VI | Un encuentro entre flores o el destino?

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14 de Enero, 2020.


Paola.

Las flores siempre han sido mi refugio secreto. Desde pequeña, por parte de mi madre, las flores siempre fueron mi pasión por la delicadeza de los pétalos y la fragancia embriagadora de las rosas. En ellas encontraba un escape de la realidad. Sin embargo, la ironía de la vida se manifestaba en la contradicción entre mi amor por la fragilidad de las flores y la fortaleza que ahora requería para enfrentar la enfermedad de Parkinson.

Hace 6 meses me enteré de que padecía la enfermedad de Parkinson. Lo descubrí al notar que mis manos no tenían la fuerza necesaria para levantar cosas ligeras y temblaban sin razón aparente.

Cada día se convertía en un desafío, cada movimiento se sentía como una danza con la incertidumbre. Las manos que solían acariciar con gracia los pétalos ahora temblaban levemente y a veces con mucha intensidad, pero eso no me detenía para seguir con mi vida.

Desde hace 6 meses, mi conexión con las flores creció aún más. El girasol se convirtió en el símbolo vivo de esta lucha. Con sus raíces profundas, enfrentaba vientos fuertes y tormentas, pero siempre encontraba la manera de seguir erguido. Yo me identificaba con esta flor y en cada giro de sus pétalos veía mi propia historia.

A pesar de los desafíos que la vida me imponía, encontraría la fuerza para florecer.

Las rosas, con sus espinas afiladas, representaban la dualidad de mi existencia. La belleza y el dolor entrelazados en un abrazo inseparable. Cada rosa era una metáfora de mi vida, donde la delicadeza de los momentos más hermosos coexistía con las espinas de la enfermedad.

Esta afección cerebral viene de algunas generaciones de mi familia materna. De niña escuché que a mi abuela le inició ya entrando en edad. En esta última generación, me tocó a mí.

Desde ese día, nada ha sido igual en muchas áreas. Tomar pastillas para controlar los temblores y aprender a controlar mi estado de ánimo se volvieron parte de mi rutina.

Trabajar en esta floristería me ha ayudado mucho y ha hecho que el proceso sea menos doloroso. Como una de las floristas principales del establecimiento, mis compañeros de trabajo han hecho lo posible para facilitar la movilidad y reducir los riesgos de caídas. Al principio, tuvimos que cambiar la disposición de las mesas y estantes.

También tuve que comenzar a utilizar herramientas ergonómicas que sean fáciles de manejar y que minimicen la fatiga que casi siempre me provoca el Parkinson, como tijeras y herramientas de jardinería con mangos ergonómicos.

Marcus, aunque estuvo estudiando, estuvo presente para mí. Desde investigar sobre grupos de apoyo en la ciudad hasta conseguir que tuviera la constancia de hacer ejercicios que me ayudaran a estabilizarme en los días donde los nervios ganaban mi sistema.

Él estuvo y eso es algo que mi corazón siempre le va a agradecer.

Aunque no puedo negar que algunas inseguridades volvieron a mí desde que lo vi en el aeropuerto llegar con Angie, es algo con lo que aún me estoy acostumbrando.

—Pao, ¿puedes ir a ver si es un nuevo cliente? Escuché cómo el timbre de la puerta sonó y lo dejé entrar. —París, mi compañera de trabajo informó con voz audible en el invernadero.

—Está bien, iré en un segundo. —respondí mientras terminaba de acomodar una planta y me quitaba los guantes y el delantal para entrar de nuevo al establecimiento.

Al llegar a la sala donde están los mostradores y la caja registradora, noté la presencia de un chico de cabellera rubia, con una camiseta azul y unos pantalones negros. De espaldas se veía bien, pero no sé por qué su estructura me parecía extrañamente conocida.

—¿Necesitas ayuda para elegir las flores perfectas?

Al voltearse, confirmé quién era. Este chico de la hermosa cabellera rubia era Estarling.

Su rostro lucía sorprendido al verme, y el mío también, pero le brindé una sonrisa. Desde aquella fiesta habían pasado semanas y no había coincidido con él en ningún lugar, hasta ahora, aquí.

—Paola, ¿trabajas aquí? —preguntó asombrado sin saber qué más decir.

Asentí.

—Sí, desde hace unos años. —contesté con una sonrisa— Es raro verte aquí. Llevo años en esta floristería y nunca te había visto acá.

—Es extraño para mí también, créeme. —confesó— Estaba en el asilo que queda en esta calle porque estaba viendo a mis padres y sentí la necesidad de venir y comprarles flores por primera vez. O sea, antes les había llevado, pero estando allá recordé que tenía meses sin hacerlo y decidí pasar acá por las buenas recomendaciones.

—Comprendo. —asentí mirando las flores que estaban en el mostrador— Antes de preguntarte y que me voltearas a ver, noté que estabas viendo unos arreglos de los que he hecho. ¿Estás interesado en alguno? —los señalé

—Sí. —alegó— Me interesa el centro de flores de Gerberas, son las flores favoritas de mamá.

—Imagino que debe ser una madre llena de felicidad y alegría, es lo que estas flores reflejan. —insinué y él asintió.

—Sí, lo es.

—Perfecto. —salí del espacio de la caja registradora y me dirigí al mostrador donde estaban las flores, las tomé con sumo cuidado debido al Parkinson y luego me dirigí hacia la caja registradora.

Él me miraba y yo sentía muchas emociones, emociones que no recordaba desde hace semanas en la fiesta.

Entré de nuevo a la caja registradora y dejé las flores en la mesa con cuidado.

—¿Cuánto te debo? —indagó y comencé a teclear en el sistema de la caja, disipando los nervios que estaba sintiendo por él aquí.

—Por ser tu primera compra en este lugar, las flores salen a mitad de precio. —respondí de vuelta.

—Oh, perfecto. —sacó de su cartera una tarjeta— Creo que ahora tendré más ánimos de venir acá. —bromeó y yo reí.

Él me pasó la tarjeta, y por un instante, nuestros dedos rozaron. Fue solo un instante, pero ese instante se sintió especial; sentir el roce de sus manos fue hermoso, extraño y especial.

Tomé la tarjeta y me cobré el dinero, seguido de esto le pasé la tarjeta con un recibo de ventas.

—Gracias por la compra. —agradecí con cortesía.

—Gracias a ti, Paola. —respondió mirándome con atención— Puedo ser honesto?

—Sí, claro.

—Es hermoso volverte a ver. —confesó sin ningún miedo y luego noté como su rostro reflejaba vergüenza, pero él no sabía que yo también pensaba lo mismo.

—Lo mismo digo, Estarling. —en mi rostro se formó una sonrisa— Nos vemos pronto.

Sonrió de vuelta. —Nos vemos pronto, Paola.

Al verlo salir me senté un momento para analizar todo lo que había pasado y como una parte de mi, aunque con muchos sentimientos exaltados se sentía feliz, feliz al verlo de nuevo.

Es extraño, cierto?


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Nos leemos pronto <3


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