiendo como si fuesen personas. No es una exageración, entiendo la lengua de los animales como si tuviéramos el mismo idioma. Los mayores dicen que es parte de mis poderes. Algo así como que es herencia de mis padres.

Uy, me olvidé de decirte. Kayn es huérfano. Sus padres desaparecieron desde que era muy pequeño, tanto que ya ni siquiera recuerda sus caras o sus voces. Era solo un bebé cuando ellos se adentraron al bosque al que siempre va a jugar y nunca regresaron. Sin embargo nadie le ha prohibido ir allí nunca, así que Kayn siempre va a jugar con los animales.

La cosa está en que nunca voy a jugar con el resto de niños del pueblo, no nos llevamos muy bien. Los mayores cuidan de mí como si fuese uno de sus hijos, pero no vivo con ellos por dos razones: la primera, es porque no quiero; la segunda, porque ellos tampoco quieren. La única familia que me quiere como a uno más es la familia real. Fárem me trata como su hermano, es mi mejor amigo. Su padre —el rey Ekual— me cuida de la misma forma que a Fárem, incluso me atrevería a decir que más. Ellos son los únicos que me piden no ir más lejos del bosque que cubre el pueblo.

Pero la verdad es que nunca estoy muy pendiente de eso. Yo solo trato de jugar y distraerme con mis amigos.

—¡Chicos! ¡A jugar! —grité a la nada pero sabiendo que me oirían.

En efecto, varios animales aparecieron y empezamos a jugar al pilla pilla. ¡Qué divertido es!

Después de un rato de juego Kayn se aburrió y cambió del pilla pilla al escondite, él contaba y los animales se escondían.

—¿Dónde os habéis metido? Esta vez sí que os habéis escondido con ganas. ¡¿Hay alguien aquí?!

Seguí caminando y por un momento me cansé de buscar.

—Ya podéis salir, me aburrí de este juego.

Nadie respondió.

—¿Chicos?

Hubo un silencio absoluto que hizo tensar todos los músculos de Kayn y erizar su cola.

Seguí caminando, tratando de encontrar a alguien, aunque no tuve mucho éxito. De un momento a otro el sol comenzó a bajar y...me perdí. Intenté regresar con todas mis fuerzas pero me resultó imposible. Acabé en un laguito que no había visto nunca —cosa que no me hizo sentir mejor en absoluto—. Me acerqué y me senté enfrente pudiendo ver mi reflejo brillar por la luz del atardecer que los árboles dejaban pasar a través de sus hojas. Lo primero en lo que me fijé fue mi pelo negro, corto y más alocado de lo normal —por haber estado jugando— que brillaba por la luz que le alumbraba directamente. Luego me fijé en mi piel morena que resaltaba por los colores anaranjados del atardecer. Mi ropa era parte del armario de Fárem, que decidió compartirla conmigo y la mitad de su ropa está en mi casa. Era bastante "pintoresca" ya que es de un príncipe, pero de alguna forma siempre la hago ver desaliñada o callejera, lo único que era realmente mío era el brazalete de mi mano izquierda. Mi cuerpo —que no se veía tan pequeño por estar sentado, pero yo sé que lo es—, normal y sin definir, a diferencia de los otros niños del pueblo, desdibujó la sonrisa de mi cara en una mueca y mis orejas de gato cayeron en un gesto triste. Esto desvió mi vista a mi cara. Cejas grandes, naríz pequeña, boca grande. Y por último mis ojos grandes de gato, marrones rojizos, donde mantuve la vista porque la luz los hacía brillar, cosa que me cautivó.

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