ch. 12

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UN DIOS
LLAMADO
FRED

ESTÁBAMOS cruzando el río Potomac cuando divisamos un helicóptero

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ESTÁBAMOS cruzando el río Potomac cuando divisamos un helicóptero. Un modelo militar negro y reluciente como el que habíamos visto en Westover Hall. Venía directo hacia nosotros.

—Han identificado la furgoneta —advertí—. Tenemos que abandonarla.

Zoë viró bruscamente y se metió en el carril de la izquierda. El helicóptero nos ganaba terreno.

—Quizá los militares lo derriben —dijo Grover, esperanzado.

—Los militares deben de creer que es uno de los suyos —continué—. ¿Cómo se las arregla el General para utilizar mortales?

—Son mercenarios —repuso Zoë con amargura—. Es repulsivo, pero muchos mortales son capaces de luchar por cualquier causa con tal de que les paguen.

—Pero ¿es que no comprenden para quién están trabajando? —preguntó Percy—. ¿No ven a los monstruos que los rodean?

Zoë meneó la cabeza.

—No sé hasta qué punto ven a través de la Niebla. Pero dudo que les importase mucho si supieran la verdad. A veces los mortales pueden ser más horribles que los monstruos.

El helicóptero seguía aproximándose. Mientras que nosotros, con el tráfico de Washington, lo teníamos más difícil.

Thalia cerró los ojos y se puso a rezar.

—Eh, papá. Un rayo nos iría de perlas ahora mismo. Por favor.

Pero el cielo permaneció gris y cubierto de nubes cargadas de aguanieve. Ni un solo indicio de una buena tormenta.

—¡Allí! —señaló Bianca—. ¡En ese aparcamiento!

—Quedaremos acorralados —dijo Zoë.

—Confía en mí —respondió Bianca.

Zoë cruzó dos carriles y se metió en el aparcamiento de un centro comercial en la orilla sur del río. Salimos de la furgoneta y bajamos unas escaleras, siguiendo a Bianca.

—Es una boca del metro —informó—. Vay amos al sur. A Alexandria.

—Cualquier dirección es buena —asintió Thalia.

Compramos los billetes y cruzamos los torniquetes, mirando hacia atrás por si nos seguían. Unos minutos más tarde, estábamos a bordo de un tren que se dirigía al sur, lejos de la capital. Cuando salió al exterior, vimos al helicóptero volando en círculo sobre el aparcamiento. No nos seguían.

Grover dio un suspiro.

—Suerte que te has acordado del metro, Bianca.

Ella pareció halagada.

—Sí, bueno... Me fijé en esta estación cuando pasamos por aquí el verano pasado. Recuerdo que me llamó la atención porque no existía cuando Nico y y o vivíamos en Washington.

𝐓𝐇𝐄 𝐓𝐈𝐓𝐀𝐍'𝐒 𝐂𝐔𝐑𝐒𝐄 ──── pjDonde viven las historias. Descúbrelo ahora